Le cuento a Joan-Francesc Mira que «El debate de Barcelona» de este 2017, «Vieja Europa, nuevas utopías», aborda, entre otros temas, si existe una relación entre el envejecimiento de la población europea y el envejecimiento del proyecto europeo. Él me mira severamente, dice que intuitivamente quizás la correlación funciona, pero que sobre el papel no está tan claro. Hablamos de identidades, de pueblos limpios y de pueblos que tiran a sucios, de ciudades que triunfan y fracasan, de Napoleón, de Adenauer y de las hazañas y miserias de Mitterrand.
Joan Francesc Mira en el CCCB © CCCB, 2016, Glòria Solsona
AP: Lyon, Aviñón, Rávena, Montpellier: las ciudades que citaste en la conferencia «Dante y Llull: culturas, lenguas y mundos», hablando de los núcleos urbanos importantes en la vida de estos dos pensadores, ya no desempeñan ningún papel en Europa. ¿Corren paralelos, el esplendor político y el esplendor cultural de las ciudades?
Joan Francesc Mira: Por un lado, sí. En los siglos XIII y XIV, Londres solo tenía una importancia relativa –más dinástica que económica o cultural a nivel europeo. Hamburgo, Ámsterdam o Viena no tenían la importancia que iban a tener más adelante. Berlín, ni que decir tiene, no empieza a tener importancia hasta finales del siglo XVIII. Múnich ya era otra cosa. Y Praga. A medida que vas bajando, los núcleos urbanos ganaban importancia. Milán empieza a adquirirla –es cuando empieza a subir la familia Visconti. Venecia sí era importante en todos los campos, sobre todo en el comercio con oriente. Y Florencia ya era el gran centro de actividades financieras.
Las ciudades europeas del norte aún no tenían la potencia que tendrán después con la revolución industrial. Pero, por otro lado, también cité París, que era un núcleo importantísimo desde los siglos IX y X. La dinastía francesa creó un poder que llegó a hacer sombra al papado. Además, París tiene la universidad, que es un gran centro de autoridad filosófica y teológica.
Vista de la universitat de la Sorbona en 1550. CC Edward August, Fourquemin, Nousveaux
Recuerda que ni Llull ni Dante pensaban en términos globales como ahora. Para Dante, Nápoles era algo remoto. Su itinerario llega hasta Roma –que es importante pero que demográficamente tiene 30.000 habitantes. Cuando los Borja llegan ahí, Valencia tenía el doble de habitantes.
Por lo tanto, sí y no. No es que las ciudades de Ramon Llull o Dante fueran ciudades muy importantes. Es que tenían mucha autonomía en el ámbito político y esto les daba protagonismo –intrigas, pactos militares, acuerdos comerciales. Pero la vida activa de estas ciudades no se corresponde a su importancia real.
AP: ¿Qué relaciones imperaban entre estas ciudades del Mediterráneo?
JFM: De conflicto. El Mediterráneo no es una zona de armonía, sino de conflicto. Solo bajo el imperio Romano ha existido unidad entre los pueblos del Mediterráneo. Con las invasiones de los bárbaros se puso fin a la unidad territorial y con la expansión del islam, a la unidad religiosa. Vivimos aún en una dualidad: un sur –el norte de África y el oriente– de origen semítico islamizado, y un norte europeo y cristiano.
Pero, cuidado con eso de la Europa cristiana. Recuerda que los turcos llegan a finales del siglo XVII hasta las puertas de Viena. Que Hungría, que ahora forma parte del centro europeo, durante siglos perteneció al imperio turco.
«Europa es un producto ideológico de la Ilustración y del romanticismo»
AP: No existe una identidad cristiana milenaria.
JFM: Es que los turcos y los «europeos» pensaban en términos de cristiandad, no de Europa. Europa es por aquel entonces una referencia geográfica, como lo será América. Europa es un producto ideológico de la Ilustración y del romanticismo y sobre todo del siglo XX, que ha intentado reinterpretar la historia en términos de identidad de un proyecto antiguo que no existió nunca.
El proyecto antiguo que realmente importó fue el que sale de la división del imperio Romano. En el imperio de Oriente, donde Constantino erige una capital nueva en Constantinopla –Bizancio, que luego será Estambul– siguen hablando griego y teniendo una cultura griega cristianizada, que pasará al mundo eslavo. Este imperio griego desarrolla una especie de cesaropapismo, un tipo de estructura en la que la autoridad civil –el emperador bizantino– detenta también la autoridad religiosa. En el imperio de Occidente la autoridad civil unificada no existe –solo se recupera en Carlomagno, y vuelve a desintegrarse.
AP: Y ello supone…
JFM: Una cristiandad occidental y una cristiandad oriental con características completamente diferentes. También se explica por la evolución de las ciudades, como decías. Allí no ha habido comunas urbanas tipo Florencia o Barcelona –los consejos comunales, la autonomía, los códigos de leyes, los estatutos, el comercio regulado, las universidades. No ha habido universidades medievales, ni Renacimiento ni Ilustración ni burguesía en los siglos XVIII y XIX.
Aunque a menudo dependieran del rey, las comunas autónomas mediterráneas son el precedente de la democracia representativa. O culturalmente: Dante ya es un prehumanista y se preocupa de ese modelo romano antiguo –que es un modelo ético, ideológico y estético independiente del modelo cristiano. Aquí hay una autonomía del pensamiento y de la estética respecto a la doctrina sagrada –una autonomía que en el cristianismo oriental no ha existido nunca.
«Putin ha reactivado la hostilidad oriental contra el occidentalismo»
AP: ¿Y dónde empieza y dónde acaba este cristianismo occidental?
JFM: Mira, allí donde hay una catedral gótica es que ha habido todo este tipo de sociedad y de cultura occidental. Por ejemplo, la idea de estudiar leyes o medicina en la universidad. La universidad te da una licencia para enseñar o te reconoce como doctor, o sea se te otorga la capacidad de establecer doctrina. Todo ello representa una mentalidad, una política, unas expresiones artísticas y una forma de vivir muy concretas, que irían desde Finlandia hasta Venecia –con la costa croata incluida (piensa que lo que ahora se llama Dubrovnik era la República de Ragusa, de cultura italiana).
Putin está haciendo renacer esta diferencia entre los dos mundos y la iglesia ortodoxa la está reconociendo como si fuera el zar: como la autoridad sobre la iglesia. Él es el gran patrón del reaccionarismo universal: financia a la señora Le Pen, la reacción de Hungría, los adversarios de la Unión Europea, o la restauración de los monasterios del monte Athos. Él ha reactivado la hostilidad oriental contra el occidentalismo.
AP: Occidentalismo también es un concepto extraño. Durante muchos siglos –de hecho parece un fenómeno cíclico– se creyó que existía una división entre pueblos latinos y pueblos anglosajones que era insalvable.
JFM: Es que desempeña un papel fundamental. Al principio fue una contraposición de origen étnico: romanos contra «bárbaros» germanos. Pero poco a poco los pueblos se van mezclando y en la época medieval avanzada esta división deja de tener importancia. Lo que pasa es que vuelve a coger fuerza porque los dos pueblos realizan una evolución económica diferente. Porque los pueblos del norte comienzan a prosperar y a modernizarse más deprisa. Hay un tipo de capitalismo mercantil que allí cuaja más –porque hay una mayor libertad económica. Concretamente en la zona protestante hay una activación más rápida de la cultura urbana avanzada. Ciudades más limpias, más ordenadas, más organizadas. Y ello a partir del siglo XVIII crea unas formas de vida y unas formas de conciencia colectiva diferentes. Sin razón, no obstante, un ciudadano de Hamburgo o de Rotterdam o de Londres o de Edimburgo nos sigue viendo todavía como un pueblo atrasado.
AP: Y a pesar de estas diferencias se ha querido construir una identidad europea.
JFM: El primero en intentarlo fue Napoleón. No por convencimiento ideológico sobre ninguna cultura europea, naturalmente. Pero le interesaba dar una pátina histórica o cultural a su imperio militar. Y tras él, los nazis, sobre todo por oposición a la Unión Soviética, que para ellos representaba a los pueblos asiáticos. Durante la Segunda Guerra Mundial, esta oposición que remarcabas entre norte y sur europeo queda absorbida por una oposición entre oriente y occidente.
La idea de Europa como estructura política construida por el acuerdo comunitario entre diferentes pueblos es posterior a la Segunda Guerra Mundial. Desde el siglo XVII, con la guerra de los treinta años, no habíamos dejado de matarnos. Europa cuenta con sesenta años y está pensada para pacificar.
Cuadro Entry of Napoleon I into Berlin, 27th October 1806. CC C. Meynie, 1810
AP: Quizá también porque sus países pudieran tener un papel en el mundo global.
JFM: No. Tienes que mirarlo en clave interna. En 1945, por primera vez en dos siglos Alemania está completamente destruida y ocupada. Solo entonces la pueden someter a una unión que –creen los demás países– les hará perder potencia. De hecho, la primera unión es la Comunidad Económica del Carbón y del Acero. ¿Por qué? Porque si controlas la producción y el uso del acero controlas la industria de guerra. No puedes desplegar un armamento pesado propio. Por lo tanto, esta fue la prueba definitiva de la buena voluntad de Alemania: su producción de acero debía estar sometida a un organismo de control supranacional.
Piensa que en los años 1946 y 1947 los alemanes perdieron más de una tercera parte de su territorio. Eso son 14 o 15 millones de alemanes expulsados de lo que ahora es Polonia, o Chequia, o la zona de Königsberg, que ahora es rusa, y acogidos después por la Alemania Occidental. Ahora nos escandalizamos por los 400.000 palestinos de la guerra árabe-israelí de 1948, pero los países árabes vecinos nunca fueron capaces de acogerlos.
«Los tres grandes padres ideológicos y políticos de la Unión fueron Konrad Adenauer, Alcide de Gasperi y Robert Schuman»
AP: Volvamos a la debilidad de Alemania. ¿Quién la aprovecha?
JFM: ¡Mujer! Los que entran en la Unión como fuerza dominante son los franceses –que a pesar del mito de la resistencia y de De Gaulle habían perdido la guerra. A través de la Unión, intentaron controlar a los alemanes y, además, satisfacer sus ansias de grandeza histórica.
Los tres grandes padres ideológicos y políticos de la Unión fueron Konrad Adenauer, Alcide de Gasperi y Robert Schuman, los tres de zonas de frontera o de orígenes mezclados, y los tres germanohablantes. Quiero decir que Adenauer venía de la parte alemana más afrancesada, De Gasperi era un italiano del norte nacido dentro de la vieja Austria-Hungría y Schuman, un francés de origen germánico. Cuarenta años después, Helmut Kohl y François Mitterrand serán la reconciliación espiritual europea. Mitterrand era un gran político –era un gran canalla, que protegió a criminales de guerra franceses que habían trabajado con los nazis, pero un gran político y supo ver que había llegado el momento de consolidar el proyecto.
AP: ¿Quo vadis, Europa?
JFM: Pues, mira, por una parte, desde el final de la época comunista en toda la Europa ortodoxa ha habido una resurrección de la fe cristiana impresionante. Y no solo en la Rusia de Putin. Recuerda que Tsipras gobierna gracias a un partido ultranacionalista, ultrarreligioso y ultragriego, con el apoyo de los militares y de la iglesia.
En nuestra Europa es todo más imprevisible. Por un lado, no diría que aquí hay una recuperación de la práctica religiosa católica. Hay una necesidad permanente de tipo religioso, que se ha sustituido por creencias esotéricas y absurdas. Y hay también toda una ola de protestantismo evangélico que viene de Sudamérica o de Estados Unidos, que es muy reaccionario, absolutamente literal en la interpretación de la Biblia, que no tiene nada que ver con el protestantismo original, y que va adquiriendo cada vez más protagonismo. Y luego hay 45 millones de musulmanes en Europa que creen como creía hace siglos el cristiano más riguroso. Y esto tiene una potencia de movilización que no tienen los valores sobre los que se sostienen nuestras democracias, como lo demuestra la forma que tenemos de afrontar los atentados yihadistas. El futuro no lo sé, pero la clave será esta. No me hace gracia tener que decirlo, pero es así.