El futuro del cliché
Mery Cuesta
El metal es un género musical fuertemente estereotipado. Alrededor de él se han establecido una serie de imaginarios bien definidos que actúan como emblemas de orgullo pero también como estigmas. Estas señas de identidad fijas y reconocibles se construyen, primero de todo, sobre el concepto de oscuridad: el color negro predomina en la cultura del metal ponderando el espíritu a la contra, esto es, la simpatía hacia el otro lado de la luz. Sobre este sombrío telón de fondo, desfilan las inevitables tachuelas de metal (tililantes como minúsculas estrellas), el áspero apresto del cuero, elementos pop como chapas o cruces invertidas, las largas cabelleras, y la sempiterna calavera, que con su aliento metafísico se erige históricamente como el símbolo subcultural por excelencia. Para acabar, perfúmese este amasijo de un intenso olor a cerrado y a testosterona.
Este compendio es en sí mismo, según el imaginario popular, un jevi o un metalero. Una prueba del algodón que demuestra la fuerte estereotipación asociada al género y a sus acólitos reside en la misma existencia de la parodia dentro del mainstream: desde la película This is Spinal Tap, hasta la madrileñísima Isi Disi, o aquel anuncio de 2007 de la ONCE de los jevis en la playa (“el premio más heavy de la ONCE”, decía el slogan), demuestran que la señas de identidad del heavy y el metal – indistinguibles para la generalidad de la esfera social- están fuertemente adheridas al inconsciente popular, pues es capaz de descodificarlas y, en consecuencia, reírse de ellas.
Y lo cierto es que a la sociedad ya le conviene estereotipar el metal, pues estereotipar – y ni digamos parodizar – las subculturas es domesticarlas. Poder reírse de los jevis y sus pintas es desactivarlos. Ridiculizar al otro es un mecanismo típicamente humano para perder el miedo a lo extraño. Y es que las subculturas vienen a ser como quistes en el sistema, esto, es, nódulos o grupúsculos que con su diferencia hacen que la sociedad vea amenazada la estabilidad que procura la homogeneidad. Para sobrevivir y conservar el espíritu a contrapelo que da razón de ser a lo subcultural, el metal debe evolucionar, unido, pero alejándose paulatinamente de los clichés. No se trata de encerrarse en uno mismo, de cocernos en nuestro propio jugo, sino de evolucionar nuestro sabor hacia nuevos confines. Esta evolución pasa por las alquimias con otras músicas, los recambios de ambición y la conquista de nuevos espacios.
También pasa por la ruptura y el divertimento estético. Me pedían hace poco unas declaraciones para un programa de Radio Euskadi dedicado al metal llamado “El bueno, el feo y el malo”, preguntándome si se puede ser jevi o metalero sin vestir como el cliché que comentábamos al principio. Yo digo que sí, que se puede porque el metal es una pasión que principalmente va por dentro. Yo digo que juguemos al despiste con los que encasillan y parodian. El futuro del cliché siempre debe ser el de desintegrarse y volverse a reintegrar de manera cíclica, reincorporando nuevas sustancias en cada mutación.
La parte por el todo
Joan S. Luna
Si existe un género al que parte de la crítica y ciertos sectores de los aficionados a la música alternativa ha tratado injustamente a lo largo de los años no cabe duda de que es el metal. Lastrado por algunos de los tópicos asociados desde sus inicios al heavy metal, sus detractores han confundido en infinidad de ocasiones la parte con el todo, errando el punto hacia el que disparaban una y otra vez sus dardos envenenados. Mientras a otros géneros incluso menos inquietos se les atribuían propiedades casi sobrehumanas, al metal se le trataba con ese desprecio que solamente puede dar el desconocimiento. Se le recluía en esas mazmorras oscuras y llenas de monstruos en las que supuestamente sucedían las historias que se nos contaban en muchos y muchos discos.
Pero mientras, fuera, libres y sin ataduras, infinidad de artistas experimentaban con aquellas primeras herramientas que los pioneros habían puesto en sus manos. Retorcían las reglas que solamente algunos consideraron inamovibles, deconstruían conceptos a la búsqueda de nuevos horizontes, provocaban cruces bastardos con otros géneros, aportaban novedades inimaginables y, con ello, ensanchaban el universo del metal. Así nacieron y evolucionaron, así nacen y evolucionan, así nacerán y evolucionarán infinidad de nuevos creadores que llevarán un paso más allá unas fronteras estilísticas que cada día quedan más difuminadas. Conforme eso sucede, el metal se aleja de los tópicos, crece, madura y se gana el respeto de muchos músicos y aficionados que entienden que siempre hay que sumar y nunca restar en cuestiones musicales.
Ahora, décadas después de que alguien rasgase una guitarra de un modo distinto dando pie al nacimiento de un nuevo sonido, la familia del metal ha crecido hasta límites insospechados expandiéndose en infinidad de subgéneros y evitando el anquilosamiento.
De ahí la necesidad de dar forma a algo como Metal·lúrgies. Porque queremos mostrar la diversidad del metal, porque queremos que salga a la luz su vocación experimental, porque queremos romper con los tópicos, porque queremos darle la relevancia que muchas veces se le niega, porque nos sentimos orgullosos de haberle prestado tanta atención a una música que toma mil caminos, formas y discursos, que adora la velocidad extrema y la lentitud más ceremonial, que puede levantar catedrales de sonido sobre guitarras eléctricas o puede echar mano de la electrónica para amplificar su crudeza y su fiereza. Y para ello nada mejor que compartirlo. Dejémonos llevar por la improvisación, por la electricidad y por la fiereza. Hagámoslo y, sobre todo, disfrutemos del camino juntos.
La sesión “Metalúrgias” del ciclo BCNmp7 tendrá lugar en el CCCB el 4 de junio. Más información en este enlace: http://www.cccb.org/es/musica_i_art_escenic-bcnmp7_metallrgies-153168