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El CCCB, un centro comprometido con la literatura

21 de abril de 2016 1 Comment

Desde el 11 de diciembre de 2015, Barcelona forma parte de la red de Ciudades Creativas de la UNESCO en el campo de la literatura. Junto con Bagdad (Irak), Liubliana (Eslovenia), Lviv (Ucrania), Montevideo (Uruguay), Nottingham (Inglaterra), Óbidos (Portugal), Tartu (Estonia) y Ulyanovsk (Rusia), Barcelona ya posee el reconocimiento oficial de una realidad que hace mucho tiempo que es palpable en la calle.

La literatura es uno de los objetivos primordiales del CCCB y forma parte de sus principios fundacionales: «El CCCB es un espacio para la creación, la investigación, la divulgación y el debate de la cultura contemporánea en el que las artes visuales, la literatura, la filosofía, el cine, la música, las artes escénicas y la actividad transmedia se interconectan en un programa interdisciplinar». La literatura es, por lo tanto, uno de los temas que ha protagonizado más exposiciones y actividades en los veinte años de historia de la institución.

K15 // Martín Caparrós y Jon Lee Anderson © CCCB, Carlos Cazurro, 2015

En 1995, solo un año después de su inauguración, el CCCB presentó la exposición El Dublín de James Joyce, la primera de una serie dedicada a las ciudades y los escritores vinculados a ellas. Después de Dublín, el ciclo siguió con Las Lisboas de Pessoa (1997), La ciudad de K. Praga y Kafka (1999) y Cosmópolis. Borges y Buenos Aires (2002). Todas estas exposiciones iban más allá de la escritura para relacionar la obra de los autores con sus paisajes literarios y personales, para descubrir cómo las ciudades que habitaban eran protagonistas directos o indirectos de sus obras. En La Trieste de Magris (2011), la ciudad italiana servía de recorrido físico para la obra del escritor italiano; con Pasolini Roma (2013), el cineasta se encontraba con el escritor para reivindicar su papel más crítico, y el Archivo Bolaño (2013) recordaba el paso del escritor chileno por Blanes, Girona y Barcelona a través de un recorrido detectivesco que los visitantes tenían que resolver, en una especie de «metaexposición» que permitía descubrir relaciones y pistas dentro de la propia obra del autor de Los detectives salvajes.

ArchivoBolaño. 1977-2003 © Lidia González Alija, 2013

Han sido, asimismo, objeto de exposición y de debate autores como Calders (Los espejos de la ficción, 2000), Espriu (He contemplado esta tierra, 2013), W.G. Sebald (Las variaciones Sebald, 2015, una muestra que relacionaba los paseos del autor alemán con el arte contemporáneo), Julio Cortázar (Viajes, imágenes y otros territorios, 2004), Federico García Lorca (1998) y J.G. Ballard (Autopsia del nuevo milenio, 2008).

Espriu. He contemplado esta tierra © La Fotogràfica, 2014

Fue la exposición dedicada a Borges la que dio nombre al festival de literatura amplificada Kosmopolis, que celebró su primera edición en diciembre de 2002 y, puntualmente cada dos años (con algunas excepciones: en 2005 se celebró una especial coincidiendo con el Año del Libro y la Lectura y el 400 aniversario de la publicación del Quijote), ha reunido a algunos de los mejores autores de la literatura mundial, entre ellos a varios premios Nobel, Cervantes y Príncipe de Asturias, como Juan Marsé, Gao Xingjian, Claudio Magris, J.M. Coetzee, Tzvetan Tódorov, Amos Oz, Ismail Kadaré, Mario Vargas Llosa y Svetlana Alexiévich. Kosmopolis lleva el subtítulo de «literatura amplificada», porque es más que un festival de literatura, porque los temas de cada edición se relacionan entre ellos, porque la escritura, la ciencia, el cómic, la palabra escrita y oral, la música y el teatro forman parte de una programación que explora las letras desde perspectivas muy diversas. Y porque no se centra en una única expresión literaria, sino que las engloba a todas. Por todo ello, nos atreveríamos a decir que Kosmopolis es el único festival que se celebra en Barcelona de literatura entendida en su sentido más amplio, ya que otros encuentros, como BCNegra o Barcelona Poesía, se encuentran dentro del ámbito de la literatura especializada en el género negro y la poesía, respectivamente.

K04 // Mario Vargas Llosa © CCCB, Susana Gelida, 2004

Más allá de las exposiciones, el CCCB también ha acogido presentaciones de libros, cursos, actos de homenaje y conferencias de autores de todas partes del mundo. Por ejemplo, para citar solo a algunos: Paul Auster presentó su Diario de invierno en 2012; Erri de Luca habló del Mediterráneo; Amin Maalouf debatió sobre identidad y memoria; Orhan Pamuk reflexionó acerca del futuro del museo y la literatura; Herta Müller presentó una exposición de pequeño formato sobre su obra; Salman Rushdie nos explicó por qué vivimos en la era de la extrañeza, y Jonathan Safran Foer reivindicó la necesidad de no comer animales.

K15 // Salman Rushdie y Rodrigo Fresán © CCCB, Miquel Taverna, 2015

Somos conscientes de que la mejor manera de estimular el interés por la literatura es hacerlo desde la educación, por eso nos sumamos a iniciativas como Món Llibre y el festival de literaturas y arte infantil y juvenil FLIC, dos fiestas de las letras que acogemos en abril y enero, respectivamente, y que se centran en el público más joven a través de propuestas educativas, teatro, actuaciones musicales y juegos. Y es que los pequeños lectores pueden convertirse en grandes lectores y, por lo tanto, también son un público que puede crecer con nosotros.

En 2016 se conmemoraron los setecientos años de la muerte de Ramon Llull y a lo largo del año se realizaron varias actividades relacionadas con el escritor, filósofo, teólogo, profesor y misionero. En el CCCB nos sumamos a la celebración con una exposición, La máquina de pensar. Ramon Llull y el ars combinatoria, que ofrecía una nueva perspectiva en torno a su obra. Pero no es ni el primero ni el último aniversario que celebramos en el centro: también hemos recordado a J.V. Foix con el recital FestFoix. 25 años con/sin Foix; hemos acogido un homenaje a Joan Vinyoli en los treinta años de su muerte, Paseo de aniversario. Tributo a Joan Vinyoli, y Raimon leyó textos de Joan Fuster en la efemérides de 2012 que conmemoraba los noventa años de su nacimiento y los cincuenta de la publicación de su obra más importante, Nosaltres, els valencians. También celebramos, desde hace tres años, el Día Orwell; una vez al mes acogemos un encuentro dedicado a la palabra oral, PoetrySlam, y regularmente los Amigos del CCCB participan en el Klub de lectura dirigido por el periodista y escritor Antonio Lozano. Además, desde 2013, el CCCB forma parte de la plataforma Literature Across Frontiers, que promociona la literatura y la traducción en lenguas minoritarias y de la que forman parte festivales literarios de lugares tan diversos como Turquía, Polonia, el Reino Unido, Croacia, Noruega, Portugal o Eslovenia.

A parte de Llull, la programación literaria de 2016 estuvo llena de citas importantes. La programació contínua de Kosmopolis nos permitió disfrutar de la presencia de los escritores norteamericanos John Irving y Don DeLillo y en noviembre acogimos la Eurocon, el encuentro de literatura de ciencia-ficción más importante de Europa. El festival Primera Persona nos trajo autores como Renata Adler, Juan Marsé, Carlos Zanón y Jordi Puntí. Y también vinieron a hablar de libros y literatura autores como Elif Shafak, Mia Couto o Patrick Deville. Este 2017 hemos celebrado una nueva edición de Kosmopolis con invitados como John Banville, Pierre Lemaitre, Zeina Abirached, Jean Echenoz y PJ Harvey, que ofreció el primer recital poético en España, y tendremos con nosotros más nombres destacados de las letras contemporáneas.

Primera Persona 2015. La escritora Caitlin Moran y la periodista Marta Salicrú © CCCB, Miquel Taverna, 2015

Con todos estos antecedentes, la candidatura de Barcelona como Ciudad Literaria era un proyecto al que el centro se dedicó con entusiasmo y con el convencimiento de que era un reconocimiento que Barcelona se merecía desde hacía tiempo. Ahora, con este título honorífico, la ciudad entra de lleno en la liga de las ciudades creativas mundiales, y el CCCB seguirá estando en primera línea defendiendo la literatura como una de las bellas artes. Porque, tal y como definen los principios de Kosmopolis, la literatura es «el único discurso que no intenta modelar un mundo con fundamentos absolutos, fronteras disciplinarias o corsés ideológicos».

Más allá del cuerpo

25 de febrero de 2016 No Comments

En su pionero Velocidad de escape. La cibercultura en el final del siglo, escrito en 1995, traducido al castellano en 1998 por Ramón Montoya Vozmediano y publicado en Siruela, Mark Dery incluía un capítulo titulado «Robocopulación: sexo por tecnología igual a futuro», en el que se abordaban posibles vías de enaltecimiento y mejora del placer carnal a través del adorno o el complemento tecnológico. La mejora evolutiva de la lubricidad a través de algo que vaya más allá de la piel es, probablemente, tan vieja como el hombre, y no se trata, ni mucho menos, de ninguna posibilidad inédita que nos haya abierto esta revolución digital que, como bien sabemos, nos lo ha transformado todo (no siempre para bien, como sostenemos quienes contemplamos con alarma tanto la desintegración de la cultura del trabajo como el tsunami de narcisismo, ensimismamiento y atrofia de la empatía que ha traído consigo tanta hipervisibilidad y tanta abreviación de viejos protocolos relacionales de nuestro inmediato pasado analógico).

Portada de “Velocidad de escape”, Mark Dery, Editorial Siruela

El primer homínido que talló el primer consolador artesanal para usarlo en orificio propio o ajeno fue quizá el primer posthumano de la historia. La imagen incluso abre la posibilidad de un sujeto prehumano y posthumano al mismo tiempo, idea que relativiza la supuesta gran distancia recorrida por la humanidad entre la caverna y Tinder de un modo tan eficaz como el de la famosa elipsis de 2001, una odisea del espacio, que convertía una osamenta lanzada al aire en una sofisticada nave espacial descendiendo entre estrellas.

En su texto, Dery no podía reprimir su perplejidad ante la portada del número 2 de la revista Future Sex, que mostraba la grotesca imagen de una pareja hipercableada y con la piel forrada de adornos cibernéticos, estampa mucho menos estimulante que la de haber mostrado a la misma pareja, por decirlo de algún modo, piel con piel. También constataba el autor que las primeras tentativas de sexo virtual y sicalipsis tecnológica poco tenían que ver con un salto cuántico a la hora de redefinir el sexo, erigiéndose más bien en variantes algo incómodas de la sempiterna masturbación: «En un futuro de ciencia ficción en el que la conciencia no estuviese limitada a ese viejo contenedor (el cuerpo), sino que pudiese alojarse en la memoria digital de un cuerpo robótico, parecería al menos concebible que la sexualidad humana pudiese ser abstraída de cualquier encarnación, incluso de una conciencia humana reconocible como tal. Sin embargo, todas las especulaciones sobre la sexualidad posthumana se detienen ante un hecho inevitable: siempre se hacen desde un punto de vista humano, para quienes la idea misma de sexualidad se define en términos de carne y humanidad.»

Fotograma de Holy Motors, Leos Carax (2012)

Hay una imagen cinematográfica que parece abrir sutilmente la puerta de esa sexualidad posthumana: el coito en motion capture que propone Leos Carax en un momento de Holy Motors. Convenientemente enfundados en piel sintética puntuada por sensores, un hombre y una mujer elaboran una danza de acrobacias y de cunnilingus sin cunnilingus que es volcada en unas formas digitales que pronto abandonan toda verosimilitud anatómica para retorcerse, mutar y confundirse entre sí. Curiosamente, la imagen de esos amantes polimórficos se parece mucho a la que sirvió de portada a la edición española de Velocidad de escape.

Antes de que seamos capaces de dar ese salto conceptual que nos libere del cuerpo (uno de los sueños de la mística, de hecho: todo nos viene de antiguo y entre lo sacro y lo profano a menudo solo hay una membrana muy tenue), la interacción entre deseo y tecnología habrá tenido que afrontar uno de los grandes peligros detectados por privilegiados visionarios de nuestra imparable inmersión en el futuro: esa muerte del afecto de la que tanto habló un J. G. Ballard que, de hecho, junto a futuristas, dadaístas y Marshall McLuhan, acababa apareciendo inevitablemente en ese texto de Dery que hablaba tanto de la erotización de la máquina como de la deserotización –y deshumanización- del hombre. En la exposición «+Humanos. El futuro de nuestra especie» destacan dos piezas que, de algún modo, funcionan como la luz y la sombra de esta cuestión y buscan soluciones civilizadas al riesgo de nuestra caída en la sima del solipsismo y el onanismo existencial.

+ HUMANOS. Entrevista. Catherine Kramer presenta “Teledildónica para relaciones a distancia”, de Kiiroo from CCCB on Vimeo.

La Teledildónica para relaciones a distancia que propone la empresa Kiiroo une dos modelos de herramienta de uso común –por un lado, el consolador y la vagina portátil; por otro, las redes sociales y la comunicación virtual- para ofrecer una mejora evolutiva tanto del acto de sexo solitario con aditamento como de ese sexo telefónico cuyos usos benéficos para acortar lejanías geográficas entre amantes preceden en bastantes años la consolidación de las casi siempre nefastas líneas eróticas. Si el sexo telefónico ayudó y contribuyó a revitalizar el poder seductor de la palabra, la teledildónica ofrece la oportunidad de fortalecer aquel sentido que, según el maestro Jan Švankmajer –autor de una película fundamental sobre la masturbación y el fetiche: Conspirators of Pleasure-, tenemos más adormecido: el tacto. Sofisticados artilugios que masajean nuestros genitales mientras vemos a nuestros amantes en la distancia y hablamos con ellos proporcionan una innegable mejora respecto a otras estrategias previas, pero siguen topando con un viejo obstáculo que cobra una doble forma: pese a todo, seguimos estando solos, seguimos sintiendo la nostalgia de la piel…, porque no hemos aprendido a desarrollar una conceptualización de la sexualidad que nos libere del cuerpo. La teledildónica es algo parecido a comprarse un sofá mucho más cómodo (y con posibilidad de masajeo bajo el tapizado) para ponerlo donde antes había… otro sofá.

+ HUMANOS. Entrevista. Julijonas Urbonas habla de la “Máquina orgasmática” from CCCB on Vimeo.

La pieza de la exposición que más impresionó a este visitante fue la que prácticamente cerraba el recorrido: la Montaña rusa eutanásica de Julijonas Urbonas, una atracción aparentemente diabólica –pero en el fondo tan racional como la teledildónica- diseñada para garantizar una muerte inevitable –si bien placentera y espectacular- a sus usuarios. Es sabido que, en una exposición, las piezas dialogan entre sí y adquieren nuevos sentidos inesperados. Separadas por la distancia del recorrido, la Montaña rusa eutanásica y la Máquina orgasmática Cumspin conspiraban para inspirar una conexión entre Eros y Tánatos: además, habían salido de la cabeza de un mismo artista y compartían los códigos de la atracción ferial, lanzando el mensaje secreto de que el territorio cotidiano que más puede acercar al ciudadano de a pie a la experiencia mística de salirse del cuerpo es el parque de atracciones. Urbonas maneja, al hablar de su sofisticada Cumspin, conceptos tan estimulantes como los de «orgasmo hipergravitacional» y «sexo extraterrestre», que sugieren, pues, un acercamiento a esa utopía propuesta por Dery, la de una verdadera sexualidad posthumana que nos obligue a pensar más allá de nuestro envoltorio carnal. En la Cumspin se dan la mano el recuerdo del acumulador de energía orgónica de Wilhelm Reich y el de esa réplica bufa que fue el orgasmatrón imaginado por Woody Allen en El dormilón, al tiempo que se gestiona y racionaliza el uso seguro de esa autoasfixia erótica que llevó a los personajes de El imperio de los sentidos y a celebridades como David Carradine a transformar la petite mort en una muerte a secas. Lo desalentador de la Cumspin es lo que acaba diciendo de ella Julijonas Urbonas al final del vídeo: es solo una hipótesis. Es decir, pertenece, todavía, al terreno de lo utópico.

Muchas películas de ciencia ficción recientes han hablado del robot como prótesis afectiva de una humanidad tocada por severos déficits emocionales. Cada vez resulta más fácil volcar una simulación del afecto en una inteligencia artificial, pero parece que todavía se nos escapa eso de inventarnos sexualidades que trasciendan nuestra condición humana. Quizá el futuro acabe siendo eso: el lugar en el que amor y sexo vivirán en universos radicalmente distintos, donde aquello que llamábamos amor será lo que simularán nuestras creaciones sintéticas, mientras que todos nosotros nos hallaremos embarcados en inéditas acrobacias y posibilidades sexuales para las que ni siquiera hemos sido, de momento, capaces de esbozar un lenguaje.

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