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Cultura de club: La dinámica inalterable de “salir de noche” de nuestro país es salir a evadirse

2 de octubre de 2013 7 Comments

Este es uno de los artículos que formarán parte del fanzine sobre cultura de clubs que se está preparando para la próxima sesión del BCNmp7 (viernes 11 de octubre en el Teatro del CCCB). Músicos, DJ’s, periodistas musicales… escriben sobre el fenómeno. ¿Existe o existió la cultura de club? 

En este caso, el artículo es de Txarly Brown, a quien reconoceréis por ser un tipo con poco pelo y unas gafas muy grandes. A parte de ello, para mí es una de las personas que dentro del underground de Barcelona, y probablemente del Estado, me merecen un gran respeto.

Arnau Sabaté, programador BCNmp7 Cultura de Clubs

Actuación de Txarly Brown en BCNmp7 Neocalorrismo
© Albert Uriach, CCCB 2012

Pues sinceramente yo siempre creí que lo de la “cultura de club” fue una manera bonita de autoconvencernos, una minoría, de que aquí la gente sentía interés por la música y las corrientes artísticas que se generaban en los clubs. Cuando hablo de una minoría me refiero a los melómanos, djs, periodistas y gente interesada en la música que consume, compra y lee o indaga habitualmente sobre música. Creo recordar que alguien quiso definir como cultura de club a lo que ocurría en los clubs modernos a principios de los 90s. Es decir, que la gente asistía allí a descubrir cosas y, por lo tanto, aprendía algo. ¿Eso era cultura de club? Los que íbamos a ver a disc-jockeys para enterarnos de que se estaba cociendo supongo. Los que alucinábamos con los test pressing del nuevo disco de fulano o esa rareza que descubríamos en la visita de mengano. Generalmente eran los deejays extranjeros en su visita a nuestro país lo que despertaba más atención cuando eso no era una moda ni un corriente. Me refiero al periodo 1990-2000, cuando arrancaba el hundimiento de la industria discográfica local de la mano del compact disc, invento obsoleto el día de su nacimiento, que propició la transformación de la música en series cifradas de unos y ceros. Y que actualmente, gracias a la telaraña tejida por los grupos de telecomunicaciones, acabó siendo el abono de su beneficio ilícito. Ese tiempo muerto en el que el CD dio paso a internet y sus portales de descarga lo recuerdo como una época en que se aprendía en los clubs, oyendo música que difícilmente podías oír en ningún otro sitio y un porcentaje (bajo) de la gente que acudía lo hacía con el mismo motivo. Hasta hubo un momento ridículo en que los dj’s tapaban el label de los discos que ponían para que no supieras qué era lo que sonaba. El cambio y declive llegó el día en que algunos se traían las novedades aún no editadas en CD. Ya no era lo mismo. Y ya cuando empezaron a aparecer los ordenadores en las salas de baile, apaga y vámonos.

Hubo un momento en que casi todos los clubs de la ciudad pujaban por traer reputados dj’s y tener en plantilla a los melómanos locales. Hubo un tiempo en que en esta ciudad se podía descubrir lo que ocurría en el mundo a través de las ofertas de clubbing. Cuando las tendencias internacionales se importaban a velocidad de vértigo. Cuando quisimos ser los más modernos del planeta y el público en general pujaba por ser testigo de ello. Años más tarde la masificación festivalera, internet y la política cultural segaron el escenario. ¿Para qué ir a un club si lo tenias todo en internet? ¿Para que pagar por ver a tal dj si en el Sonar estaban todos juntos en formato non-stop? ¿Para qué pagar por copas mal servidas, por no poder fumar, por sufrir controles de todo tipo y relacionarse? Acabemos con ello. Todo tiene ventajas e inconvenientes.

En la puerta del club Monumental, de izquierda a derecha: Alberto Guiljarro, Albert Salmerón, Ana Maria Martínez y Txarly Brown. Fuente: www.kikoamat.com

Para ejemplificarlo. En 1993 durante una visita de Gilles Peterson a Barcelona, descubrí una melodía tremenda en la intro del “Light My Fire” de Young Holt Unlimited (incluida en el LP “Just a Melody” Brunswick 1969). Yo conocía esa porción porque sonaba en el tema de De La Soul “A Roller Skating Jam Called Saturdays” de su primer disco del 1989. Un detalle que no me podía quitar de la cabeza y que en esos momentos era imposible descubrir. No existía la web como hoy la conocemos, ni discogs, ni whosampled, ni puñetas. La única manera de descubrir esas cosas era ir a la cabina y ver el disco, anotar mentalmente lo que habías visto y lanzarte a la caza por las tiendas de discos que conocías… Resultado, obviamente ese disco jamás había sido editado ni distribuido en nuestro país. La única manera de volver a oírlo en realidad era esperar a la siguiente visita. Y así con cientos de canciones. Pensamientos inconexos. Se me ocurre también otra forma de ejemplificar el declive. Recuerdo una sesión de Dj Spinna en Berlín ¿2001?, en un club molón al que me llevó una runner del colectivo Jazzanova. La sesión me impresionó: soul y funk raro y conocido, mezclado con talento, copias dobles de todos los discos, técnica de scratcher y selección exquisita y populista. Años después volví a verle en el Powder Room (Sala Apolo). Lo mismo pero con Mac, nada que ver. El dj paso de ser un espectáculo visual a un operario de la Nasa.

Realmente la cultura que funcionaba en los clubs y durante el tiempo que pasé en ellos era la del tráfico de estupefacientes. En la mayoría de los locales que trabajé vendía droga hasta la señora de la limpieza, no es broma. Con los años descubrí que el éxito de una sala era directamente proporcional a la facilidad por adquirir droga en ella. En ese momento me di cuenta de que todo me parecía una mierda. Y así sigue siendo. La dinámica inalterable de “salir de noche” o “cultura de club” de nuestro país es salir a evadirse. El primer objetivo es ponerse del revés, el resto va priorizado por: aparearse, hacerse el molón, hablar con amigos y, finalmente, escuchar música. Y nuestra sociedad se ha convertido en intolerante e inmediata por culpa de internet. La gente va a los clubs a oír lo que ellos quieren. Exigen la música que les gusta y, encima, exigen que te la descargues o que pinches un mp3 cerdo de Spotify. ¿Cultura de club? Mala educación de la cultura del pelotazo y catetismo Gandía Shore a raudales. La incultura en nuestro país se fomenta de base. Por lo tanto difícilmente podremos presumir de cultura de club jamás. Siempre hemos sido una panda de catetos. Si te gusta la música eres un snob o un freak. Si compras música eres un pijo snob y freak. Si tienes un BMW y un Rolex y te descargas música de “Emuller” eres un triunfador. Pues a la mierda, yo no soy de este planeta. Otro caso para analizar es el que empieza de camello y termina de dj-camello para ser guay, pero que no tiene el mínimo interés por la música, eso está claro. La música no es un bien tangible.

Siempre quedará ese (que yo considero) 10% de personas que sin alardear les gusta la música y disfrutan con ella en su faceta “expresión corporal”. Un fenómeno fascinante que se da en la mayoría de los humanos. Dejé de bailar cuando dejé de drogarme, por lo tanto, ese tema aún no lo puedo comentar con propiedad. Por otro lado, siempre he pensado que la climatología y la influencia del poder mediático nacional sobre el gusto de la gente (que nos convirtió a todo un país en anglófilos en sólo 10 años, 1980-1990) hacen que el interés por la cultura musical actualmente sea algo casi anecdótico en España. El porcentaje de gente que consume o escucha música es bajo, de entre ellos el porcentaje del que compra es menor y, de entre esos pocos, el porcentaje del que siente interés es ínfimo. Eso ha provocado que queden solo apenas 3 tiendas de vinilo dignas en nuestra ciudad, que las producciones de los músicos locales apenas tengan salida ni sean conocidas fuera de nuestras fronteras, y que evidentemente la gente que acude a los clubs se haya desculturizado hasta el extremo de confundir al dj con el camarero y exigir la música que quiere oír con el pretexto de que la puede conseguir instantáneamente en internet. Estamos mal, estaremos peor, pero me la trae floja, sigo escuchando música de todo tipo y disfrutando de ella. Y el análisis a tiro pasado o la futurología creo que de poco sirve.

Cultura de club: Lo más preocupante es que el tinglado sigue en manos de todos aquellos que empezaron algo en los 90

30 de septiembre de 2013 No Comments

Este es uno de los artículos que formarán parte del fanzine sobre cultura de culbus que se está preparando para la próxima sesión BCNmp7 en el CCCB (viernes 11 de octubre en el Teatro). Músicos, DJ’s, periodistas musicales… escriben sobre el fenómeno. ¿Existe o existió la cultura de club? Próxima entrega: Txarly Brown.

Cuando empecé a aficionarme a la música electrónica lo que se entendía entonces por cultura de club significaba alguna cosa, o al menos eso me hicieron creer. Por mi particularidad geográfica frecuentaba Florida 135, en Fraga, una de las tres salas responsables a mi modo de ver de que esta gran pelota que es la música de club avanzara hacia a algún lado en Catalunya y alrededores. España se estaba desperezando de su anterior cultura de club, la ruta del bakalao, para abrazar las corrientes de música electrónica que felizmente ya mandaban en la mayoría de países de nuestro entorno. Fue precisamente en un viaje a Francia cuando Juan Arnau, propietario del club oscense, decidió dar un giro a su programación. Sin embargo, al rememorar esa transición todo lo que me viene a la mente es un camino un tanto espinoso. En la primera sesión del italiano Francesco Farfa en España, si no recuerdo mal durante el otoño de 1994, escuché silbidos. Mucha de la gente congregada esa noche abandonó la sala en la primera media hora para acabar anidando en el parking. La visita de Laurent Garnier en 1995 también produjo sensaciones encontradas. El público no estaba todavía demasiado preparado. Hasta que esa esencia puramente rutera no desapareció no empezamos a utilizar con determinación el término cultura de club. Personalmente siempre he pensado que la estricta pureza del la frase de marras queda enmarcada en la Inglaterra de finales de los 60: Blackpool Mecca, Twisted Wheel o Wigan Casino y la explosión vital del northern soul fueron el comienzo de la auténtica cultura de club. La estética ceremoniosa del público, el culto al baile como forma de vida y el estatus artístico, elevado a categoría de Dios, del selector de discos. ¿Hablamos de eso, no?

David G. Balasch. Font: http://numerocero.es/

Durante la segunda mitad de la década de los 90 nos empapamos de toda la electrónica que entraba sin piedad. Etiquetas como downtempo, drum & bass, IDM, deephouse, 2-step o breakbeat se colaron a la velocidad de un meteorito. Bajo el paraguas de lo novedoso, lo vanguardista y lo supuestamente moderno, llegamos a tragarnos cosas buenas, regulares, malas e incluso infumables. No en la teoría pero sí en la práctica, los filtros fueron casi inexistentes. Cogíamos el Dance De Lux y leíamos todas y cada una de las reseñas en busca de ese disco que nos cambiara la vida. Todo era nuevo, todo merecía escuchas, páginas, charlas acaloradas en la tienda y minutaje en festivales. Monegros gozó incluso durante algunos años de un escenario de drum and bass. Inaudito.

Sin embargo, creo que ese término es un axioma generacional generado por una simple ecuación espacio-tiempo. Me explico. 20 años llevo girando entorno a la música de baile. Tras mis primeras experiencias de club viajé a Londres, donde empecé a pinchar en clubs de funk. Desprovisto del contexto techno, mi abanico musical se amplió. Un año después me trasladé a Valencia, y tres después a Madrid, donde residí ocho años. Durante todo ese tiempo he organizado fiestas, pinchado, he frecuentado y he trabajado para clubes y, sobre todo, he colaborado codo con codo con gente vinculada a la escena nocturna. Me atrevo a decir que nadie en su sano juicio ha seguido utilizando esa expresión más allá de los años 2002-2003. Incluso puedo afirmar que cuando alguien la ha mentado ha sido para hacer un chiste o tachar de pretencioso al que la ha soltado. Durante esa explosión desmedida de etiquetas daba la impresión que la cosa no tenía fin. Escuchábamos a DJ Krush y hablábamos de hip-hop abstracto. Si Kruder & Dorfmeister hacían una remezcla buena, todo el downtempo nos parecía excitante. Si Garnier mezclaba techno, house y drum & bass en una sesión de tres horas eso era el éxtasis. Se le llamaba eclecticismo. Hubo un tiempo en el que había noches de drill & bass en Nitsa, en ellas podías ver a 1200 personas bailando como si no hubiera mañana a un ritmo endiablado: no veo comparación alguna en el actual estado de la nación. ¿No suena esto un poco a ciencia ficción ahora? El público de entonces se ha hecho treinta o cuarentañero, se ha casado, ha comprado una casa y ha tenido hijos o simplemente está a otros quehaceres. Algunos estarán en el paro también. Los que vienen desde abajo suben con el piñón cambiado. La música electrónica ha seguido transformándose, cogiendo derivas interesantes, decepcionantes o irrelevantes, como antaño. Se ha fracturado, como se ha partido en mil también el rock y el pop. Con la desintegración de la industria musical se han ido al garete casi todos los filtros, y, aunque no seré yo quien defienda a los tiburones, no todo son asociaciones buenas cuando hablamos de una caída tan gigantesca. Ya no leemos las mismas revistas porque muchas han sido engullidas por la(s) crisis, así que muchos de esos inputs vienen ahora de publicaciones internacionales. Han desaparecido la mayoría de tiendas de vinilo, motores importantes para dj’s y punto de encuentro de apasionados compradores. A grandes rasgos, el tinglado sigue en manos de todos esos que empezaron algo en los 90, y eso es probablemente lo más preocupante de todo.

Sesión 04 #BCNmp7 Cultura de Clubs

25 de septiembre de 2013 1 Comment

El viernes 11 de octubre tendrá lugar, en el Teatro del CCCB, la última de las tres sesiones que A Viva Veu ha programado para el BCNmp7 de este año. Esta penúltima sesión del ciclo se estructurará en torno a un concepto tan amplio como la Cultura de Clubs.

De entrada, la palabra “club” viene acompañada de connotaciones negativas por el elitismo que puede suponer la pertenencia a uno de estos colectivos. Sin embargo, si repasamos el significado etimológico del término, nos damos cuenta que un “club” es una sociedad de personas para el fomento de un fin literario, político, meramente recreativo, etc. y, especialmente, deportivo. El Diccionario del Instituto de Estudios Catalanes (DIEC) no cita la música entre las disciplinas que giran en torno a estas agrupaciones, seguramente porque el significado de esta palabra se redactó mucho antes de la década de los noventa, una época en la que se popularizó el término “cultura de club” en respuesta a un aumento del número de discotecas que ponían música electrónica no comercial.

Sin embargo, antes ya había clubs que pinchaban música. De hecho, los clubs fueron imprescindibles en la Gran Bretaña de los sesenta, durante la popularización del northern soul. Más adelante, en Estados Unidos, la lista también es larga: CBGB, Studio 54, etc. Los clubs son un elemento imprescindible en la música popular, incluso en género tan alejados geográficamente en sus inicios como el jazz o el flamenco.

Dean Blunt

Poner un club en el epicentro de una escena no es ninguna tontería, y en esta sesión intentaremos hacerlo, precisamente, para rendirles homenaje. Partiendo de la base que reducir una música a las cuatro paredes de un club no es una cuestión elitista sino de respeto histórico y musical, entendemos que alrededor de estas instituciones caben todos los que experimenten cierta afinidad y sensibilidad por una música y, por qué no, por una forma de vivir, vestir, pensar, actuar, bailar, crear y relacionarse.

Para poder comprender el significado de este fenómeno hemos pedido a periodistas, programadores, djs, músicos, propietarios de sellos discográficos y personas que frecuentan estos entornos que nos escriban y divaguen sobre la “cultura de club”.

Headbirds

Todos estos textos de autores procedentes de diferentes ámbitos musicales como Txarly Brown, Alberto Guijarro, David Puente, Carles Novellas, David G Balasch, El Acumulador, Frankie Pizá, Javier Blanquez, John Talabot, Jordi Serrano (Domestica Records), Sergi Alejandre (Boston Pizza Records), Raul Valero, Miqui Puig, entre otros, los recopilaremos en un fanzine que entregaremos a todos los asistentes a la sesión del próximo 11 de octubre. En los próximos días avanzaremos en exclusiva en el blog VEUS CCCB algunos de los textos del fanzine.

Respecto a la línea artística de la sesión, Cultura de Clubs contará con la presencia del ex-Hype Williams Dean Blunt, quien presentará por primera vez en Barcelona The Redeemer”, una obra de gospel oscuro e intenso muy bien acogida por parte de la prensa especializada de ámbito nacional e internacional. Le acompañará el talento de la electrónica local de Headbirds, que une conceptos clave como el UK Garage, el synth-pop y el house de antaño.

BCNmp7: LA ÚLTIMA SESIÓN

La última sesión del ciclo #BCNmp7 la ha programado Lluís Nacenta (coordinador del Máster en Arte Sonoro de la UB) y tendrá lugar el jueves 5 de diciembre en el Teatro del CCCB. Bajo el título MÍNIM-ACCIÓN, la sesión estará dedicada al minimalismo anglosajón con obras de Steve Reich y Roger Goula interpretadas por Roger Goula y por Experimental Funktion. Esta agrupación, formada por Vera Martínez Mehner (violín), Elena Rey (violín), Jonathan Brown (viola), Erica Wise (violoncelo) y Hugo Romano (electrónica), se sitúa a medio camino entre la excelencia en la interpretación de música clásica (Vera Martinez Mehner y Jonathan Brown son violín y viola del Quartet Casals) y las técnicas más avanzadas de experimentación musical. En breve publicaremos en la página web la información del programa completo.

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