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Más allá del cuerpo

25 de febrero de 2016 No Comments

En su pionero Velocidad de escape. La cibercultura en el final del siglo, escrito en 1995, traducido al castellano en 1998 por Ramón Montoya Vozmediano y publicado en Siruela, Mark Dery incluía un capítulo titulado «Robocopulación: sexo por tecnología igual a futuro», en el que se abordaban posibles vías de enaltecimiento y mejora del placer carnal a través del adorno o el complemento tecnológico. La mejora evolutiva de la lubricidad a través de algo que vaya más allá de la piel es, probablemente, tan vieja como el hombre, y no se trata, ni mucho menos, de ninguna posibilidad inédita que nos haya abierto esta revolución digital que, como bien sabemos, nos lo ha transformado todo (no siempre para bien, como sostenemos quienes contemplamos con alarma tanto la desintegración de la cultura del trabajo como el tsunami de narcisismo, ensimismamiento y atrofia de la empatía que ha traído consigo tanta hipervisibilidad y tanta abreviación de viejos protocolos relacionales de nuestro inmediato pasado analógico).

Portada de “Velocidad de escape”, Mark Dery, Editorial Siruela

El primer homínido que talló el primer consolador artesanal para usarlo en orificio propio o ajeno fue quizá el primer posthumano de la historia. La imagen incluso abre la posibilidad de un sujeto prehumano y posthumano al mismo tiempo, idea que relativiza la supuesta gran distancia recorrida por la humanidad entre la caverna y Tinder de un modo tan eficaz como el de la famosa elipsis de 2001, una odisea del espacio, que convertía una osamenta lanzada al aire en una sofisticada nave espacial descendiendo entre estrellas.

En su texto, Dery no podía reprimir su perplejidad ante la portada del número 2 de la revista Future Sex, que mostraba la grotesca imagen de una pareja hipercableada y con la piel forrada de adornos cibernéticos, estampa mucho menos estimulante que la de haber mostrado a la misma pareja, por decirlo de algún modo, piel con piel. También constataba el autor que las primeras tentativas de sexo virtual y sicalipsis tecnológica poco tenían que ver con un salto cuántico a la hora de redefinir el sexo, erigiéndose más bien en variantes algo incómodas de la sempiterna masturbación: «En un futuro de ciencia ficción en el que la conciencia no estuviese limitada a ese viejo contenedor (el cuerpo), sino que pudiese alojarse en la memoria digital de un cuerpo robótico, parecería al menos concebible que la sexualidad humana pudiese ser abstraída de cualquier encarnación, incluso de una conciencia humana reconocible como tal. Sin embargo, todas las especulaciones sobre la sexualidad posthumana se detienen ante un hecho inevitable: siempre se hacen desde un punto de vista humano, para quienes la idea misma de sexualidad se define en términos de carne y humanidad.»

Fotograma de Holy Motors, Leos Carax (2012)

Hay una imagen cinematográfica que parece abrir sutilmente la puerta de esa sexualidad posthumana: el coito en motion capture que propone Leos Carax en un momento de Holy Motors. Convenientemente enfundados en piel sintética puntuada por sensores, un hombre y una mujer elaboran una danza de acrobacias y de cunnilingus sin cunnilingus que es volcada en unas formas digitales que pronto abandonan toda verosimilitud anatómica para retorcerse, mutar y confundirse entre sí. Curiosamente, la imagen de esos amantes polimórficos se parece mucho a la que sirvió de portada a la edición española de Velocidad de escape.

Antes de que seamos capaces de dar ese salto conceptual que nos libere del cuerpo (uno de los sueños de la mística, de hecho: todo nos viene de antiguo y entre lo sacro y lo profano a menudo solo hay una membrana muy tenue), la interacción entre deseo y tecnología habrá tenido que afrontar uno de los grandes peligros detectados por privilegiados visionarios de nuestra imparable inmersión en el futuro: esa muerte del afecto de la que tanto habló un J. G. Ballard que, de hecho, junto a futuristas, dadaístas y Marshall McLuhan, acababa apareciendo inevitablemente en ese texto de Dery que hablaba tanto de la erotización de la máquina como de la deserotización –y deshumanización- del hombre. En la exposición «+Humanos. El futuro de nuestra especie» destacan dos piezas que, de algún modo, funcionan como la luz y la sombra de esta cuestión y buscan soluciones civilizadas al riesgo de nuestra caída en la sima del solipsismo y el onanismo existencial.

+ HUMANOS. Entrevista. Catherine Kramer presenta “Teledildónica para relaciones a distancia”, de Kiiroo from CCCB on Vimeo.

La Teledildónica para relaciones a distancia que propone la empresa Kiiroo une dos modelos de herramienta de uso común –por un lado, el consolador y la vagina portátil; por otro, las redes sociales y la comunicación virtual- para ofrecer una mejora evolutiva tanto del acto de sexo solitario con aditamento como de ese sexo telefónico cuyos usos benéficos para acortar lejanías geográficas entre amantes preceden en bastantes años la consolidación de las casi siempre nefastas líneas eróticas. Si el sexo telefónico ayudó y contribuyó a revitalizar el poder seductor de la palabra, la teledildónica ofrece la oportunidad de fortalecer aquel sentido que, según el maestro Jan Švankmajer –autor de una película fundamental sobre la masturbación y el fetiche: Conspirators of Pleasure-, tenemos más adormecido: el tacto. Sofisticados artilugios que masajean nuestros genitales mientras vemos a nuestros amantes en la distancia y hablamos con ellos proporcionan una innegable mejora respecto a otras estrategias previas, pero siguen topando con un viejo obstáculo que cobra una doble forma: pese a todo, seguimos estando solos, seguimos sintiendo la nostalgia de la piel…, porque no hemos aprendido a desarrollar una conceptualización de la sexualidad que nos libere del cuerpo. La teledildónica es algo parecido a comprarse un sofá mucho más cómodo (y con posibilidad de masajeo bajo el tapizado) para ponerlo donde antes había… otro sofá.

+ HUMANOS. Entrevista. Julijonas Urbonas habla de la “Máquina orgasmática” from CCCB on Vimeo.

La pieza de la exposición que más impresionó a este visitante fue la que prácticamente cerraba el recorrido: la Montaña rusa eutanásica de Julijonas Urbonas, una atracción aparentemente diabólica –pero en el fondo tan racional como la teledildónica- diseñada para garantizar una muerte inevitable –si bien placentera y espectacular- a sus usuarios. Es sabido que, en una exposición, las piezas dialogan entre sí y adquieren nuevos sentidos inesperados. Separadas por la distancia del recorrido, la Montaña rusa eutanásica y la Máquina orgasmática Cumspin conspiraban para inspirar una conexión entre Eros y Tánatos: además, habían salido de la cabeza de un mismo artista y compartían los códigos de la atracción ferial, lanzando el mensaje secreto de que el territorio cotidiano que más puede acercar al ciudadano de a pie a la experiencia mística de salirse del cuerpo es el parque de atracciones. Urbonas maneja, al hablar de su sofisticada Cumspin, conceptos tan estimulantes como los de «orgasmo hipergravitacional» y «sexo extraterrestre», que sugieren, pues, un acercamiento a esa utopía propuesta por Dery, la de una verdadera sexualidad posthumana que nos obligue a pensar más allá de nuestro envoltorio carnal. En la Cumspin se dan la mano el recuerdo del acumulador de energía orgónica de Wilhelm Reich y el de esa réplica bufa que fue el orgasmatrón imaginado por Woody Allen en El dormilón, al tiempo que se gestiona y racionaliza el uso seguro de esa autoasfixia erótica que llevó a los personajes de El imperio de los sentidos y a celebridades como David Carradine a transformar la petite mort en una muerte a secas. Lo desalentador de la Cumspin es lo que acaba diciendo de ella Julijonas Urbonas al final del vídeo: es solo una hipótesis. Es decir, pertenece, todavía, al terreno de lo utópico.

Muchas películas de ciencia ficción recientes han hablado del robot como prótesis afectiva de una humanidad tocada por severos déficits emocionales. Cada vez resulta más fácil volcar una simulación del afecto en una inteligencia artificial, pero parece que todavía se nos escapa eso de inventarnos sexualidades que trasciendan nuestra condición humana. Quizá el futuro acabe siendo eso: el lugar en el que amor y sexo vivirán en universos radicalmente distintos, donde aquello que llamábamos amor será lo que simularán nuestras creaciones sintéticas, mientras que todos nosotros nos hallaremos embarcados en inéditas acrobacias y posibilidades sexuales para las que ni siquiera hemos sido, de momento, capaces de esbozar un lenguaje.

El mito del win-win

22 de febrero de 2016 No Comments

«Dueños y poseedores de la naturaleza». Este es el papel que Descartes quería que desempeñaran los humanos, tal y como apuntó en su célebre Discurso del método en 1637. Pero había instrucciones más antiguas en el mismo sentido en el Génesis: «Sed fecundos, multiplicaos, llenad la Tierra y dominadla». Hoy, en la segunda década del siglo xxi, con el cambio climático y la pérdida de biodiversidad encima de la mesa, parece más fácil que nunca contemplar la relación de los humanos con la naturaleza como la historia de una agresión perpetrada con dos armas peligrosas: el racionalismo y la tecnociencia. Ciertamente es fácil, demasiado fácil.

Antes de que existieran el cartesianismo y la Biblia, los homínidos ya ejercían el papel de dominadores del mundo. Lo hacían movidos por el mismo resorte que los impulsaba a comer o a copular, porque intervenir en la naturaleza es lo que hacen los que forman parte de ella. ¿Por qué el castor construye diques con ramas? Es evidente que la naturaleza ha proporcionado los instrumentos para su modificación, y los que se sirven de ellos lo hacen de acuerdo con su nivel evolutivo. ¿Qué es la vida si no una modificación constante en todas sus escalas?

“Proyecto de polinización humana” de Laura Allcorn

Hablar de la naturaleza como si fuera un colectivo social maltratado es el resultado de una herencia cultural con fuertes dosis de arcadismo. ¡Despertemos a la realidad! La armonía nunca ha existido: nuestros antepasados tenían que enfrentarse al rayo y los colmillos del tigre con muy poco y la supervivencia estaba en riesgo a cada segundo. El dominio de la naturaleza es la transformación de un planeta hostil en un hogar. ¿Cómo no tenía que avanzar este proceso intervencionista si la inteligencia humana podía leer el mundo, comprenderlo, y conquistar el bienestar?

Cuando Descartes exhorta a dominar la naturaleza dice claramente cuál es la razón para ello. Una razón que desde el confortable 2016 puede parecer banal, pero que siglos atrás era trascendente: «…no solo es deseable de cara a la invención de una infinidad de artificios que nos permitirían disfrutar sin ningún esfuerzo de los frutos de la tierra y de todas las comodidades que se encuentran, sino también, y principalmente, de cara a la conservación de la salud, que es, sin duda, el bien primero y el fundamento de todos los demás bienes de esta vida».1

Fragment de l’obra “Organismos posnaturales de la Unión Europea del Center for PostNatural History” de Richard Pell

La explicación cartesiana resuena en dos piezas de vídeo presentadas en la exposición «+Humanos. El futuro de nuestra especie». Una es un fragmento del documental Nuestro pan de cada día, de Nikolaus Geyrhalte, y muestra con frialdad el funcionamiento del engranaje de la industria de la alimentación. La otra pieza es una pequeña entrevista con el artista Richard Pell, que ha elaborado una muestra con los fondos del Centro de Historia PostNatural, donde presenta diversos organismos vivos intencionadamente alterados por la acción humana, como, por ejemplo, la rata alcohólica diseñada por el Gobierno finlandés para combatir una de las principales causas de muerte entre los hombres del país.

Las imágenes de los polluelos vivos expelidos a alta velocidad por los tubos de una cadena de producción, del primer vídeo, y las de los pequeños monstruos postnaturales, del segundo, son emocionalmente turbadoras pero racionalmente coherentes con nuestra evolución intelectual.

+ HUMANS. Entrevista. Cathrine Kramer presenta “Nuestro pan de cada dia” de Nikolaus Geyrhalter from CCCB on Vimeo.

La humanidad ha realizado diques como el castor hasta que ha podido construirlos de otra forma. Como recuerda Richard Pell, mucho antes de la ingeniería genética los cruces tradicionales han dado como resultado las verduras, las hortalizas y muchos de los animales que conocemos. En cuanto a la industria alimentaria, estamos ante la respuesta a la escasez de otros siglos, con las herramientas de la máxima eficiencia productiva.

Debemos entender que la rueda del carro prefigura el neumático y el camino de polvo, la autopista. Y si lo hacemos, entonces también entenderemos que la gran cuestión que plantea la intervención humana en la naturaleza no es la artificialización de la vida. Desengañémonos: ningún invidente rechazará la visión que la ciencia le podrá ofrecer eventualmente. La cuestión crucial de nuestra larga relación con la naturaleza se encuentra en el destino de este viaje. No se trata tanto de lo que hacemos, sino de hasta dónde queremos llegar haciéndolo.

+ HUMANS. Entrevista. Richard Pell habla de “Organismos postnaturales de la Unión Europea del Center for PostNatural History” from CCCB on Vimeo.

La pregunta es pertinente desde el momento en que la gran eficacia en el sometimiento del mundo a nuestras necesidades pone de manifiesto una serie de pérdidas. El uso de los combustibles fósiles ha impulsado la industria y las comunicaciones, pero altera el clima y envenena el aire. La idea de que podemos llegar a vivir en un mundo absolutamente medido, controlado y organizado con criterios científicos y racionales, expresada por Auguste Comte en el siglo xix, es falsa. Con todo, seguimos colectivamente aferrados al mantra de que siempre habrá soluciones para cualquier problema que se nos plantee.

La incertidumbre y el misterio no se ven erosionados por el avance del conocimiento: hacen las veces del horizonte que se desplaza más allá cuando navegamos. Quizás no haya soluciones para todo, tal y como sugiere Laura Allcorn en el vídeo, también presentado en «+Humanos», Proyecto de polinización humana. Partiendo de la inquietante desaparición de las colonias de abejas, cuya causa se desconoce, Allcorn ha diseñado una herramienta polinizadora para humanos con el fin de ejecutar la función de estos insectos, eso sí, con resultados menos eficientes.

+ HUMANS. Entrevista. Laura Allcorn habla del “Proyecto de polinización humana” from CCCB on Vimeo.

El progreso, entendido como la evolución hacia estadios cada vez más perfectos, es poco útil para los retos de esta era. El nuevo paradigma deberá ser el límite. A diferencia del progreso, que parte de una creencia pseudorreligiosa, el concepto de límite no se fundamenta en apriorismos, sino que se redefine cada vez en contraste con la realidad. De hecho, los límites son el gran dato de la realidad y se pueden percibir en aspectos tan diferentes como el agotamiento de los recursos o la imposibilidad de hacer microchips más pequeños indefinidamente.

El futuro no está escrito. Es posible que las capacidades de modificar la naturaleza aumenten exponencialmente y nos lleven a alteraciones de la biología o de la conciencia que ahora se encuentran en el terreno especulativo. Ante estos posibles desarrollos, se tiende a bendecir irreflexivamente el cambio o a realizar enmiendas a la totalidad. Pero también es posible mirar cada caso sin prejuicios y sin olvidar que, como demuestra la relación entre seguridad y libertad, los humanos no hemos nacido para tenerlo todo a la vez.

1 Descartes, René. El discurs del mètode. Edicions 62, Barcelona 2001, pág. 119.

Los robots no lloran

15 de febrero de 2016 No Comments

De Blade Runner a los robots camareros que llevan tentempiés a los huéspedes de un hotel. De Terminator a los llamados robots asesinos, que hacen tareas militares. De Bender, el simpático y travieso robot de Futurama, a los exoesqueletos, unas estructuras que permiten andar a los impedidos. De Her a los robots programados para cuidar ancianos o criaturas. La robótica ha dado en los últimos años un salto importante: de la ficción de la gran pantalla y la celulosa a la realidad más palpable de nuestra vida cotidiana. El hecho de que los robots se conviertan en más ciencia que ficción ha alimentado numerosos debates, tanto éticos como prospectivos.

La exposición «+Humanos», que hasta el 10 de abril puede visitarse en el CCCB, recoge y subraya muchos de estos interrogantes que nos preocupan. Plantea preguntas del tipo: ¿somos ya todos cíborgs? ¿Tendrías una relación íntima con un robot? ¿Nos extinguiremos si no cambiamos nuestra forma de vida? Las máquinas han pasado de ser creaciones de mentes imaginativas a cobrar vida en los laboratorios. De la sordidez de los entornos industriales se han trasladado al calor de las casas y del sector servicios. De ser máquinas que se limitan a funcionar como algo exógeno, en la distancia, han pasado a hibridarse con el cuerpo humano. Es el caso, por ejemplo, de Neil Harbisson, que lleva implantado en la cabeza un dispositivo que le permite oír colores, o de las prótesis ortopédicas artísticas que plantea en The alternative limb project la artista Sophie de Oliveira Barata.

The alternative limb project, Sophie de Oliveira

En este magma de transformaciones, una de las preguntas que nos hacemos primero es: ¿los humanos serán sustituidos por máquinas? Esto puede dar miedo. Muchos nos horrorizamos cuando la película Inteligencia artificial, de Spielberg, narraba la historia de unos laboratorios que crean un niño robot, capaz de amar y que podría sustituir a un hijo. Sin embargo, el primer campo donde la pregunta resulta más plausible es el económico. ¿Podrán sustituir las máquinas a los trabajadores? El Banco de Inglaterra y el Banco de América Merrill Lynch no solo responden afirmativamente, sino que incluso ponen cifras a esta nueva realidad. Un informe del primero establece que en las próximas décadas se destruirán en el Reino Unido 15 millones de puestos de trabajo. Por su parte, Merrill Lynch pronostica que los robots y la inteligencia artificial comportarán una reducción del 35% de los puestos de trabajo en el Reino Unido y hasta del 47% en Estados Unidos.

Este horizonte, que suele leerse de forma apocalíptica, no deja de dibujar una evolución natural, un escenario que ya se dio con la mecanización del campo o la industrialización. No debemos lamentarnos si las tareas que los humanos dejarán de hacer son las más peligrosas, las más monótonas, las de menor valor añadido. Los japoneses delegaron en unos robots la limpieza y reconstrucción de la planta nuclear de Fukushima después del terremoto y el tsunami de 2011. Mientras los artefactos ahorran peligros, las personas podemos concentrarnos en las tareas más creativas, imprevisibles, sociales…, en definitiva, en las más humanas. Es la reflexión que plantea Cao Fei en el vídeo ¿La utopía de quién?, donde recoge las aspiraciones de obreros de una fábrica de bombillas. La artista reflexiona sobre las contradicciones de una sociedad que aspira a crear artefactos más humanos –con pensamientos y emociones– y que, por contra, exige a los humanos que trabajen como máquinas.

+HUMANS. Entrevista. Cathrine Kramer presenta “La utopia de qui?” de Cao Fei from CCCB on Vimeo.

Es necesario superar este contrasentido. Y tan absurdo es pretender mecanizar a los humanos como humanizar las máquinas. En 2008 el ruso Aleksandr Prokopovich impulsó la primera «robo-novela», un relato escrito por una máquina que produjo una versión de Anna Karenina al estilo del escritor Haruki Murakami. El texto, sin embargo, no dejaba de ser una imitación. Como reconocía el propio Prokopovich, los robots no pueden crear. «El programa nunca podrá convertirse en autor, del mismo modo que Photoshop nunca podrá ser Rafael», explicaba el ruso al periódico The Saint Petersburg Times.

Otra pregunta nos inquieta: ¿cuál tiene que ser la relación entre los robots y las personas? Otra ficción, Her, narra la historia de un hombre que se enamora del sistema operativo de su ordenador. Los robots se introducen en los espacios más íntimos: en la crianza, en la asistencia, en las relaciones afectivas y sexuales. La artista y madre Addie Wagenknecht ha desarrollado un brazo robótico que mece suavemente la cuna de su bebé. La herramienta la ayuda a combinar trabajo creativo y maternidad.

+ HUMANS. Entrevista. Catherine Kramer presenta “Optimització de la Criança, 2a part” d’Addie Wagenknecht from CCCB on Vimeo.

Introducir robots en la crianza puede resultar provocador; socialmente, se entiende como un espacio reservado a los progenitores. Pero ¿por qué este tabú, si los robots pueden desempeñar una función similar a la de los vigilabebés? Podemos dejar que la robótica nos asista en las tareas más mecánicas de la crianza. Podemos dejar que estos artefactos duerman al bebé siempre que los progenitores le den el beso de buenas noches. Otros robots polémicos son los que se introducen en el cuidado de ancianos o niños e incluso aquellos que se emplean para la satisfacción sexual, como la Máquina orgasmática de Julijonas Urbonas de la que se habla en la exposición.

En Barcelona, en el Institut de Robòtica i Informàtica Industrial (IRI), un centro de investigación de la UPC y el CSIC, desarrollan desde 2013 un robot capaz de ayudar a una persona a vestirse. En proyectos como este, con los llamados robots sociales, ¿dónde están las líneas rojas? Una de las investigadoras del IRI, Carme Torres, lo tiene claro; me explicaba hace unos años que los robots tienen que ampliar las capacidades de los humanos, no sustituirlos. Es decir, bienvenidos los exoesqueletos, pero no los hijos hechos de lata y bits. Isaac Asimov ya lo apuntaba en las tres leyes de la robótica que modelan a las criaturas metálicas de sus ficciones: los robots no deben hacer daño a los humanos, tienen que obedecerlos y han de procurar por su subsistencia siempre que esto no entre en contradicción con las demás leyes.

La subsidiariedad de las máquinas respecto a los humanos que Asimov sacralizaba no se cumple siempre. Es el caso de los llamados robots asesinos, diseñados y programados para hacer tareas militares; parecen replicantes de Blade Runner sofisticados y llegados al siglo xxi. Más de 2.500 investigadores en inteligencia artificial y robótica criticaron en una misiva el año pasado este tipo de máquinas. El proyecto de Heidi Kumao también muestra máquinas rebeldes, pero no porque tengan una pulsión asesina. Son «actrices robóticas», ingenios que no cumplen ninguna función y que se mueven erráticamente.

+ HUMANS. Entrevista. Heidi Kumao parla de “Mal comportament: màquines rebels” from CCCB on Vimeo.

Kumao asegura que quería hacer máquinas femeninas, emotivas y diferentes de los robots funcionales y precisos. La femineidad en la robótica, sin embargo, no debería pasar tanto por crear máquinas disfuncionales, sino más bien por garantizar la presencia femenina en los equipos de ingenieros y no reproducir en sus productos los estereotipos de género de los de carne y hueso.

El hecho de que los robots hayan pasado de las industrias a las casas y de que busquen la interacción con los humanos –se intenta perfeccionarles el tacto, la inteligencia y las emociones– hace que surjan muchos de estos debates. En medio de la discusión irresuelta, ya hay quien reclama una legislación que recoja los desafíos de la robótica y la inteligencia artificial. Hay que pensar con calma la respuesta a estos interrogantes. No me gustaría que un robot me ahorrara una caricia o un abrazo reconfortante. Por contra, las tareas más peligrosas o desagradables, se las podemos encargar. Al fin y al cabo, esta actitud no deja de ser un paso más en la búsqueda de la supervivencia y el placer humanos. Dejemos que los robots nos asistan y nos ahorren sufrimientos; mirándolo bien, los robots no lloran.

¿Cuándo dejaremos de ser humanos?

5 de febrero de 2016 No Comments

«Ser inmortal es baladí; menos el hombre, todas las criaturas lo son, pues ignoran la muerte.»

Jorge Luis Borges

La ficción, ya sea religiosa, literaria o cinematográfica, está plagada de seres inmortales. Muchos de ellos fueron humanos algún día. Por diversas razones traspasaron la barrera para convertirse en no muertos, espíritus, superhombres, dioses… La mayoría no son muy felices. Aun así, los humanos, tal vez por ser animales conscientes de que vamos a morir, aspiramos a alargar la vida todo lo posible, a veces hasta a pesar de nuestra propia voluntad; a estar jóvenes el mayor tiempo posible, a intentar revertir los efectos del envejecimiento con todas las armas que tenemos a nuestro alcance. La ciencia es una de las más poderosas.

Imaginemos cinco bebés recién nacidos. Cada uno está en su propia incubadora. Todos casi idénticos, igual de humanos unos que otros. Pero cada uno ha sido modificado «quirúrgicamente» para tener una ventaja sobre el resto. Puede ser la facilidad de adaptarse y sobrevivir a un medio cambiante, un genoma especialmente diseñado para potenciar la longevidad, ser el más rápido corriendo los 100 metros lisos, un sistema inmune reforzado capaz de vencer enfermedades que no tienen cura… ¿Hasta dónde estaríamos dispuestos a llegar en esa manipulación de nuestra propia naturaleza humana?

Transfigurations, Agatha Haines. Exposición “+HUMANOS. El futuro de nuestra especie”.

Ese es el dilema que nos presenta Agatha Haines con su obraTransfiguraciones dentro de la exposición «+HUMANOS. El futuro de nuestra especie», que ofrece hasta el 10 de abril el CCCB. La obra nos plantea dilemas mucho más reales de lo que puedan parecer a simple vista. El año pasado, un equipo de científicos chinos fueron los primeros del mundo en anunciar que habían modificado embriones humanos no viables para intentar corregir una enfermedad genética. Usaron una técnica muy novedosa que se conoce como crispr. Sin entrar en detalles, esta herramienta es como un editor de textos que permite copiar y pegar en el genoma humano o el de cualquier otra especie con una facilidad sin precedentes. Aunque aún hay que demostrar que es segura, esta tecnología abre el mismo dilema ético que nos presenta Haines: ¿estamos dispuestos a modificar nuestra propia naturaleza a pesar de los riesgos? La respuesta parece evidente si se trata de corregir enfermedades incurables. Lo difícil es que una herramienta tan poderosa se quede solo ahí y no sea usada para otros fines menos loables, desde la aparición de nuevos superhumanos a la recreación de neandertales, como ya ha sugerido algún científico de Estados Unidos.

En un mundo azotado por crisis migratorias debidas al hambre, las guerras e incluso el clima, en el que una minoría exigua acumula los mismos recursos que millones de pobres y donde parece que las leyes se hagan solo para no molestar a los poderosos, lo más preocupante es que estas técnicas introduzcan otro factor de desigualdad terrible.

+ HUMANS. Entrevista. Cathrine Kramer presenta “Transfiguracions” d’Agatha Haines from CCCB on Vimeo.

Los dilemas de la edición genómica se han discutido ya en recientes cumbres internacionales de expertos de los países más adelantados en este campo: Estados Unidos, China y otros. Uno de los mayores riesgos es que esa edición genética no sea del todo limpia y deje defectos congénitos que se transmitirán durante generaciones y podrían causar hasta una reacción en cadena en nuestra especie imposible de controlar.

¿Qué les diríamos a los bebés de Haines si crecieran y preguntaran de dónde vienen los niños? La explicación del espermatozoide fecundando el óvulo puede acabar siendo tan pacata como la de la cigüeña. «Tú naciste gracias al sistema inmune de una bacteria que cortó una parte defectuosa de tu genoma y te introdujo genes sanos que no eran tuyos. Después usamos un óvulo donado por una mujer a la que probablemente nunca conocerás y te engendraste en el vientre de otra mujer contratada a tal efecto.» Aún improbable, pero inquietante. Otra opción: «Tú tienes tres progenitores y gracias a ellos no sufres una enfermedad congénita.» Una posibilidad real y que veremos muy pronto en países como Reino Unido.

Explicar cómo nacemos se está volviendo mucho más complejo y eso es exactamente lo que explora la obra Futuros: reproductivos, de Zoe Papadopoulou y Anna Smajdor. Es posible que nuestros hijos y nietos necesiten un máster en biología molecular para entender en detalle cómo nacieron. Pero la claridad es inversamente proporcional a la precisión y, al fin y al cabo, nadie conoce los mil y un detalles del proceso de fecundación y desarrollo de un embrión, ni siquiera los mejores científicos del mundo pueden explicarlo al completo. Lo que sí debemos pensar ya es cómo aseguraremos que todas estas magníficas biotecnologías no se usen para mal.

+ HUMANS. Entrevista. Cathrine Kramer presenta “Futurs reproductius” de Zoe Papadopoulou i Dra. Anna Smajdor from CCCB on Vimeo.

Si describir de dónde venimos puede complicarse, más difícil aún es adivinar adónde vamos. La esperanza de vida se está alargando en los países desarrollados y también en muchos que hasta hace poco eran considerados del tercer mundo. España es uno de los líderes mundiales en longevidad y aquí hay registrados un buen número de los llamados supercentenarios. Se trata de personas que superan el siglo de vida en buena salud, y su número se va a multiplicar por 10 antes de 2050. La pirámide de población del mundo es apabullante en este sentido. Mientras que la población de 0 a 64 años se espera que crezca un 22% hasta 2050, la de 100 o más lo hará un 1.000%. Mientras esto sucede, los centros de investigación más prestigiosos del mundo están comenzando a concebir el envejecimiento como un proceso reversible. Investigaciones recientes han mostrado intervenciones sorprendentes en mamíferos, en las que la sangre joven rejuvenece el cerebro y revierte el deterioro cognitivo asociado a la vejez. En el laboratorio, intervenciones como la restricción calórica alargan de forma sorprendente la esperanza de vida de muchos animales.

Cuando todos lleguemos a los 150, de Jaemin Paik, explora a través de sugerentes imágenes cómo será la vida en un mundo con cada vez más personas mayores. ¿Serán los cincuentones los nuevos treintañeros que huyen del compromiso de casarse o tener hijos porque aún les queda mucho por vivir? ¿Cuántas parejas estables e hijos pueden tenerse durante una vida de 100 años o más? ¿Hasta cuándo podrán las personas ser jóvenes en términos de actividad física y sexual? ¿Cambiarán los cánones de belleza y las aspiraciones de las personas? ¿Está nuestro cerebro preparado para asumir todos estos cambios? Y, más importante, ¿todo esto nos hará más felices?

+ HUMANS. Entrevista. Cathrine Kramer presenta “Quan tots arribem als 150″ de Jaemin Paik from CCCB on Vimeo.

Conectar con el mundo: cíborgs y ciborguismo

25 de enero de 2016 No Comments

La primera vez que vi un cíborg en directo fue en 2009. Aquel año mi amigo Raúl me informó emocionado de la visita de Kevin Warwick a Terrassa, mi ciudad natal, con motivo de una conferencia que impartía dentro del Concurso Internacional de Robótica. Llegó el día y la expectación era máxima. El profesor de cibernética hablaba de su trabajo diario frente a una audiencia repleta de jóvenes ingenieros. Fascinados, atendíamos al discurso de un experimentador que era a su vez el principal experimento: Warwick llevaba implantado un chip que conectaba su sistema nervioso a una máquina, lo que le convertía en el primer cíborg de la historia.

Durante toda la conferencia tuve la impresión de que nos encontrábamos muy cerca de esos futuros que había descubierto en tantos libros y películas de ciencia ficción. Sin embargo, pese a que su trabajo con robots e inteligencias artificiales era puntero, lo que más llamó mi atención fue una de las aplicaciones en las que Irena, su mujer, sufrió los daños colaterales de convivir con un pionero en esa área. Warwick explicaba entre risas que había logrado convencerla para que participara en su investigación y que habían realizado una comunicación directa cerebro a cerebro. Él sentía en su cerebro los movimientos de la mano de su mujer. Incluso, añadiendo un toque picante al discurso, el investigador afirmaba que ese tipo de conexión era aún más íntimo que el sexo.

Kevin Warwick. Author: Robert Scoble, 2008

La idea me pareció maravillosa. Mi concepto de cíborg siempre se había acercado más al de un ser humano al que le quitamos algo de humano y le ponemos algo de máquina, y de golpe descubría una interacción que se saltaba la barrera de los cuerpos de dos personas y les permitía comunicarse a un nivel de intimidad nunca visto. Aquello no sonaba artificial, sino tremendamente humano. No se hablaba de bits, cables o conexiones sino de sensaciones y sentimientos. El ciborguismo les permitía sentirse el uno al otro como ninguna pareja lo había conseguido hasta el momento. Era un paso más en nuestra capacidad de interactuar con los otros, de sentirnos, de unirnos.

Por fortuna para su discreta vida, Warwick no parecía uno de esos cíborgs futuristas de Ghost in the Shell. Sus implantes estaban muy bien disimulados bajo la ropa. El primer avance hacia la visibilidad ciborguiana quedaba reservado para Neil Harbisson, quien tuvo que batallar con el gobierno británico hasta que aceptaron la antena que asoma bajo su cabellera como parte de su cuerpo, lo que le convertía en el primer cíborg con documentación oficial que demostraba su condición. Neil luce tan llamativo complemento capilar porque nació con una acromatopsia que solo le permite ver en escala de grises. Gracias a su extensión artificial es capaz de convertir los colores en sonidos y así «escucharlos» gracias a la plasticidad del cerebro.

Esta peculiaridad de Neil –sumada, por qué no decirlo, a un gran afán mediático y un importante sentido de la notoriedad pública– le ha llevado a dar conferencias alrededor del mundo como cofundador de la Cyborg Foundation, defendiendo que los humanos podamos instalar en nuestros cuerpos tecnologías que como a él nos permitan desarrollar nuevos sentidos o extender los que ya tenemos más allá de nuestra corporeidad. ¿Se preguntan si existen límites físicos para esa extensión sensorial? En la exposición «+Humanos» del CCCB tenemos la respuesta: un pintoresco busto (bautizado como «cabeza sonocromática») dispone de la tecnología para detectar un color por medio de una réplica de la cámara de Neil que le envía la información a través de internet. Estará recibiendo las frecuencias de los colores desde cualquier lugar del mundo. Teniendo en cuenta que por la exposición han pasado miles de visitantes y que aún se esperan muchos más hasta el 10 de abril, solo podemos decir una cosa: bendita paciencia la de Neil.

+ HUMANS. Entrevista. Neil Harbisson parla del “Cap sonocromàtic” (Cyborg Foundation) from CCCB on Vimeo.

Dejando a un lado peripecias artísticas de semejante calibre, el movimiento del que Neil Harbisson es abanderado abre muchísimas posibilidades a las personas que, como él, padecen alguna limitación como la acromatopsia. Al fin y al cabo, el cometido de su cámara es el mismo que el que nos llevó a desarrollar hace miles de años las primeras prótesis artificiales: suplir una discapacidad con elementos ajenos al cuerpo humano. Visto de esta manera, el ciborguismo es una excelente solución para todas las personas que sufren un impedimento remediable mediante la tecnología.

El caso de Moon Ribas es distinto. La otra fundadora de la Cyborg Foundation no necesitaba suplir ninguno de sus sentidos, sino que quiso aumentarlos por medio del que se bautizó como brazo sísmico. Con la idea de experimentar el planeta de una forma más profunda se introdujo en el brazo un sensor que vibra cuando se produce un terremoto en cualquier parte del planeta, lo que según palabras de Moon le ha permitido extender sus sensaciones con ese «nuevo sentido sísmico». Si bien es cierto que ese nuevo sentido no deja de ser una suerte de interocepción –o percepción interna– que todos tenemos, la iniciativa de Moon es una pequeña muestra del enorme potencial del ciborguismo. Su sensibilidad se extiende a cualquier lugar del mundo, lo que le permite ser más consciente de lo que sucede en nuestra realidad. Bien pensado, esta circunstancia no es nueva para los que vivimos en el primer mundo: el último atentado en París o la triste situación de los refugiados de Siria han removido muchísimas más conciencias ahora que si hubieran tenido lugar hace diez o veinte años, gracias al acceso que tenemos a toda esa información a través de nuestras tablets y smartphones –también han dado voz a multitud de racistas e intolerantes, no lo olvidemos–. Lo único que nos diferencia de Moon Ribas o Neil Harbisson es que no llevamos la tecnología integrada en nuestro cuerpo.

+ HUMANS. Entrevista. Moon Ribas parla del “Braç sísmic” (Cyborg Foundation) from CCCB on Vimeo.

Pero olvídense –al menos a corto plazo– del desarrollo de capacidades para las que nuestro cerebro no esté preparado por la evolución que ha tenido este órgano hasta la actualidad. Si Thomas Nagel reflexionaba en 1974 sobre qué se siente al ser un murciélago, Kevin Warwick actualiza y reformula la cuestión en clave tecnológica en su libro I, cyborg al preguntarse: «En ausencia de referentes sensitivos previos, ¿mi cerebro será capaz de procesar señales que no se corresponden con la vista, el oído, el olfato, el gusto o el tacto?» Sin embargo, es casi imposible no dejar volar nuestra imaginación con las maravillosas posibilidades que ofrece el ciborguismo. Piensen en lo que podría ser sentir lo que siente el planeta –permítanme semejante antropomorfización de nuestro hogar–, o conectar con las emociones de los habitantes de todo el globo.

Tal vez esa hiperconectividad nos permita comprendernos mejor unos a otros. Extender nuestra empatía no solo a los que percibimos con nuestros sentidos clásicos, sino también a los que sentimos de nuevas formas gracias a la tecnología. Un futuro utópico con muchos baches en el camino –todo avance tecnológico conlleva su reverso tenebroso, ya que las posibilidades de control de una sociedad crecerían exponencialmente si la red tuviera acceso a nuestras interioridades, amén de que con nuevas diferencias nacerían nuevos miedos y odios–, pero que bien aprovechado podría servir para lograr una mayor comunión entre los individuos de nuestra especie. Quién sabe, tal vez nuestro futuro se convierta en una gran ironía por la que incorporar tecnología a nuestros cuerpos nos acaba haciendo más humanos.

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