De Blade Runner a los robots camareros que llevan tentempiés a los huéspedes de un hotel. De Terminator a los llamados robots asesinos, que hacen tareas militares. De Bender, el simpático y travieso robot de Futurama, a los exoesqueletos, unas estructuras que permiten andar a los impedidos. De Her a los robots programados para cuidar ancianos o criaturas. La robótica ha dado en los últimos años un salto importante: de la ficción de la gran pantalla y la celulosa a la realidad más palpable de nuestra vida cotidiana. El hecho de que los robots se conviertan en más ciencia que ficción ha alimentado numerosos debates, tanto éticos como prospectivos.
La exposición «+Humanos», que hasta el 10 de abril puede visitarse en el CCCB, recoge y subraya muchos de estos interrogantes que nos preocupan. Plantea preguntas del tipo: ¿somos ya todos cíborgs? ¿Tendrías una relación íntima con un robot? ¿Nos extinguiremos si no cambiamos nuestra forma de vida? Las máquinas han pasado de ser creaciones de mentes imaginativas a cobrar vida en los laboratorios. De la sordidez de los entornos industriales se han trasladado al calor de las casas y del sector servicios. De ser máquinas que se limitan a funcionar como algo exógeno, en la distancia, han pasado a hibridarse con el cuerpo humano. Es el caso, por ejemplo, de Neil Harbisson, que lleva implantado en la cabeza un dispositivo que le permite oír colores, o de las prótesis ortopédicas artísticas que plantea en The alternative limb project la artista Sophie de Oliveira Barata.
En este magma de transformaciones, una de las preguntas que nos hacemos primero es: ¿los humanos serán sustituidos por máquinas? Esto puede dar miedo. Muchos nos horrorizamos cuando la película Inteligencia artificial, de Spielberg, narraba la historia de unos laboratorios que crean un niño robot, capaz de amar y que podría sustituir a un hijo. Sin embargo, el primer campo donde la pregunta resulta más plausible es el económico. ¿Podrán sustituir las máquinas a los trabajadores? El Banco de Inglaterra y el Banco de América Merrill Lynch no solo responden afirmativamente, sino que incluso ponen cifras a esta nueva realidad. Un informe del primero establece que en las próximas décadas se destruirán en el Reino Unido 15 millones de puestos de trabajo. Por su parte, Merrill Lynch pronostica que los robots y la inteligencia artificial comportarán una reducción del 35% de los puestos de trabajo en el Reino Unido y hasta del 47% en Estados Unidos.
Este horizonte, que suele leerse de forma apocalíptica, no deja de dibujar una evolución natural, un escenario que ya se dio con la mecanización del campo o la industrialización. No debemos lamentarnos si las tareas que los humanos dejarán de hacer son las más peligrosas, las más monótonas, las de menor valor añadido. Los japoneses delegaron en unos robots la limpieza y reconstrucción de la planta nuclear de Fukushima después del terremoto y el tsunami de 2011. Mientras los artefactos ahorran peligros, las personas podemos concentrarnos en las tareas más creativas, imprevisibles, sociales…, en definitiva, en las más humanas. Es la reflexión que plantea Cao Fei en el vídeo ¿La utopía de quién?, donde recoge las aspiraciones de obreros de una fábrica de bombillas. La artista reflexiona sobre las contradicciones de una sociedad que aspira a crear artefactos más humanos –con pensamientos y emociones– y que, por contra, exige a los humanos que trabajen como máquinas.
+HUMANS. Entrevista. Cathrine Kramer presenta “La utopia de qui?” de Cao Fei from CCCB on Vimeo.
Es necesario superar este contrasentido. Y tan absurdo es pretender mecanizar a los humanos como humanizar las máquinas. En 2008 el ruso Aleksandr Prokopovich impulsó la primera «robo-novela», un relato escrito por una máquina que produjo una versión de Anna Karenina al estilo del escritor Haruki Murakami. El texto, sin embargo, no dejaba de ser una imitación. Como reconocía el propio Prokopovich, los robots no pueden crear. «El programa nunca podrá convertirse en autor, del mismo modo que Photoshop nunca podrá ser Rafael», explicaba el ruso al periódico The Saint Petersburg Times.
Otra pregunta nos inquieta: ¿cuál tiene que ser la relación entre los robots y las personas? Otra ficción, Her, narra la historia de un hombre que se enamora del sistema operativo de su ordenador. Los robots se introducen en los espacios más íntimos: en la crianza, en la asistencia, en las relaciones afectivas y sexuales. La artista y madre Addie Wagenknecht ha desarrollado un brazo robótico que mece suavemente la cuna de su bebé. La herramienta la ayuda a combinar trabajo creativo y maternidad.
+ HUMANS. Entrevista. Catherine Kramer presenta “Optimització de la Criança, 2a part” d’Addie Wagenknecht from CCCB on Vimeo.
Introducir robots en la crianza puede resultar provocador; socialmente, se entiende como un espacio reservado a los progenitores. Pero ¿por qué este tabú, si los robots pueden desempeñar una función similar a la de los vigilabebés? Podemos dejar que la robótica nos asista en las tareas más mecánicas de la crianza. Podemos dejar que estos artefactos duerman al bebé siempre que los progenitores le den el beso de buenas noches. Otros robots polémicos son los que se introducen en el cuidado de ancianos o niños e incluso aquellos que se emplean para la satisfacción sexual, como la Máquina orgasmática de Julijonas Urbonas de la que se habla en la exposición.
En Barcelona, en el Institut de Robòtica i Informàtica Industrial (IRI), un centro de investigación de la UPC y el CSIC, desarrollan desde 2013 un robot capaz de ayudar a una persona a vestirse. En proyectos como este, con los llamados robots sociales, ¿dónde están las líneas rojas? Una de las investigadoras del IRI, Carme Torres, lo tiene claro; me explicaba hace unos años que los robots tienen que ampliar las capacidades de los humanos, no sustituirlos. Es decir, bienvenidos los exoesqueletos, pero no los hijos hechos de lata y bits. Isaac Asimov ya lo apuntaba en las tres leyes de la robótica que modelan a las criaturas metálicas de sus ficciones: los robots no deben hacer daño a los humanos, tienen que obedecerlos y han de procurar por su subsistencia siempre que esto no entre en contradicción con las demás leyes.
La subsidiariedad de las máquinas respecto a los humanos que Asimov sacralizaba no se cumple siempre. Es el caso de los llamados robots asesinos, diseñados y programados para hacer tareas militares; parecen replicantes de Blade Runner sofisticados y llegados al siglo xxi. Más de 2.500 investigadores en inteligencia artificial y robótica criticaron en una misiva el año pasado este tipo de máquinas. El proyecto de Heidi Kumao también muestra máquinas rebeldes, pero no porque tengan una pulsión asesina. Son «actrices robóticas», ingenios que no cumplen ninguna función y que se mueven erráticamente.
+ HUMANS. Entrevista. Heidi Kumao parla de “Mal comportament: màquines rebels” from CCCB on Vimeo.
Kumao asegura que quería hacer máquinas femeninas, emotivas y diferentes de los robots funcionales y precisos. La femineidad en la robótica, sin embargo, no debería pasar tanto por crear máquinas disfuncionales, sino más bien por garantizar la presencia femenina en los equipos de ingenieros y no reproducir en sus productos los estereotipos de género de los de carne y hueso.
El hecho de que los robots hayan pasado de las industrias a las casas y de que busquen la interacción con los humanos –se intenta perfeccionarles el tacto, la inteligencia y las emociones– hace que surjan muchos de estos debates. En medio de la discusión irresuelta, ya hay quien reclama una legislación que recoja los desafíos de la robótica y la inteligencia artificial. Hay que pensar con calma la respuesta a estos interrogantes. No me gustaría que un robot me ahorrara una caricia o un abrazo reconfortante. Por contra, las tareas más peligrosas o desagradables, se las podemos encargar. Al fin y al cabo, esta actitud no deja de ser un paso más en la búsqueda de la supervivencia y el placer humanos. Dejemos que los robots nos asistan y nos ahorren sufrimientos; mirándolo bien, los robots no lloran.