El próximo lunes 17 de octubre empezará el debate «La cultura y la vida. Diálogos sobre el impacto de la biotecnología», un proyecto conjunto del CCCB y el Centro Internacional para el Debate Científico con el objetivo de fomentar el diálogo entre ciencia y humanidades.
En los debates se planteará cómo los últimos adelantos en biotecnología van a cambiar nuestra forma de vida y qué incógnitas éticas y filosóficas surgirán de estas transformaciones. En este afán por acercar ciencias y humanidades, el ciclo contará con científicos como Miguel Beato, Jaume Bertranpetit, María Blasco, Jordi Camí i Pere Puigdomènech, que dialogarán con filósofos y pensadores como Àngel Puyol, Inez de Beaufort, John Gray i Daniel Gamper.
Podéis consultar el programa completo de los debates aquí.
Hoy os ofrecemos en nuestro blog un artículo que el filósofo Daniel Gamper, profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona y participante en los debates, ha escrito especialmente para esta ocasión. Esperamos que lo disfrutéis y que sirva para iniciar un debate que seguro que será controvertido:
«Los límites de la ciencia y la verdad en democracia»
por Daniel Gamper
«Si algo es posible, se acabará haciendo.» Esta advertencia acompaña el adelanto de la ciencia y la técnica desde hace un par de siglos. Lo que sucede en los laboratorios tiene efectos que pueden cambiar la forma de hacer de la sociedad. Por ello hay que estar atento, pero sin incurrir en alarmismos gratuitos. ¿Hasta dónde debe llegar esta supervisión? ¿Puede ponerse bajo el escrutinio público lo que hacen los científicos, controlar sus proyectos de investigación, someterlos a estrictas limitaciones éticas?
Dado que la comunidad científica, con deshonrosas excepciones, comparte unos ciertos estándares en cuanto a los procedimientos, a menudo puede confiarse en que los agentes implicados en la investigación se autorregularán. Sin embargo, en los casos en que dar confianza sería más bien una forma de temeridad, se establecen comités externos que funcionan como barreras normativas para evitar que lo deseable sea determinado por lo posible.
¿Cómo cambiará la biotecnología la vida humana? En el clásico "Blade Runner" ya se reflexionaba sobre esta cuestión
¿A quién le corresponde decidir los límites de lo deseable? ¿Quién tiene autoridad para definir la vida? En las grandes controversias éticas del mundo contemporáneo, se lucha por responder a esta pregunta en un sentido u otro. Algunos piensan que solo la apelación a la verdad puede ayudarnos, otros que hay que respetar por encima de todo la autonomía de los ciudadanos. Quienes nos inclinamos por abandonar la verdad como el faro que debe guiarnos en la oscuridad debemos velar para que no se confunda el poder con la autoridad y la fuerza con la verdad. Así pues, debemos velar por los procedimientos.
En democracia, a diferencia de lo que dice Benedicto XVI, no se decide la verdad y la mentira mediante el principio de la mayoría. En primer lugar, porque lo que eligen los ciudadanos y sus representantes no es asimilable a la verdad y, en segundo lugar, porque lo que pueden decidir está delimitado previamente por los principios fundamentales establecidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y en las normas que se adhieren a los mismos.
Sin embargo, sí tiene razón el jefe de la jerarquía católica al señalar que las democracias liberales han cortado su vínculo con la verdad. Y está bien que así sea, en especial cuando se trata de cuestiones controvertidas relativas a la ética. La democracia prioriza la justicia por encima de la verdad.
La justicia, cuando debe establecer los límites de lo factible, se pone al servicio del orden del mundo. Un orden que no nos preexiste, sino que está delante de nosotros y que a nosotros nos corresponde tutelar. Se trata, al fin y al cabo, de hallar el precioso equilibrio entre la imprudencia y la excesiva precaución tanto en la vida como en la ciencia. Siguiendo al Estagirita, conviene invocar entonces a la prudencia, la aptitud por inventar soluciones provisionales sin contar con manuales de aplicación claros y predeterminados, y sabiendo, al mismo tiempo, que las eventuales soluciones a que llegamos deberán ser revisadas a su vez una vez tras otra. En la elección de la guía, del consejero, del principio, radica nuestra libertad, que, al haber mucho en juego, es inseparable de nuestra responsabilidad.