«Dueños y poseedores de la naturaleza». Este es el papel que Descartes quería que desempeñaran los humanos, tal y como apuntó en su célebre Discurso del método en 1637. Pero había instrucciones más antiguas en el mismo sentido en el Génesis: «Sed fecundos, multiplicaos, llenad la Tierra y dominadla». Hoy, en la segunda década del siglo xxi, con el cambio climático y la pérdida de biodiversidad encima de la mesa, parece más fácil que nunca contemplar la relación de los humanos con la naturaleza como la historia de una agresión perpetrada con dos armas peligrosas: el racionalismo y la tecnociencia. Ciertamente es fácil, demasiado fácil.
Antes de que existieran el cartesianismo y la Biblia, los homínidos ya ejercían el papel de dominadores del mundo. Lo hacían movidos por el mismo resorte que los impulsaba a comer o a copular, porque intervenir en la naturaleza es lo que hacen los que forman parte de ella. ¿Por qué el castor construye diques con ramas? Es evidente que la naturaleza ha proporcionado los instrumentos para su modificación, y los que se sirven de ellos lo hacen de acuerdo con su nivel evolutivo. ¿Qué es la vida si no una modificación constante en todas sus escalas?
Hablar de la naturaleza como si fuera un colectivo social maltratado es el resultado de una herencia cultural con fuertes dosis de arcadismo. ¡Despertemos a la realidad! La armonía nunca ha existido: nuestros antepasados tenían que enfrentarse al rayo y los colmillos del tigre con muy poco y la supervivencia estaba en riesgo a cada segundo. El dominio de la naturaleza es la transformación de un planeta hostil en un hogar. ¿Cómo no tenía que avanzar este proceso intervencionista si la inteligencia humana podía leer el mundo, comprenderlo, y conquistar el bienestar?
Cuando Descartes exhorta a dominar la naturaleza dice claramente cuál es la razón para ello. Una razón que desde el confortable 2016 puede parecer banal, pero que siglos atrás era trascendente: «…no solo es deseable de cara a la invención de una infinidad de artificios que nos permitirían disfrutar sin ningún esfuerzo de los frutos de la tierra y de todas las comodidades que se encuentran, sino también, y principalmente, de cara a la conservación de la salud, que es, sin duda, el bien primero y el fundamento de todos los demás bienes de esta vida».1
La explicación cartesiana resuena en dos piezas de vídeo presentadas en la exposición «+Humanos. El futuro de nuestra especie». Una es un fragmento del documental Nuestro pan de cada día, de Nikolaus Geyrhalte, y muestra con frialdad el funcionamiento del engranaje de la industria de la alimentación. La otra pieza es una pequeña entrevista con el artista Richard Pell, que ha elaborado una muestra con los fondos del Centro de Historia PostNatural, donde presenta diversos organismos vivos intencionadamente alterados por la acción humana, como, por ejemplo, la rata alcohólica diseñada por el Gobierno finlandés para combatir una de las principales causas de muerte entre los hombres del país.
Las imágenes de los polluelos vivos expelidos a alta velocidad por los tubos de una cadena de producción, del primer vídeo, y las de los pequeños monstruos postnaturales, del segundo, son emocionalmente turbadoras pero racionalmente coherentes con nuestra evolución intelectual.
+ HUMANS. Entrevista. Cathrine Kramer presenta “Nuestro pan de cada dia” de Nikolaus Geyrhalter from CCCB on Vimeo.
La humanidad ha realizado diques como el castor hasta que ha podido construirlos de otra forma. Como recuerda Richard Pell, mucho antes de la ingeniería genética los cruces tradicionales han dado como resultado las verduras, las hortalizas y muchos de los animales que conocemos. En cuanto a la industria alimentaria, estamos ante la respuesta a la escasez de otros siglos, con las herramientas de la máxima eficiencia productiva.
Debemos entender que la rueda del carro prefigura el neumático y el camino de polvo, la autopista. Y si lo hacemos, entonces también entenderemos que la gran cuestión que plantea la intervención humana en la naturaleza no es la artificialización de la vida. Desengañémonos: ningún invidente rechazará la visión que la ciencia le podrá ofrecer eventualmente. La cuestión crucial de nuestra larga relación con la naturaleza se encuentra en el destino de este viaje. No se trata tanto de lo que hacemos, sino de hasta dónde queremos llegar haciéndolo.
+ HUMANS. Entrevista. Richard Pell habla de “Organismos postnaturales de la Unión Europea del Center for PostNatural History” from CCCB on Vimeo.
La pregunta es pertinente desde el momento en que la gran eficacia en el sometimiento del mundo a nuestras necesidades pone de manifiesto una serie de pérdidas. El uso de los combustibles fósiles ha impulsado la industria y las comunicaciones, pero altera el clima y envenena el aire. La idea de que podemos llegar a vivir en un mundo absolutamente medido, controlado y organizado con criterios científicos y racionales, expresada por Auguste Comte en el siglo xix, es falsa. Con todo, seguimos colectivamente aferrados al mantra de que siempre habrá soluciones para cualquier problema que se nos plantee.
La incertidumbre y el misterio no se ven erosionados por el avance del conocimiento: hacen las veces del horizonte que se desplaza más allá cuando navegamos. Quizás no haya soluciones para todo, tal y como sugiere Laura Allcorn en el vídeo, también presentado en «+Humanos», Proyecto de polinización humana. Partiendo de la inquietante desaparición de las colonias de abejas, cuya causa se desconoce, Allcorn ha diseñado una herramienta polinizadora para humanos con el fin de ejecutar la función de estos insectos, eso sí, con resultados menos eficientes.
+ HUMANS. Entrevista. Laura Allcorn habla del “Proyecto de polinización humana” from CCCB on Vimeo.
El progreso, entendido como la evolución hacia estadios cada vez más perfectos, es poco útil para los retos de esta era. El nuevo paradigma deberá ser el límite. A diferencia del progreso, que parte de una creencia pseudorreligiosa, el concepto de límite no se fundamenta en apriorismos, sino que se redefine cada vez en contraste con la realidad. De hecho, los límites son el gran dato de la realidad y se pueden percibir en aspectos tan diferentes como el agotamiento de los recursos o la imposibilidad de hacer microchips más pequeños indefinidamente.
El futuro no está escrito. Es posible que las capacidades de modificar la naturaleza aumenten exponencialmente y nos lleven a alteraciones de la biología o de la conciencia que ahora se encuentran en el terreno especulativo. Ante estos posibles desarrollos, se tiende a bendecir irreflexivamente el cambio o a realizar enmiendas a la totalidad. Pero también es posible mirar cada caso sin prejuicios y sin olvidar que, como demuestra la relación entre seguridad y libertad, los humanos no hemos nacido para tenerlo todo a la vez.
1 Descartes, René. El discurs del mètode. Edicions 62, Barcelona 2001, pág. 119.