¿Hasta qué punto el deseo —que de entrada parece un fenómeno pulsional, que liga al hombre a la animalidad— está condicionado culturalmente? ¿Cómo afectan los tópicos sobre la feminidad a la actitud y las decisiones que una mujer toma en su vida? ¿Qué margen han tenido las mujeres para descubrir su deseo en una historia cultural y sexual escrita por los hombres? Hablamos de ello con Marta Segarra, catedrática de literatura francesa y de estudios de género en la Universidad de Barcelona, y cofundadora y directora del Centro Mujer y Literatura.
Deseamos según unos patrones culturales —no solo los que marcan la educación y las lecturas, también todo cuanto absorbemos diariamente de forma menos consciente.
Anna Punsoda: El amor es cultural y el deseo es natural.
Marta Segarra: El amor es una construcción cultural, sí. Por supuesto que no se entiende igual ahora que hace quinientos años, ni se entiende igual en Barcelona que en Dakar. Pero el deseo tampoco es natural. Tendemos a pensar que es un fenómeno instintivo, pulsional —o natural, como tú dices. Pero también deseamos según unos patrones culturales —no solo los que marcan la educación y las lecturas, también todo cuanto absorbemos diariamente de forma menos consciente.
Para mí, el patrón cultural más obvio es lo que nos impulsa hacia la heterosexualidad. Creemos que es natural que si eres hombre desees a mujeres, y si eres mujer desees a hombres, cuando en la realidad no siempre es así, obviamente. La cultura nos empuja hacia una heterosexualidad que algunas teóricas han denominado «heterosexualidad obligatoria». Los afectos, pero también la sexualidad, vienen marcados por patrones culturales que hoy en día están vehiculados sobre todo por los relatos audiovisuales —el cine, la televisión, la publicidad, las nuevas redes sociales.
AP: Hablando de patrones, en tu ensayo Políticas del deseo contrapones dos arquetipos de mujer: las bíblicas María y Eva. ¿Qué representan estos arquetipos y a quiénes sirven?
MS: De entrada son un ejemplo claro de cómo en Occidente nuestro pensamiento siempre se ha estructurado de forma binaria. Bien y Mal, Alma y Cuerpo, Amor puro y Amor sexual. En este sentido, dentro del género «mujer» se han promovido dos modelos: la mujer buena, que sería María —madre, y además virgen, o sea portadora de vida sin haber sentido nunca deseo sexual—, y Eva, que sería la primera femme fatale de la historia, la que arrastra al hombre hacia el materialismo, le lleva a la condena mediante la atracción que le genera. Eva es la tentación y la muerte porque la expulsión del paraíso simboliza la introducción de la mortalidad en la historia de la humanidad. Este patrón, que se perfila conceptualmente en el siglo XIX, es muy antiguo. Y tiene un mensaje muy claro: el deseo trae desgracia. Es el mito de Carmen, la mujer que no se enamora, pero cuya atracción funciona en una pluralidad de hombres, y acaba esparciendo muertes y dolor.
AP: Y esta idea de la mujer seductora, manipuladora, consciente del efecto de sus encantos, ¿no entra en contradicción con el tópico que nos presenta a la mujer como una criatura sometida a las fuerzas telúricas?
MS: Por supuesto. Este último es un tópico que paradójicamente cobra fuerza en el siglo XVIII, el Siglo de las luces. Se nos dice que por su cuerpo, por su anatomía, la mujer está más cercana a lo natural. Porque se vincula la feminidad a la maternidad. Lo que, según este pensamiento, no pasa con el hombre, que puede sublimar el vínculo con la naturaleza mediante la razón, elevarse por encima de la contingencia material.
«La mujer artista se nos ha presentado a menudo como el arquetipo de la mala madre, porque se dedica al arte —o al trabajo, el que sea— más allá del rol que supuestamente le ha asignado la naturaleza.»
AP: Por eso la mujer siempre ha representado lo eterno, la base de las cosas, y el hombre el complemento, el progreso.
MS: Sí. Precisamente en este sentido hay una oposición conceptual clásica, procreación y creación. Maria Àngels Anglada habla de ello en un poema cuyo título es Una resposta. Estas dos actividades se han visto durante muchos siglos como excluyentes. Muchas mujeres lo han interiorizado, están convencidas de que su papel en el mundo es primordialmente de transmisión, de continuidad, de mantenimiento familiar. La mujer artista se nos ha presentado a menudo como el arquetipo de la mala madre, porque se dedica al arte —o al trabajo, el que sea— más allá del rol que supuestamente le ha asignado la naturaleza.
AP: ¿Y no es posible que haya tópicos, como el que nos presenta a la mujer como «aquella que acoge (al hombre, a los niños, etc.)», que arraiguen en la biología?
MS: Pues depende de dónde pongas el acento. La mujer también podría ser «aquella que expulsa». De hecho, Marguerite Duras tiene toda una teoría sobre el parto (la primera expulsión) como movimiento primigenio. Tú ahora piensa cómo afectaría a la estructura social si, en lugar de haberse impuesto el relato de «el cuerpo que acoge», se hubiera impuesto el relato de «el cuerpo que expulsa».
AP: ¿Qué espacio ha tenido la mujer para descubrir su deseo?
MS: Durante siglos el discurso dominante ha dicho que el hombre era el que deseaba y la mujer era el objeto del deseo. El psicoanálisis freudiano reforzó esta imagen. El único papel que podían hacer las mujeres era pasivo. A principios del siglo XX, en Europa, algunas mujeres —aún pocas— demostraron con sus vidas las posibilidades de ir más allá, de vivir su deseo según parámetros propios. Pero empezamos a descubrirnos con los movimientos feministas de los años setenta. «Nuestro cuerpo es nuestro» es una reivindicación que hay que entender en este sentido, como posibilidad para alejarse de los estereotipos sobre la feminidad, con la intención de descubrir nuestro propio deseo.
AP: A diferencia del amor, que se ha visto como un medio de trascendencia, el deseo suele presentarse como desazón y ansias de posesión.
MS: Sí, y no es tan simple. A veces sí que el deseo se traduce en un deseo de posesión, pero a veces, al ponernos en crisis como sujetos, nos trastoca profundamente y nos «deshace». Queremos poseer el otro y acabamos despojándonos a nosotros mismos. En este sentido, los efectos del deseo son interesantes porque ponen en crisis la autonomía y la autosuficiencia del sujeto, problematizan sus límites.
AP: Hay un deseo ético.
MS: Es una forma de decirlo. Por ejemplo, Judith Butler, en Deshacer el género, nos presenta la sexualidad como una de las vías, de las esferas humanas, en las que es más fácil «deshacerse», romper los límites que nos aíslan como individuos. Nos abre al otro, a la diferencia con el otro —diferencia en un sentido amplio.
AP: Y la sexualización de todo ello, la presencia constante de estímulos, ¿cómo afecta al deseo?
MS: La hipersexualización es una forma de canalizar el deseo en unos parámetros muy concretos. Es cierto que salimos de siglos de represión, que la sociedad europea ha sido muy puritana en los siglos pasados. Pero la «sexualización» actual no significa necesariamente que se abran las posibilidades del deseo. El discurso feminista de los años setenta sobre la liberación ha sido reabsorbido por el poder y por la lógica capitalista, con la intención de potenciar el consumo. La liberación per se no es subversiva. El deseo per se no es subversivo. De hecho, es posible, también, como estamos viendo en muchos casos, que la «liberación» y el deseo no pongan en crisis las estructuras sociales de poder, sino que las refuercen.
Marta Segarra participa en diversos debates y programas del CCCB que tatran sobre el papel de la mujer en la sociedad actual. Podéis consultar todos los contenidos relacionados con la autora en la web del CCCB.