© Miquel Taverna, CCCB
El origen de los festivales de música quizá debería buscarse en el siglo VI aC en la antigua Grecia, con los Juegos Píticos de Delfos, que, entre otras actividades, llevaban a cabo concursos musicales (mousikos agon). Algunos de los precedentes posteriores los podemos situar en Alemania, con festivales como el de Bayreuth (1876), impulsado por Luis II de Baviera y Wagner, así como el Donaueschingen Festival (1921), dedicado a la música contemporánea, pero, como pasó también con el cine, habrá que esperar al fin de la Segunda Guerra Mundial para ver este «formato cultural» normalizado. Tampoco hay que olvidar el Festival de la Canción de Eurovisión (1956), el primer festival de música mainstream que se televisó a nivel internacional. Entre la «música contemporánea» y el populismo extremo de Eurovisión, están todos aquellos festivales que acogían a bandas de estilos más populares; por ejemplo, el Reading Festival (1961), de blues y jazz; el Fantasy & Magic Mountain Music Festival (1967), que sería el primer macrofestival de rock (folk, psicodelia…), al que seguirían el Monterey Pop (1967), el Festival de Woodstock (1969), el Glastonbury Festival (1970) y el Isle of Wight Festival (1968). Si de los 60 a fines de los 80 los festivales eran pocos y de público masivo (con una asistencia de entre 200.000 y 600.000 personas), en los 90 el modelo estalla hasta convertirse en una plaga descontrolada que deriva hacia temas muy diversos, que van más allá de la música o el cine. Las causas pueden ser muchas y muy variadas: desde la liberalización de los mercados, pasando por el auge de la música indie, siguiendo por la inversión de las administraciones en el «turismo cultural», algunas directrices de las subvenciones públicas que empiezan a fomentar todo lo que tiene que ver con las «industrias culturales y creativas», la aparición del «patrocinio cultural», el aumento del PIB de muchos países occidentales, derivado de la burbuja inmobiliaria…
En este contexto nacen dos de los grandes festivales de Barcelona, el Primavera Sound (2001) y el Sónar (1994). Se trata de festivales de éxito indiscutible que han abierto subsedes en otras ciudades del mundo, que han incorporado espacios dedicados a la industria musical o a los nuevos formatos culturales y que generan derivados culturales, como producciones audiovisuales o sellos discográficos. Para expresarlo en una metáfora agroalimentaria, es como un modelo de monocultivo intensivo que obtiene grandes rendimientos económicos y productivos en muy poco tiempo, con unas rentas muy concentradas y productos tematizados. Los grandes festivales son necesarios tanto para el circuito musical como para los músicos y para los consumidores musicales, pero también es cierto que desarrollan un tipo de producción y consumo musical que debe complementarse con las actividades que ofrecen las salas de conciertos, las programaciones regulares o puntuales de centros culturales de todo tipo, las fiestas populares, los comercios musicales o los workshops / talleres de investigación musical. Hablamos de espacios de formación, de reflexión y crítica que fomentan políticas y actividades de proximidad (sean lucrativas o no, exportables o no), vinculadas a los protagonistas del territorio, donde a menudo estos establecen un diálogo con músicos, profesionales o expertos internacionales; espacios horizontales que permiten un feedback con estos mismos protagonistas y, a la vez, experiencias musicales más personalizadas, rutas menos masivas, más variadas, menos prefijadas.
© Miquel Taverna, CCCB
Hace tiempo leí un artículo de Jordi Bertran titulado «Sobre la fiesta». Sostenía que la fiesta es «el reflejo de los conflictos latentes en la comunidad que se hacen visibles en las celebraciones de los distintos ciclos del calendario». Destacaba su función catalizadora, el hecho de que rompe con el tiempo del trabajo (el tiempo productivo), a la vez que supone una ruptura de los códigos de comportamiento; en definitiva, decía Bertran, se trata de una «terapia regeneradora de la comunidad celebrando que, inconscientemente, vivía una insubordinación evidente contra las jerarquías gracias a un retorno imaginario hacia un cierto igualitarismo».
El BCNmp7, como tantas otras actividades que tienen lugar en la ciudad alrededor de la música, aborda este doble compromiso: por un lado «ser el reflejo de los conflictos latentes en la comunidad» (conflictos que no son más que tensiones y debates de orden social, económico, político, histórico, cultural) y, al mismo tiempo, servir como «terapia regeneradora de la comunidad» por medio de la puesta en escena de propuestas musicales «únicas», es decir: trabajadas colectivamente (con la ayuda de todos los agentes y colectivos programadores de las sesiones), hechas expresamente, pensadas para un contexto, que es el que les da valor y sentido. A veces lo conseguimos, a veces simplemente nos quedamos en el intento, pero no bajamos la guardia.
El ciclo del BCNmp7 (Músicas en Proceso) de 2014 ya ha llegado a su meridiano, después de tres de las cinco sesiones programadas.
Primera sesión: una música incontrolable
La primera sesión tuvo lugar el 6 de marzo. Programada por la promotora musical Sidewalk Bookings y el colectivo Los Cuatro Cocos, fue una apuesta por la música underground (por ponerle una etiqueta) más contundente. El debate inicial, conducido por Xavi Sánchez Pons y Quique Ramos, tuvo como protagonistas al periodista y miembro del colectivo Detakon Víctor Ginesta, la fotógrafa Alejandra Núñez y responsables del colectivo Màgia Roja. El debate no ofreció grandes conclusiones, simplemente trató cuestiones que aún ahora crean controversia y sospechas; por ejemplo, el origen del término y las prácticas DIY, la confrontación entre el mainstream y el underground y la propia recepción musical y el papel del público, mucho más atraído por entornos ya conocidos o celebrados antes de las salas pequeñas o los rincones más inhóspitos de la escena musical (esto se comentó tanto en la mesa como abajo).
Pharmakon, Una bèstia incontrolable y Coàgul. © Miquel Taverna, CCCB
A continuación se pasó al «núcleo duro» de la sesión, a la música, a los tres directos de tres artistas que son, precisamente, aquellos que defienden y potencian los propios invitados al debate: Coàgul, Una bèstia Incontrolable y Pharmakon. Dicen de Coàgul que hace black metal y folk apocalíptico, pero tanta etiqueta no es capaz de hacer justicia a la hipnosis coaguladora del músico, su noche es la de la alquimia, la del alma, la árida oscuridad de los poetas (también locales), la del grito desangrándose bajo el gong de la campana y de la electrónica primitiva; todo el copioso público que llenaba el teatro del CCCB puede certificarlo.
A continuación Una Bèstia Incontrolable removió la energía en otra dirección, la del punk, pero con una fuerza inusual, despertando a la bestia también en el público. Pharmakon (Estados Unidos), una músico joven, como Coàgul, raya los veintipocos, hija de la cultura punk, nos devolvió a una esfera más íntima, interpelando al público desde abajo, incomodándolo desde las vísceras y removiéndolo en la palestra con el noise. Los conciertos se iban enlazando con colaboraciones entre los músicos, como un hilo argumental necesario, una guía hacia la catarsis final, cuando todos los músicos subieron para entonar el último tema. Y sí: fue catártico.
«¿Por qué debería importarle a una persona madura que un grupo punk toque en un museo? ¿Habrá alguien con un guayómetro? Si te gusta el grupo deberías confiar en que te gustará el concierto. Para mí es gracioso porque en Nueva York un concierto de grupos locales cuesta entre 7 y 10 €. El concierto del jueves cuesta 7 € y, por lo general, los conciertos en casas okupas o centros sociales cuestan 3 €, así que por 4 € más tienes un concierto en un sitio diferente.» Pharmakon, entrevistada por Alejandra Núñez (VICE)
Segunda sesión: la escena industrial / new wave en Barcelona en perspectiva
Debat BCNmp7 © Miquel Taverna, CCCB
La segunda sesión fue el 16 de abril y se presentó como un diálogo entre la música industrial y la música new wave del pasado y la del presente. Los programadores fueron Boston Pizza Records y Domestica Records, dos sellos y promotores musicales muy distintos; el primero se mueve entre los músicos locales que empatizan más con sus filias musicales, y el segundo, Domestica, se ha establecido como un sello que cubre estilos como el new wave, el krautrock, el electro, el experimental o el minimal, y centra parte de sus esfuerzos en los discos de coleccionismo. La final de la Copa del Rey Barça-Madrid se lo complicó al público (el fútbol, este gran contraprogramador), pero, aun así, más de 150 personas se animaron a asistir. El pasado de la escena electrónica de los 80 (plena transición) estaba representado por los invitados de la mesa redonda: Víctor Nubla (Macromassa), Gat (Ultratruita, New Buildings, fundador del sello G3G), J. J. Ibáñez (Kremlyn).
Suele ser complicado hacer un debate y no caer en la fraseología de «nuestros tiempos eran mejores», como si entonces existiera una inocencia en el sector, una originalidad inmaculada que hoy en día es imposible encontrar. No es exactamente así; la historia de la cultura es el arte de la copia transformada, pero lo que está claro es que los contextos en los que se da la producción y recepción/consumo musical no son equiparables. Estos debates sirven para ofrecer una prueba de estas diferencias.
Los conciertos fueron, en primer lugar, a cargo de Tvnnel (Valencia), un músico que no ha editado aún su primer disco y que, por medio de tres sintetizadores y un secuenciador, construye sus melodías y ritmos subterráneos en directo. La veteranía la aportó el francés Philippe Laurent, un artista muy completo (multimedia), cargado de teoría musical y cultural (su obsesión es cómo perciben las personas los signos y los símbolos y su significado respectivo), pero que, después de haber tocado rodeado de sintetizadores gigantes en los 80, ha optado por una puesta en escena y una música aparentemente mucho más fácil, con compases binarios y estructuras bailables y sencillas.
¿Con qué argumento contestarías a alguien que después de escuchar este disco llegara a la conclusión de que son solo ruidos?
«Que consulte la palabra “electroacústica” en la Wikipedia. También puede mirar Pierre Schaeffer, el Tratado de los objetos sonoros, eso es anterior a cuando habían nacido tus padres. Por otro lado, que busque en la Wikipedia la palabra “punk” y relacione ambas cosas. LT Caramel y yo, por la edad que tenemos, somos la primera generación del punk y de lo que era la música industrial en Europa. Siempre hemos trabajado con estas cosas situacionistas y muy poco académicas y ortodoxas. Pero la electroacústica ocupa estanterías en las tiendas de discos de los países civilizados.» Víctor Nubla, entrevistado por Carles Batalla (Revista Rambla)
Tercera sesión: Zeidun, una genealogía
Zeidun © Miquel Taverna, CCCB
La tercera sesión (Me mata pero me gusta: genealogía de Zeidun) tuvo lugar el 15 de mayo de la mano de Gentnormal y La Fonoteca Barcelona. Zeidun fue (o mejor dicho, es) una banda de post-hardcore que se creó, en los años 90, a la sombra del Montseny; sus miembros son: Joan Colomo (Unfinished Sympathy, La Célula Durmiente, Joan Colomo…), Dalmau Boada (Les Aus, Omega V, Esperit!, La Célula Durmiente, Orquestra de Sant Celoni…), Càndid Coll (Murnau B, El Petit de Ca l’Eril, Autodestrucció, Orquestra Punk, Red Sexy Band…), Xavi Garcia (Surfing Sirles…) y Albert Trabal (Orquestra de Sant Celoni…). Algunos de ellos también han pasado por bandas como Rain Still Falling, Ariadna, Cain, Moksha, The Cheese, Country Mejicano, entre muchas otras.
Zeidun empezaron a tocar cuando eran preadolescentes, y veinte años después, gracias a la magia de Gentnormal y La Fonoteca Barcelona, se reencontraron en el escenario con algunas de las bandas que forman parte de esta constelación imparable de músicos: Joan Colomo, Surfing Sirles, Murnau B, Omega V, L’Orquestra de Sant Celoni, La Célula Durmiente, Autodestrucció, Esperit!
Y todo acompañado por unas cápsulas documentales muy emotivas, testigos de primera línea de juego y de fuego sobre los músicos. Las entradas se agotaron a manos de un público sediento de celebración y homenaje, de fiesta compartida, de aplausos y agradecimientos por tantos años de música contra viento y marea, por tanto tiempo de tocar sin esperar la gallina de los huevos de oro, en un ejercicio permanente de amistad y amor a la música por encima de todo. Las lágrimas de emoción pudieron vivirse en el escenario y fuera de él, en un revival único, pero revivido con la tranquilidad y la alegría de saber que ninguno de ellos ha claudicado, que todos siguen cogiendo el instrumento por el mango, luchando contra la muerte, la abnegación, el control industrial o la apatía.
«He vist bruixes i dimonis en rotllana tots
dansant, he vist a la vall secreta un gegant
damunt d’un nan. Som del Montseny,
xandalistes sense frens. Som del
Montseny, anarquistes i senseis»
Surfing Sirles, Montseny (del disco Romaní, Semen i Sang)
«Tiren la pedra i llavors amaguen la mà,
espera i veuràs com començaran a rodar caps,
jo ho sé i tu ho saps»
Joan Colomo, Cançó d’amor #2 (del disco La Fília i la Fòbia)
Dos sesiones pendientes del ciclo BCNmp7
La próxima sesión será el jueves 2 de octubre de la mano de Sones (sello y promotora discográfica) y Aurelio Santos (WTF Jam Sessions, del Jamboree, entre otros). Bajo el título de Barcelona Magnética, músicos de distintos estilos y procedencia nos explicarán su relación ambivalente con la ciudad, que, como todo imán, repele y atrae a un tiempo, pero, sobre todo, con la música. La sesión intentará poner de manifiesto, a través de los testimonios en primera persona, el secreto de este magnetismo y enfatizará la fuerza del momento, la improvisación, los encuentros inesperados y las sorpresas musicales a partir de una actuación que subirá al escenario a músicos que hasta ahora vivían, sin saberlo, escondidos unos de otros. Con la participación de Za!, Llibert Fortuny, Munir Hossn, David Soler, Pablo Schwarzman y otras sorpresas.
Finalmente, la última sesión, que tendrá lugar el jueves 13 de noviembre, está programada por Jordi Oliveras (Nativa/Indigestió) y Carlitos Carbonell (Internet 2) y cuenta con la colaboración de Marc Balfagon (Fundación Robo). Bajo el título de Políticas Musicales, la sesión pretende establecer un foro de debate sobre la relación existente entre la música y la política, un diálogo de largo recorrido que se concretará en la generación de unas cápsulas radiofónicas, algunas de las cuales se presentarán en la sesión y otras se adelantarán online; en segundo lugar vendrán las actuaciones de dos músicos de gran compromiso sociopolítico. En breve daremos más información.