¿Es posible narrar la verdad de la revolución? ¿Cómo decir con veracidad aquello que ha sucedido, lo bueno y lo malo, cuando ya ha pasado el fragor de la Historia? ¿Cómo se puede defender la revolución cuando has perdido, sin olvidar lo que has ganado y a qué precio? ¿Cuál es el valor del testimonio, de la memoria de la revolución?
El seminario Flexo. Revolución 2/6, organizado por el Institut d’Humanitats de Barcelona e impartido por la escritora y periodista Mercè Ibarz, intentará responder a esta y otras cuestiones relacionadas con las formas de contar la veracidad de la experiencia de la revolución. Lo hará a través de la lectura de les memorias del líder anarquista Joan Garcia Oliver, el único de los tres jefes de la CNT que sobrevivieron al descalabro histórico de la Guerra Civil. Ministro de Justicia de la República, se decidió a escribir sus memorias, tituladas El eco de los pasos (Ruedo Ibérico, 1978), a raíz del golpe militar contra Salvador Allende. Demasiado poco considerado y reconocido, el libro es un testimonio formidable por la precisión de los hechos relatados y el coraje narrativo, que el editor José Martínez acompañó con documentos –discursos, textos legales, cartas— que confirman las palabras y la acción de Joan Garcia Oliver.
A continuación reproducimos un fragmento del prólogo en el que Joan Garcia Oliver explica las razones que le llevaron en 1978, más de treinta años después de los hechos revolucionarios, a escribir el libro:
Este no será un libro completo. Tampoco será una obra lograda.
Sobre la CNT –CNT igual a anarcosindicalismo— se ha escrito bastante. Y se ha escrito por haberse revelado como la única fuerza capaz de hacer frente a los militares españoles sublevados contra el pueblo. Fue la CNT –los anarcosindicalistas— la que impidió, por primera vez en la historia, que un ejército de casta se apoderase de una nación mediante el golpe de Estado militar. Hasta entonces, y aún después, nadie se opuso a los militares cuando en la calle y al frente sus soldados asestaban a su pueblo un golpe de Estado. La sublevación de julio de 1936 era de carácter fascista y al fascismo europeo, en la calle y frente a frente, ningún partido ni organización había osado enfrentarlo. La CNT –los anarcosindicalistas— no logró hacer escuela en las formaciones proletarias del mundo entero. Otros golpes de Estado han sido realizados después por militares. El de Chile, por ejemplo, frente a casi los mismos componentes que en España –socialistas, comunistas, marxistas—, pero, sin anarconsindicalistas, fue para los militares un paseo. Tal como se está explicando lo ocurrido en Chile, la lección para los trabajadores será nula. Porque no fueron los militares quienes mataron a Allende, sino la soledad en que lo dejaron. Algo muy parecido le ocurrió al presidente de la Generalidad de Cataluña, Luis Companys, en el movimiento de octubre de 1934.
Entonces, como ahora, predominaba en Europa una manifestación del comunismo, gritón, llorón, dado a difamar a cuantos no se doblegan al peso de sus consignas. Bueno, sí, para organizar desfiles aparatosos en Madrid, en Barcelona, en Santiago, en Berlín. Pero, al trepar al poder Hitler en Alemania, solamente el anarquista individualista holandés Van der Lubbe tuvo el arranque de pegarle fuego al Parlamento, desafiando las iras de quien se creía más poderoso que los dioses. Aquel fuego purificador alumbró la sordidez del mundo comunista, pagado de sus periódicos, de sus desfiles, de sus manifestaciones, pero que, carente de la chispa insurreccional de los anarcos, siempre dejó libre el paso a los enemigos de la libertad. No amando la libertad, no son aptos para defenderla.
La CNT tuvo excelentes luchadores, hombres y mujeres capaces de llenar páginas de Historia. Pero careció de intelectuales capaces de describir y de teorizar nuestras gestas.
Durante años he vivido en la duda de si debía eternizarse nuestras luchas en narraciones veraces. El final de Allende, asesinado por la soledad en que lo dejaron sus partidarios, me ha convencido de que convenía que el mundo obrero conociera lo que éramos colectivamente, y no solamente a través de la imagen de un hombre y de un nombre. La CNT dio vida a muchos héroes.
En la medida de lo posible deben irse aportando ya los materiales de la verdadera historia del anarcosindicalismo en su aspecto humano, más importante que las manifestaciones burocráticas, que tanto se han prodigado. Solamente la veracidad puede dar la verdadera dimensión de lo que fuimos.
La verdad, la bella verdad, sólo puede ser apreciada si, junto a ella, como parte de ella misma, está también la fea cara de la verdad.
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