Lo saben todos los púberes: tres cuartas partes del planeta son agua; por lo tanto son inhabitables para el hombre. Y sin embargo, nos sentimos dueños de todo. ¿Por qué? Porque entendemos la historia como un proceso civilizador ascendente, por el que el hombre —a través del control y la sofisticación de la técnica— ha acabado dominando también la naturaleza. Podríamos decir que la naturaleza ya solo es aquella parte del paisaje que aún nos falta por someter y poder fotografiar. Somos animales distanciados del mundo, lo hemos convertido en un objeto de nuestros pensamientos y acciones. Contamos con todo lo que tiene para mejorar nuestra vida.
El antropólogo Tim Ingold y el escritor Philip Hoare quieren revertir este distanciamiento respecto al mundo y cambiar nuestra forma de relacionarnos con él. Tim Ingold, referente de la antropología ecológica, replantea la actitud que tenemos con la naturaleza. Vivimos pensando en que lo importante es el dominio que nosotros tenemos sobre ella, y que la naturaleza se acaba manifestando en los ecosistemas artificiales que le hacemos a medida. Ingold defiende que es a la inversa; que cuando los hombres nos relacionamos con la naturaleza, es ella la que siempre nos marca sus leyes —y nosotros no podemos hacer más que ir adaptándonos a ellas. Cuando nos relacionamos con el mundo, aunque lo hacemos siempre absolutamente armados de técnica, estamos siempre en la intemperie. Cualquier refugio es una ficción. Y por eso tendremos que adoptar —dice él— una actitud menos prepotente, más respetuosa.
Philip Hoare es el autor de obras como Leviatán o la ballena o El mar interior, una mezcla de dietarios de viajes, historias culturales, y exploraciones geográficas y etnográficas. En El mar interior, el británico sale de su ciudad, Southampton, y pasa por las islas Azores, por Sri Lanka, Tasmania y Nueva Zelanda; recorre medio mundo atravesando mares, visitando pueblos que consideran el mar un hábitat menos inhóspito que la mayoría de mortales. Hoare se propone dibujar un mapa de los mares con la intención de poderlos conocer bien, de humanizarlos como la tierra que habitamos. Nos acerca a los mares con referentes culturales —viajes marítimos de autores, referencias que aparecen en obras de renombre— apelando a la comunidad lectora, una de las pocas comunidades transnacionales existentes. Y destaca especialmente su ambivalencia: el mar, que conecta mundos y los separa, que es una ubre permanente de recursos y un pozo de misterios que nos supera. Que es, a la vez, dice refiriéndose a los 220.000 migrantes que el año pasado se hicieron al mar para llegar a Europa, un espacio para el terror y la esperanza.
La relación del hombre con el mundo, que Philip Hoare trabaja de forma más creativa y Tim Ingold más conceptual, ocupa a los filósofos desde finales del siglo XIX. ¿Es posible tener una mirada no dominadora sobre la naturaleza? ¿Habitar el mundo menos depredadoramente? Sostiene Heidegger que la técnica moderna tiene una lógica propia que convierte en objeto todo aquello con lo que nos relacionamos. La técnica nos expulsa del mundo natural y se impone como paradigma totalizador del conjunto de relaciones, convirtiéndolo todo (hombres y mujeres incluidas) en recursos. Exploraremos los mares, nos acercaremos con ojos nuevos a sus criaturas, cambiaremos la actitud respecto a la naturaleza, pero mientras domine la técnica moderna, no podremos habitar el mundo de manera diferente. Lo habitamos como no formáramos parte del mismo. ¿Es posible, como sostienen Hoare e Ingold, entrar en él de nuevo? ¿Que el mar deje de ser un recurso continuo? ¿Una frontera respecto a las sociedades menos tecnificadas? ¿Un espacio político de terror y esperanza? ¿Que el hombre se vuelva a sentir parte de él, aceptando todo lo que la naturaleza tiene de imprevisto sin quererla someter?
En el ciclo de debates «Habitar el mundo» hablaremos con Tim Ingold, catedrático de antropología social en el Departamento de Antropología de la Universidad de Aberdeen. Y con Philip Hoare, escritor e historiador de la cultura.