Txarly Marrón

Il·lustrador i dissenyador gràfic barceloní centrat en la indústria musical. Col•leccionista i discjòquei. El 1991 va recopilar amb el subsegell Semaphore Holanda “Sock It Records” els Lps “Latin Ska Fiesta” i “Latin Ska Fever”, punt de partida de l’escena skatalítica nacional. Més tard, com a músic experimental, va publicar discos com Camping Gaz (Universal, 2001) i The Nairobi Trio (Enter Music, 2002). Es va dedicar a col•leccionar vells discos de tipus rumbero i flamenc per a samplejar-los en les seves produccions electròniques. Així va començar una nova etapa d’obsessió per aquest so, que el porta fins als nostres dies.

Cultura de club: La dinámica inalterable de “salir de noche” de nuestro país es salir a evadirse

2 de octubre de 2013 7 Comments

Este es uno de los artículos que formarán parte del fanzine sobre cultura de clubs que se está preparando para la próxima sesión del BCNmp7 (viernes 11 de octubre en el Teatro del CCCB). Músicos, DJ’s, periodistas musicales… escriben sobre el fenómeno. ¿Existe o existió la cultura de club? 

En este caso, el artículo es de Txarly Brown, a quien reconoceréis por ser un tipo con poco pelo y unas gafas muy grandes. A parte de ello, para mí es una de las personas que dentro del underground de Barcelona, y probablemente del Estado, me merecen un gran respeto.

Arnau Sabaté, programador BCNmp7 Cultura de Clubs

Actuación de Txarly Brown en BCNmp7 Neocalorrismo
© Albert Uriach, CCCB 2012

Pues sinceramente yo siempre creí que lo de la “cultura de club” fue una manera bonita de autoconvencernos, una minoría, de que aquí la gente sentía interés por la música y las corrientes artísticas que se generaban en los clubs. Cuando hablo de una minoría me refiero a los melómanos, djs, periodistas y gente interesada en la música que consume, compra y lee o indaga habitualmente sobre música. Creo recordar que alguien quiso definir como cultura de club a lo que ocurría en los clubs modernos a principios de los 90s. Es decir, que la gente asistía allí a descubrir cosas y, por lo tanto, aprendía algo. ¿Eso era cultura de club? Los que íbamos a ver a disc-jockeys para enterarnos de que se estaba cociendo supongo. Los que alucinábamos con los test pressing del nuevo disco de fulano o esa rareza que descubríamos en la visita de mengano. Generalmente eran los deejays extranjeros en su visita a nuestro país lo que despertaba más atención cuando eso no era una moda ni un corriente. Me refiero al periodo 1990-2000, cuando arrancaba el hundimiento de la industria discográfica local de la mano del compact disc, invento obsoleto el día de su nacimiento, que propició la transformación de la música en series cifradas de unos y ceros. Y que actualmente, gracias a la telaraña tejida por los grupos de telecomunicaciones, acabó siendo el abono de su beneficio ilícito. Ese tiempo muerto en el que el CD dio paso a internet y sus portales de descarga lo recuerdo como una época en que se aprendía en los clubs, oyendo música que difícilmente podías oír en ningún otro sitio y un porcentaje (bajo) de la gente que acudía lo hacía con el mismo motivo. Hasta hubo un momento ridículo en que los dj’s tapaban el label de los discos que ponían para que no supieras qué era lo que sonaba. El cambio y declive llegó el día en que algunos se traían las novedades aún no editadas en CD. Ya no era lo mismo. Y ya cuando empezaron a aparecer los ordenadores en las salas de baile, apaga y vámonos.

Hubo un momento en que casi todos los clubs de la ciudad pujaban por traer reputados dj’s y tener en plantilla a los melómanos locales. Hubo un tiempo en que en esta ciudad se podía descubrir lo que ocurría en el mundo a través de las ofertas de clubbing. Cuando las tendencias internacionales se importaban a velocidad de vértigo. Cuando quisimos ser los más modernos del planeta y el público en general pujaba por ser testigo de ello. Años más tarde la masificación festivalera, internet y la política cultural segaron el escenario. ¿Para qué ir a un club si lo tenias todo en internet? ¿Para que pagar por ver a tal dj si en el Sonar estaban todos juntos en formato non-stop? ¿Para qué pagar por copas mal servidas, por no poder fumar, por sufrir controles de todo tipo y relacionarse? Acabemos con ello. Todo tiene ventajas e inconvenientes.

En la puerta del club Monumental, de izquierda a derecha: Alberto Guiljarro, Albert Salmerón, Ana Maria Martínez y Txarly Brown. Fuente: www.kikoamat.com

Para ejemplificarlo. En 1993 durante una visita de Gilles Peterson a Barcelona, descubrí una melodía tremenda en la intro del “Light My Fire” de Young Holt Unlimited (incluida en el LP “Just a Melody” Brunswick 1969). Yo conocía esa porción porque sonaba en el tema de De La Soul “A Roller Skating Jam Called Saturdays” de su primer disco del 1989. Un detalle que no me podía quitar de la cabeza y que en esos momentos era imposible descubrir. No existía la web como hoy la conocemos, ni discogs, ni whosampled, ni puñetas. La única manera de descubrir esas cosas era ir a la cabina y ver el disco, anotar mentalmente lo que habías visto y lanzarte a la caza por las tiendas de discos que conocías… Resultado, obviamente ese disco jamás había sido editado ni distribuido en nuestro país. La única manera de volver a oírlo en realidad era esperar a la siguiente visita. Y así con cientos de canciones. Pensamientos inconexos. Se me ocurre también otra forma de ejemplificar el declive. Recuerdo una sesión de Dj Spinna en Berlín ¿2001?, en un club molón al que me llevó una runner del colectivo Jazzanova. La sesión me impresionó: soul y funk raro y conocido, mezclado con talento, copias dobles de todos los discos, técnica de scratcher y selección exquisita y populista. Años después volví a verle en el Powder Room (Sala Apolo). Lo mismo pero con Mac, nada que ver. El dj paso de ser un espectáculo visual a un operario de la Nasa.

Realmente la cultura que funcionaba en los clubs y durante el tiempo que pasé en ellos era la del tráfico de estupefacientes. En la mayoría de los locales que trabajé vendía droga hasta la señora de la limpieza, no es broma. Con los años descubrí que el éxito de una sala era directamente proporcional a la facilidad por adquirir droga en ella. En ese momento me di cuenta de que todo me parecía una mierda. Y así sigue siendo. La dinámica inalterable de “salir de noche” o “cultura de club” de nuestro país es salir a evadirse. El primer objetivo es ponerse del revés, el resto va priorizado por: aparearse, hacerse el molón, hablar con amigos y, finalmente, escuchar música. Y nuestra sociedad se ha convertido en intolerante e inmediata por culpa de internet. La gente va a los clubs a oír lo que ellos quieren. Exigen la música que les gusta y, encima, exigen que te la descargues o que pinches un mp3 cerdo de Spotify. ¿Cultura de club? Mala educación de la cultura del pelotazo y catetismo Gandía Shore a raudales. La incultura en nuestro país se fomenta de base. Por lo tanto difícilmente podremos presumir de cultura de club jamás. Siempre hemos sido una panda de catetos. Si te gusta la música eres un snob o un freak. Si compras música eres un pijo snob y freak. Si tienes un BMW y un Rolex y te descargas música de “Emuller” eres un triunfador. Pues a la mierda, yo no soy de este planeta. Otro caso para analizar es el que empieza de camello y termina de dj-camello para ser guay, pero que no tiene el mínimo interés por la música, eso está claro. La música no es un bien tangible.

Siempre quedará ese (que yo considero) 10% de personas que sin alardear les gusta la música y disfrutan con ella en su faceta “expresión corporal”. Un fenómeno fascinante que se da en la mayoría de los humanos. Dejé de bailar cuando dejé de drogarme, por lo tanto, ese tema aún no lo puedo comentar con propiedad. Por otro lado, siempre he pensado que la climatología y la influencia del poder mediático nacional sobre el gusto de la gente (que nos convirtió a todo un país en anglófilos en sólo 10 años, 1980-1990) hacen que el interés por la cultura musical actualmente sea algo casi anecdótico en España. El porcentaje de gente que consume o escucha música es bajo, de entre ellos el porcentaje del que compra es menor y, de entre esos pocos, el porcentaje del que siente interés es ínfimo. Eso ha provocado que queden solo apenas 3 tiendas de vinilo dignas en nuestra ciudad, que las producciones de los músicos locales apenas tengan salida ni sean conocidas fuera de nuestras fronteras, y que evidentemente la gente que acude a los clubs se haya desculturizado hasta el extremo de confundir al dj con el camarero y exigir la música que quiere oír con el pretexto de que la puede conseguir instantáneamente en internet. Estamos mal, estaremos peor, pero me la trae floja, sigo escuchando música de todo tipo y disfrutando de ella. Y el análisis a tiro pasado o la futurología creo que de poco sirve.

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