Un drone, hasta hace poco, era un zumbido o un abejorro. Pero no es actualmente una palabra de uso común gracias a los ruidos o el mundo animal. La palabra drone es más conocida hoy como sinónimo «de avión sin piloto». No es, sin embargo, un invento del siglo XXI. Hace años los llamábamos «aviones teledirigidos». Pero el progreso sí ha supuesto por lo menos tres novedades que han hecho que necesitáramos una palabra nueva: la autonomía de vuelo, la distancia con quien controla los mandos y su uso militar.
La capacidad letal es el origen de la fama de los drones en la última década, pero también tienen usos civiles y comerciales. Dos empresas gigantes, Amazon y Google, se pelean hoy para ver quién será capaz de hacer que estos aparatos transporten paquetes de un almacén a casa en un par minutos. Pero muchas empresas más imaginan otros servicios para los drones: cultivar un prado, realizar tareas de salvamento, revisar tuberías en las azoteas de edificios u obtener mejores imágenes de casas en venta. Sus usos comerciales se dispararán a partir de 2018, con una nueva legislación en Estados Unidos. Los drones no solo son aviones con un piloto remoto; algunos de estos usos nuevos serán –si todo bien– con aviones autopilotados, capaces de reaccionar mediante un software.
Sin embargo, la triste fama de los drones y el motivo del debate Drones. El asedio a distancia es la impresionante habilidad para matar que han demostrado. Hasta ahora solo tres países han matado con drones: Estados Unidos, Reino Unido e Israel. El uso militar de los drones no reside solo en disparar misiles. La vigilancia y el reconocimiento son usos estratégicos más comunes. La mayoría de los países que tienen drones –más de 50– son de este tipo más inofensivo. La violencia futura de los drones no será solo en forma de bombas. China –y otros países también, seguro– trabaja en aviones que puedan llevar a cabo guerra electrónica: bloquear el sistema GPS, confundir programas de localización de objetivos…
Pero los drones letales han sido más evidentes y, además, han actuado en espacios aéreos con libertad de movimientos, sin amenazas de defensas antiaéreas o aviones de combate: Pakistán, Afganistán, Somalia, Yemen, Gaza. Los drones estadounidenses han constituido una de las dos grandes herramientas en la campaña antiterrorista del presidente Obama desde 2008 –la otra son las fuerzas especiales. Está por ver su eficacia en una guerra real, donde el enemigo disponga de armas antiaéreas. Quizá se trabajará con drones más pequeños, indetectables: los hay de 15 centímetros. También habrá pronto drones que podrán vivir en el aire, con una autonomía solar de hasta tres años. Es un mundo por descubrir.
La actividad constante de los drones estadounidenses en zonas remotas ha hecho que los presuntos miembros de Al Qaeda y de sus filiales no hayan podido vivir ni entrenar tranquilos. Obama ha reducido su uso en los últimos dos años, pero el precio que se ha pagado con víctimas civiles es enorme. La rabia que ha sentido la población afectada por verse siempre bajo amenaza hace dudar del éxito del método.
Los drones pueden funcionar con inteligencia humana: alguien avisa de que un objetivo está o estará en tal lugar y se ataca. Pero el objetivo puede estar con su familia o en una fiesta. ¿Qué hacer entonces? Dependerá de la importancia del objetivo para la fuerza atacante. Los drones también han actuado mediante unos ataques denominados «de firma»: la inteligencia norteamericana establece un patrón que define actividades terroristas; por ejemplo, una caravana de coches o un campo de entrenamiento. Si un drone de reconocimiento graba una actividad que sigue estos criterios, se puede atacar. Las consecuencias han sido a veces terribles.
El general del aire retirado Michael Hayden –jefe del NSA durante las semanas dramáticas posteriores al 11-S– ha dicho en referencia a los ataques contra el estado islámico en Irak que «la confianza en el poder aéreo tiene todos los atractivos del sexo esporádico: parece ofrecer toda la gratificación, pero sin ningún compromiso». A Hayden le parece que una estrategia como ésta es dudosa e insuficiente. Ahora imaginemos una estrategia en que el poder aéreo está en manos de aviones sin piloto. ¿Qué tipo de sexo sería? Hace años que el presidente Obama lo practica.
Jordi Pérez Colomé es periodista experto en política internacional y autor del blog Obamaworld. Participa en el debate Drones. El asedio a distancia, que tendrá lugar el próximo 2 de octubre en el marco del proyecto Bajo asedio.