Cuando en el lugar de donde provienen los sonidos no se ve a quien o qué los produce, surge la experiencia acusmática. Eso ocurre naturalmente en el bosque. ¿Qué pájaro es el que canta? ¿Y la cigarra, dónde está? En cuanto me acerco al lugar de donde procede el canto, como el pájaro, éste calla. Muy pocas veces lo veo. En el Amazonas, alguien puede decirte que ha visto tal o cual animal. De hecho, lo ha oído, porque en la selva es mucho más fácil oír y escuchar algo que verlo y mirarlo. De noche, pues, en todas partes, la escucha se hace aún más acusmática.
Hubo un tiempo en que no estábamos acostumbrados a aceptar que cualquier sonido pudiera brotar de un altavoz y eso causaba sorpresa, de manera que el fenómeno se revestía de un halo de magia y de misterio. Pero tras más de un siglo conviviendo con altavoces, la experiencia acusmática que nos proporcionan ya no nos causa sorpresa. Sabemos que los altavoces mimetizan a la perfección el sonido de cualquier cosa, animal o persona: un reloj de cuco, una ametralladora, una gallina, el camión de recogida de basuras, el butanero que percute las bombonas, alguien que tose. También, el trueno, del que muchas culturas creyeron ser la voz de los dioses, y hasta la música, por supuesto. Tanto es así, que llevamos ya decenas de años escuchando más la música a través de altavoces que directamente de los instrumentos musicales.
En el mismo momento en que eso empezó a ocurrir, cuando los altavoces de las radios y los tocadiscos fueron suficientemente buenos para retransmitir o reproducir conciertos, surgió la necesidad de hacer música especialmente concebida para esos medios. Una música que no pudiera ser sin ellos; propia de ellos. Virtual, como ellos. Imaginaria pero no por ello irreal, que sólo pareciera que no pudiera ser. Una música libre de las ataduras de la mecánica. Una música que hoy, en algunos aspectos, nos parece de lo más natural cuando bailamos, asistimos a una rave o a un concierto de música electrónica, por ejemplo, pero que ha experimentado un largo recorrido y que, más allá de las manifestaciones más mediáticas y populares, continúa siendo medio de experimentación especialmente sutil y profundo y que da lugar a la música acusmática.
Zeppelin quiere en 2014 centrar su atención en elementos importantes de esa historia que aún no ha terminado y que seguro sufrirá aún múltiples saltos evolutivos. Llegará un día en que todos los coches serán eléctricos y, como solo emitirán el sonido del roce de los neumáticos con el asfalto, será necesario hacerlos sonar para evitar que nos atropellen. ¿Sonarán a coche o preferiremos personalizarlos como los teléfonos? En este último caso, quedaría abierta la puerta a un nuevo tipo de concierto acusmático. Con la obra de Bernard Parmegiani como telón de fondo, José Iges, Beatriz Ferreyra, Manuel Rocha y 14 compositores de la Escuela Superior de Música de Catalunya nos cuentan a la luz de sus presentaciones y conciertos cómo ven el recorrido histórico de la música acusmática y cómo relacionan su obra con él.
El festival Zeppelin 2014 tiene lugar los días 14 y 15 de noviembre en el CCCB.
Más info: http://www.cccb.org/es/musica_i_art_escenic-zeppelin_2014_memries_acusmtiques-47028