Centre Documentació i Debat

(Català) Zygmunt Bauman: l’educació

6 de marzo de 2013 No Comments

La agrariedad, según Perejaume

1 de marzo de 2013 No Comments

¿Com fer-nos món? ¿Com fer-nos més món? / ¿Com inserir-nos, com infantar-nos de bell nou / en el món per fer majestat de cada imatge, / per ser únicament món, prodigiosament món, / indiscriminadament món? / ¿I on és, religions al marge, la força que fa adorar?

(Perejaume, Pagèsiques, p. 63)

¿Qué distancia separa nuestros gestos de las cosas que nos rodean? ¿Participamos activamente en su creación o sólo las consumimos? ¿Y qué conexiones tenemos con el mundo que habitamos? Por muchos de nosotros, ha quedado casi olvidado el tiempo en el que el golpe, el roce, el trazo, la incisión eran las formas esenciales de relación con el entorno, una materialidad que había que dominar a menudo, con esfuerzo e insistencia, con el propio cuerpo. Así, por ejemplo, los pies y las manos han dejado de servir, definitivamente, para medir las distancias. Y, como recordaba Perejaume en el programa de TV3 Amb filosofia, la mayoría de nosotros vivimos en ciudades de las que no sabríamos (no podríamos) salir andando.

Drecera al bosc, 1905. MNAC

En nuestro papel de espectadores, consumidores, viajeros de superficie, tenemos a menudo una relación epidérmica con el mundo. Eso no significa, sin embargo, que sea una relación innocua o que no tenga consecuencias: aunque el vínculo entre nuestras acciones y sus resultados se desdibuja, nuestra responsabilidad se mantiene intacta. Pero este “vínculo débil” con los objetos, la tierra, el trabajo o el propio cuerpo nos hace sentir quizá visitantes más que habitantes del mundo que compartimos y con el que establecemos relaciones que no siempre contribuyen activamente a recrear y repensar nuestras condiciones de existencia para mejorarlas.

Como dice Perejaume en la introducción de Pagèsiques, “la potencia de sembrar y cultivar no es de naturaleza exclusivamente vegetal”. Quizá se puede trasladar la metáfora del cultivo, con todo lo que implica hacer germinar (el respeto por el ritmo inalterable de algunos procesos, la preparación y la espera, el cuidado), a los nuevos espacios que habitamos lejos de la naturaleza y de la tierra. Sin estar impregnada de la nostalgia por un pasado rural idealizado, la agrariedad podría convertirse en una alegoría del cuidado de los lugares que habitamos “en común”. En palabras de Perejaume:

“La agrariedad. Entendida, esta agrariedad, como cultivo de cualquier tipo de cosa. Del espacio antes que nada, cualquier espacio, en la medida en que no tenemos que pensar únicamente en encontrar un buen sitio sino en contribuir a que lo sea”.

Para saber más de lo que Perejaume entiende por “Agrariedad”, puedes acercarte al CCCB para escucharlo el próximo miércoles, 6 de marzo, en el marco del ciclo “En común”. Lo presentará su amigo Jacint Torrents, antropólogo experto en el mundo rural. Imperdible.

La libertad según Josep Ramoneda

28 de febrero de 2013 No Comments

Seguramente, la combinación de libertad y comunidad es una de las ecuaciones más difíciles de resolver. Cualquiera que haya asistido a la reunión de una comunidad de vecinos, o haya pasado un rato de juego en un parque infantil, habrá comprobado que el aprendizaje de los límites que se imponen a la propia libertad dura toda la vida, y es, sin duda, una píldora dura de tragar. No en vano, la discusión sobre dónde empieza nuestra libertad y acaba la de los demás ha sido objeto de largas e intricadas controversias filosóficas. ¿Cuándo deben estar las decisiones de la comunidad por encima de las decisiones individuales? ¿Son compatibles la igualdad y la libertad? ¿Somos plenamente responsables de nuestros actos? ¿Qué tipo de comunidad puede permitir al mismo tiempo el ejercicio de la libertad y la corresponsabilidad en el mantenimiento y la creación de los espacios y los bienes comunes? ¿Puede llegar a ser emancipadora la interdependencia?

“Auf freier Höhe”, Carl Spitzweg

Mientras que el neoliberalismo ha hecho de la libertad económica la clave de arco de su propuesta de sociedad, el socialismo y otras formulaciones de la izquierda han renunciado a menudo a la libertad individual en nombre de un proyecto social basado en la igualdad para el filósofo Josep Ramoneda, este ha sido “el pecado original de la izquierda”: tener miedo de la libertad pensando que comporta, inevitablemente, una mayor desigualdad social. En su último libro, La izquierda necesaria, Ramoneda reflexiona precisamente sobre el conflicto entre libertad e igualdad, y reivindica que la izquierda ha de recuperar el ideal de la libertad. Para eso, debe ser capaz de “descolonizar” la idea de libertad de los términos económicos en los que se plantea en nuestras sociedades de mercado, y de trabajar para que cada uno pueda disponer de las condiciones para pensar y decidir por sí mismo. El bienestar, recuerda Ramoneda, no es sólo una cuestión de rentas, sino sobre todo la ampliación de las posibilidades de realización y reconocimiento de cada uno de nosotros.

Para intentar dar algunas respuestas a los problemas que se plantean hoy al ejercicio de la libertad, Josep Ramoneda visitará el CCCB el próximo lunes 4 de marzo, a las 19:30 h. Este es un pequeño adelanto de los argumentos que planteará en su conferencia:

“Montesquieu decía que la razón y la libertad son dos rarezas que hacen al hombre diferente del resto del Universo, y Voltaire, que ser libre es “querer caminar y no tener gota”. ¿Hasta qué unto somos autores de nuestras propias vidas? ¿Tiene sentido hablar de libre albedrío? ¿Existe una libertad sustancial más llá de la resistencia al abuso de poder? ¿Puede haber reconocimiento del otro sin libertad? ¿Es la libertad condición necesaria para que el hombre sea tratado como un fin en sí mismo y nunca como un medio?”

Ramoneda intervendrá en el marco del ciclo “En común”, en el que ya han participado Ulrich Beck, Lydia CachoPeter Burke, Ramón Andrés, Xavier Antich, Joan Margarit, Joan Nogué y Marina Garcés. Entre todos, han ido perfilando algunos de los rasgos de la vida “en común” a la que estamos inevitable y felizmente abocados. Puedes escuchar sus conferencias y las pequeñas entrevistas que les hemos ido haciendo a todos ellos aquí.

Calígula también tenía autoestima. Josep M. Ruiz Simon en Breus CCCB

28 de febrero de 2013 No Comments

¿Cuándo y cómo se convirtió en una virtud la autoestima? ¿A qué intereses ideológicos responde esta supuesta virtud, recientemente acuñada? Encontraréis la respuesta a estas preguntas en L’ètica de l’autoestima i el nou esperit del capitalisme, la última publicación aparecida en la colección Breus, basada en la conferencia (ver vídeo aquí) pronunciada por Josep Maria Ruiz Simon en el marco del ciclo Virtuts ahora hará un año.

Estamos acostumbrados a pensar las virtudes como valores abstractos, universales y eternos, que acompañan y acompañarán al ser humano como un espejo ético y espiritual. ¿Quién osa poner en duda ideales tan arraigados en nuestra civilización como la sabiduría, la justicia, el coraje, la honestidad, la paciencia, la fortaleza o la moderación, todos ellos presentes en el ciclo Virtudes? Ciertamente, la autoestima no forma parte de este elenco venerable de cualidades morales encaminadas a una vida buena, bella y justa. Como explica Ruiz Simon, la actual consideración de la autoestima como una virtud tiene origen en el pensamiento utilitarista de autores como Benjamin Franklin, uno de los padres fundadores de los Estados Unidos, que descuidaron la idea aristotélica de que “las virtudes eran hábitos en sí mismos honorables”… independientemente de la felicidad que pudiesen dar a sus posesores. El carácter desinteresado que era la esencia de la virtud pasó a segundo plano en favor de un nuevo tipo de “contabilidad moral”: en Franklin la virtud es aquello que trae la felicidad entendida como éxito (por ejemplo, la prosperidad económica o el cielo).

La asociación creciente entre virtud, felicidad y éxito personal se constituyó en  una “ética precapitalista” indisociable del desarrollo de un capitalismo que se ha ido vaciando de contenido mientras consagra la eficacia, el liderazgo, la flexibilidad, la competitividad y la adaptabilidad. Estos nuevos valores con tufo empresarial, subsumidos en el valor supremo de la autoestima, se han esparcido en las últimas décadas al amparo del programa neoliberal y de derivados suyos como el pensamiento positivo y la industria de la autoayuda, que se han instalado en las estanterías de los supermercados, en los canales de televisión, en la política (el Tea Party és un claro exponente) y hasta la academia. Especialmente en los Estados Unidos, estas instancias han empleado un discurso ideológico según el cual sólo virtudes como la autoestima garantizan el progreso del individuo a través de la “selección natural de la economía”, que condena a la extinción a todos aquellos que contradicen sus exigencias. Es significativo que esta selección natural sui generis inculque la importancia de la autoestima a los individuos mientras los fuerza a humillarse y sacrificarse si quieren sobrevivir en medio de fenómenos como la precarización, la desregulación, la exclusión social o la célebre “privatización de las ganancias y socialización de las pérdidas”. El argumento es el siguiente; la falta de autoestima es la raíz del problema: la culpa no es del Estado, ni de la economía, ni de la empresa, ni de las instituciones, sino del individuo, que se ha quedado corto en su afán de superación y de optimismo. Así pues, la ética de la autoestima carga sobre el individuo una responsabilidad excesiva al paso que libera de responsabilidad social a los actores económicos y políticos. Recordemos a modo de ejemplo la divisa de Ronald Reagan: “En la presente crisis, el gobierno no es la solución a nuestros problemas; el gobierno es el problema”.

Paradójicamente, lejos de fomentar el amor propio la autoestima deviene una trampa, exigiendo la renuncia a la dignidad y a derechos sociales básicos, que es lo que a menudo implican eufemismos de la jerga empresarial como los arriba citados: eficacia, liderazgo, flexibilidad, competitividad y adaptabilidad. Esto de la autoestima está parece fantástico desde el punto de vista de los depredadores privilegiados de la especie que han conseguido imponer su ley en el proceso de selección natural de la economía neoliberal y contemplan el panorama desde la asepsia de sus despachos. Calígula y Jack el Destripador también tenían autoestima, observa Ruiz Simon. También la tenían, podríamos añadir, Bernard Madoff y otros “triunfadores” de las altas finanzas. Pero el resto de nosotros “haríamos bien en buscarnos otras virtudes”.

Lucas Villavecchia

Tres defensas de la democracia en tiempos de penuria, en la colección BREUS

20 de febrero de 2013 No Comments

El imaginario de la sociedad democrática liberal se ha construído sobre una noción, más o menos definida, de pacto y acuerdo. Ciertamente, cimientos democráticos como la tolerancia, la diversidad o la convivencia parecen inexplicables sin apelar a una voluntad de entendimiento, de diálogo entre diferentes. Con todo, a ningún observador atento de la realidad se le escapará la imprecisión, la fragilidad o la más absoluta desatención que estos principios conocen en su concreción cotidiana: en un mundo crecientemente marcado por la exclusión, la desigualdad y la injusticia la idea de un consenso social aproblemático y armónico podría parecer desde una ingenuidad biempensante hasta un relato interesadamente promovido para sostener determinados privilegios. Desde puntos de vista diversos, tres autores que han visitado el CCCB han reflexionado sobre la importancia de examinar con cuidado la complejidad de las interacciones, los equilibrios y los pactos que genera la convivencia democrática, así como las amenazas que ponen en entredicho los derechos sociales fundamentales en la actualidad. La reciente publicación de sus ponencias en la colección Breus es una ocasión idónea para releer los argumentos de Tzvetan Todorov, Avishai Margalit y Nancy Fraser.

CCCB (c) Miquel Taverna, 2012

Con Elogi de la moderació Tzvetan Todorov se remonta al fundamento teórico de los sistemas democráticos. En su ponencia –la tercera publicada en la colección Breus después de Sobre la tortura (2009) i Murs caiguts, murs erigits (2010)— Todorov recuerda que la esencia de la democracia se define por un delicado equilibrio: la moderación recíproca entre los diferentes poderes e instituciones que componen el Estado. El pacto democrático, pues, consistiría en un acuerdo de base según el cual cada poder limita al otro, eso que Montesquieu expresó con la máxima de que “un poder sin limitaciones no puede ser legítimo”. Con todo, interpretando estos principios en el contexto actual, Todorov analiza críticamente cómo la hegemonía del pensamiento ultraliberal altera este equilibrio fundamental: como la crisis actual ha puesto de manifiesto, la soberanía de las fuerzas económicas se impone sistemáticamente a la soberanía política e incluso a la propia deliberación democrática, constituyendo un caldo de cultivo para todo tipo de ideologías reduccionistas y antidemocráticas. Según Todorov, la reivindicación de la moderación fundacional de la democracia sería un reto fundamental para este presente marcado por la injusticia, la xenofobia y el populismo.

© Miquel Taverna – 2011

Si en su texto Todorov denuncia las desmesuras que desequilibran los acuerdos esenciales de la democracia, en Pactes enverinats Avishai Margalit propone una reflexión sobre los límites éticos que pueden corromper un pacto desde el momento mismo de su formulación. El profesor de Princeton sugiere la importancia de examinar meticulosamente los interlocutores con los cuales estamos dispuestos a transigir en un acuerdo. Con el recuerdo reciente de las revueltas populares contra el régimen de Mubarak en Egipto, Margalit subraya la imposibilidad de cerrar un pacto ético con regímenes sistemáticamente inhumanos y crueles. Convencido de que valores como la paz o la tolerancia –pese a ser cruciales para construir una convivencia democrática– no están intrínsecamente justificados en cualquier contexto, Margalit alerta del riesgo de firmar “pactos envenenados” que, independientemente de sus buenas intenciones, puedan acabar traicionando derechos fundamentales de terceros. En sus propias palabras: “La pregunta que siempre tendríamos que hacernos, tanto en la relación con los otros como con nosotros mismos, no es qué normas, qué valores y qué aspiraciones tenemos, sino que tipo de acuerdos estamos dispuestos a tolerar, qué clase de concesiones hacemos”.

CCCB (c) Miquel Taverna, 2012

Por su parte, Nancy fraser, con su texto Sobre la justicia: lliçons de Plató, Rawls i Ishiguro propone una reflexión sobre otro tipo de equilibrio igualmente delicado y fundamental: aquél que debe establecerse entre los derechos de redistribución, reconocimiento y representación para construir un régimen social justo. Esta concepción de la justicia como un equilibrio complejo ha sido el eje central del trabajo en la filosofía política de la pensadora norteamericana. Con todo, en esta conferencia celebrada en el marco del ciclo Virtuts, Fraser se aproximó a su propia teoría a través de un sugerente atajo literario: mediante una interpretación de la novela Nunca me abandones de Kazuo Ishiguro, la autora proponía un análisis incisivo de las condiciones y los fundamentos que pueden justificar una situación flagrante de injusticia en la que los derechos de redistribución, reconocimiento y representación son violados sistemáticamente. A partir de la reflexión sobre este relato extremo de injusticia Fraser sostiene una contundente argumentación sobre los imperativos éticos y políticos que deberían guiar nuestro comportamiento ciudadano en defensa de un orden social más justo, Al fin y al cabo, como la propia autora recuerda en su ponencia, “de la justiciam no se tiene nunca una experiencia directa. Por lo contrario, la injusticia sí que la experimentamos, y es tan sólo mediante esta experiencia que nos formamos una idea de la justicia”.

En un momento en que el proyecto democrático parece agotarse bajo la presión de los intereses económicos y los discursos xenófobos y excluyentes, la revisión crítica de nuestros imaginarios políticos parece un imperativo ciudadano irrenunciable. Desde ópticas diferentes pero complementarias los textos de Todorov, Margalit y Fraser nos proponen tres sugerentes puntos de partida para reflexionar sobre los retos cruciales de las democracias contemporáneas.

Pablo La Parra

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