Hoy tenemos el placer de presentaros dos de las novedades recientes de la colección Breus CCCB, basadas en sendas conferencias del filósofo alemán Rüdiger Safranski y el antropólogo y monje de Montserrat Lluís Duch, pronunciadas en el CCCB el 19 de septiembre y el 19 de diciembre respectivamente, y que podeís ver en vídeo aquí i aquí. Se trata de dos reflexiones de alt0 vuelo filosófico, hermanadas por su reacción de cariz humanista contra el clima económico y tecnológico que prevalece en el mundo actual y que está mostrando su vertiente deshumanizadora en la crisis financiera y social que sufrimos. Ambos ensayos coinciden en su diagnóstico desde puntos de vista diferentes pero complementarios: en Sobre el temps, Safranski analiza la excesiva presión que ejerce el tiempo socializado sobre el tempo vital de los individuos; en La banalització de la paraula, Duch habla de la situación de “desemparaulament” (“desempalabramiento”) que a su juicio caracteriza a nuestra época. Ahora bien, ¿qué conexión hay entre el tiempo de Safranski y la palabra de Duch?
Tiempo y palabra son para ambos autores categorías existenciales fuertes que determinan profundamente nuestra relación con el mundo y, sobre todo, nuestra construcción de la realidad. Así como el lenguaje no deja de ser metáfora y re-presentación del mundo, el tiempo no es en nuestra percepción una experiencia pura y directa, ya que “el hombre no experimenta nunca el tiempo primariamente, sino que lo hace siempre en su forma socializada. Y sólo a través de ésta última, y distanciándose de ella deliberadamente, se refiere a aquél tiempo enigmático que vivimos por dentro”. Safranski sitúa en la invención del reloj (que comenzó presidiendo los espacios públicos y ha acabado siendo un objeto unipersonal y cotidiano) el origen de la constitución del tiempo en una “institución social” moderna. La disciplina, la regulación horaria, la puntualidad, la productividad son algunos de los valores que se reificaron al amparo del nuevo régimen temporal de la era industrial y del progreso. El tiempo –o, más bien, su gestión– se convirtió en una mercancía que, sujeta a una explotación y una aceleración crecientes, ha acabado al servicio del capital y no de los humanos. No en vano, como observa Safranski, la actual crisis financiera es la última manifestación de la desavenencia radical entre el ritmo vertiginoso de los mercados y el ritmo de la política y de las personas. ¿No es hora de construir una realidad más benévola con el ritmo humano mediante una revolución del tiempo, tal y como propone Safranski? ¿Pero cómo? Fortaleciendo el elemento contemplativo, reconquistando nuestra soberanía y nuestra plenitud temporal, resistiendo a la presión del entorno con una desaceleración consciente del tiempo que marca nuestro ritmo vital.
El discurso de Safranski y el “desempalabramiento” tal y como lo formula Duch son dos caras de una misma moneda. Dice Duch: “En una sociedad con un tiempo sometido a una gigantesca sobreaceleración del tempo vital, la pérdida de la capacidad crítica de los individuos y de los grupos humanos resulta mucho más negativa y desestructuradora que en las sociedades del pasado”. Este desconcierto genera una crisis de confianza en el lenguaje en todos los ámbitos de la expresión humana: la política, la pedagogía, la sanidad, la religión, la economía, el arte… Si la desconfianza en el lenguaje es uno de los primeros síntomas de las crisis en la historia, también es el primer elemento necesario en la lucha contra las crisis. Renunciar a la capacidad de “empalabrar el mundo”, de construir nuestra realidad a través de las palabras, conduce a un vacío expresivo ciertamente peligroso que suele desembocar en la perversión y la banalización de la palabra o en la imposición de la violencia, el antilenguaje por excelencia.
En opinión de Duch, hay que purificar el lenguaje del uso que se le ha dado durante la posmodernidad y volver a los orígenes, “recuperando una bella y vieja idea que se remonta a Platón, volver a reactivar el poder sanador de la palabra humana en todos los ámbitos de la vida cotidiana de individuos y colectividades”. Ahora que se habla tanto del colapso del Estado del bienestar debería tenerse más en cuenta, como hace Duch, que el lenguaje es uno de los más fieles indicadores del bienestar (no ya económico, sino moral y espiritual) de una sociedad. La publicación de estos dos libros es sin duda una buena ocasión para reivindicar un tiempo y un lenguaje esenciales para la vida de cualquier persona, un tiempo y un lenguaje que pensadores como Safranski y Duch felizmente salvaguardan y comparten con nosotros.
Lucas Villavecchia