Claudio Magris

Escriptor, professor de Literatura Germànica a la Universitat de Trieste.

Mi ciudad de postales

11 de julio de 2011 3 Comments

La Trieste de Magris‘ se despide este domingo del CCCB, y desde el blog VEUS hemos querido rendir homenaje a la exposición publicando la respuesta de Claudio Magris a todos aquellos que le escribieron una postal. Coincidiendo con el Día Internacional de los Museos, la actividad ‘Postales a Claudio Magris‘ recogió 139 mensajes al escritor triestino en media docena de idiomas, donde los visitantes le comentaban a Magris que les había parecido la exposición, le hablaban de sus libros o les recomendaban los rincones más literarios de nuestra Barcelona. A continuación podéis leer la respuesta que Claudio Magris dirige a todos ellos, una carta muy especial (traducida por Marta Hernández Pibernat) y de la que también podéis leer la versión original en italiano:

Mi ciudad de postales

No te conocía, dice una de las postales –en francés–, pero después de ver la exposición querría saber más de ti. En una página del catálogo de la misma exposición escribí que esta última quizá podría ser mi pueblo Potemkin, como los hermosos lugares imaginarios de cartón que el favorito de la zarina construyó para esconder la miseria de la realidad que había tras ellos. Y sin embargo las postales que he recibido de muchos visitantes –muchas postales de gente de distintos países, a este lado y al otro no solo de los Pirineos, sino también del océano– me llevan a entender, a realizar que esta maravillosa exposición (uno de los regalos más bonitos que he recibido en mi vida) es mi retrato.

Mejor dicho, el retrato de mi parte más auténtica, de mi modo de mirar, vivir y amar las cosas, que son mucho más importantes y significativos que mis garabatos. No trata de mí, sino de “Trieste a través de su persona”, como dice una de las postales. Y Trieste no significa solamente una ciudad, de por sí pequeña y modesta, sino una ventana para mirar el mundo, enmarcar la vida, explicar historias. Si esta ventana también les sirve a otros, si consigue reunir en un sentimiento múltiple y sin embargo común a estos nuevos amigos que se asoman desde su alféizar (en este caso, el borde del Carso triestino o el muelle que se adentra en el mar ante la Piazza Unità), el mérito, por supuesto, no es mío, sino de quien ha querido y ha creado la exposición –de Josep Ramoneda, Jordi Balló, Giorgio Pressburger, Paola Navone, y de las colaboradoras y los colaboradores que le han aportado una contribución creativa fundamental. Yo solo puedo sentirme orgulloso de haber dado la excusa para una creación artística que en gran medida me trasciende, que parte de mí i de mis libros para evocar, ilustrar, representar de un modo original una realidad peculiar que desde luego no es solo mía. El mérito es de quien la ha pensado y la ha montado si, como dice una de las postales que he recibido, permite a muchas personas “compartir un universo”.

Este montón de postales de visitantes –que me ha dejado estupefacto porque nunca habría imaginado un impulso generoso semejante de unos amigos desconocidos hasta entonces– es, a su manera, un concentrado de la propia exposición, una re-creación particular en una escala materialmente reducida pero extraordinariamente significativa. Con ellas podría construirse un fascinante castillo de postales, un fractal de la “Trieste de Magris”, que la contiene y reproduce. Para uno como yo –que cree que escribir, narrar es una forma de tender puentes entre distintas existencias, un desafío a la insoportable soledad de las criaturas, una religio, es decir, un lazo, como pretendían los narradores jasídicos–, esta ciudad de postales es un verdadero regalo.

Es una ciudad compuesta: en las postales está Trieste, está Barcelona, hay muchas otras cosas, halladas en un lugar del alma. Están dirigidas a mí, con una generosidad que me emociona profundamente; las recibo, todas ellas, como una ciudad de la que se me ofrecen las llaves. Es una ciudad del corazón –una de ellas lo dibuja–, o mejor de varios corazones. Lo que no es poco, en el desierto de enajenación y malentendido en el que se mueve la existencia de cada uno de nosotros. Nunca habría imaginado poder despertar los sentimientos de amistad, de proximidad, de afinidad espiritual que atestiguan estas postales. Sé muy bien que no he sido solamente yo, que no he sido yo quien ha despertado estos sentimientos; ha sido la exposición la que ha sugerido al alma de muchas personas el deseo de leer lo que he escrito y sobre todo, como escriben muchos, de ver mi mundo, de venir a Trieste. Pero también los premios que se reciben sin merecimiento calientan el corazón y me siento rodeado por el afecto que se expresa en estas postales.

Una de las postales a Magris enviada por los visitantes del CCCB

Debería responderlas una a una, porque todo diálogo es siempre entre dos, incluso cuando se extiende a un coro más amplio. Me ha impresionado la naturalidad, la desenvuelta espontaneidad de estos mensajes en una botella que el mar de la vida me ha traído. No hay en ellos demasiados cumplidos, alguien escribe que no ha leído ninguno de mis libros pero que envidia el cómodo sofá donde me siento para leer o escribir; algunas postales están muy llenas y otras solo contienen un dibujo o dos o tres palabras decisivas. En más de una se habla del deseo de andar conmigo por las calles de Trieste o de tomar un café charlando de lo que sea. Gracias, amigas y amigos.

El “no-lugar” triestino les parece a muchos no solo una carencia, una ausencia, sino un espacio casi feliz, una franquicia o una zona franca en la que pagar menos aranceles a la vida avara e insolvente. Trieste fascina a muchos. Ballena huidiza, múltiple: ¿existen más Triestes? Me lo preguntan. Algunos la sienten vital, pero otros ven en ella “inquietud” y “mucha tristeza”. Trieste es Trieste, pero es también un pequeño detalle incrustado en Barcelona como en el eclecticismo de un edificio modernista. Y los remitentes son personas de todas las edades, incluso una niña de doce años; algunas postales están firmadas por parejas o por familias enteras. Alguna habla de Danubio o Microcosmos, pero más de una menciona Verde agua, que contiene mi vida en un grado aún mayor.

Me pregunto si algún día me encontraré con estos amigos y amigas en cuya trayectoria ha entrado ni que sea un pequeño fragmento de mi existencia; en realidad el encuentro ya ha ocurrido, forma parte de mi historia y un poco de la suya y por lo tanto, en nuestra reducidísima dimensión, del universo. Las tengo sobre la mesa, estas postales, delante de mí, una flota de barquitas que me acompaña, aunque no sé hacia dónde. No me siento en absoluto el almirante de esta flota, como tampoco me siento protagonista de la exposición, pero no puedo negar la alegría e incluso la vanidad de ver mi nombre en cada postal, donde se escribe la dirección, como el nombre escrito en la parte trasera o en el costado de una barca. El nombre de la barca, en general, está escrito en letras más bien pequeñas, no puede verse y no destaca cuando se mira una vela que se desliza sobre el mar. Las velas, en este caso, son las palabras escritas en las postales, no el nombre que está escrito en la dirección.

Claudio Magris

¿Mi pueblo Potemkin?

28 de febrero de 2011 No Comments

Este artículo forma parte del catálogo de la exposición  “El Trieste de Magris” que se puede ver en el CCCB del 9 demarzo al 17 de julio de 2011.

Esta muestra está dedicada a Trieste, una ciudad que un viajero definía como bellísima a principios del siglo pasado, pero en la que se tenía la sensación de no estar en ningún lugar. La Trieste recreada aquí tampoco es un lugar, sino más bien la hipótesis, la nostalgia, la profecía, la ficción de un lugar: es un arca que recoge, recompone y salva los añicos del gran sueño que fue, sepultado bajo el diluvio de la historia. El arca navega, traslada aquel lugar fluctuante. Entre la ciudad y el espacio que la escenifica está el espejo de Alicia; la muestra, el país de las maravillas, está al otro lado del espejo. Se entra y se ve –al revés, solo al revés– la verdad de aquel no lugar.

La exposición, en parte, está dedicada a mí, lo que me llena de gratitud y, naturalmente, de perplejidad. Algunos momentos recrean mi vida, a las personas y las cosas que he amado, mis intentos de expresar este amor y de disimular las incertidumbres y las oscuridades que suelen acompañarle. Evidentemente, aquellos paisajes, aquellas figuras, aquellas historias de Trieste son mi rostro, al igual que aquellas provincias, reinos, montañas, bahías y personas son, en una famosa parábola de Borges, la imagen de su pintor. Quizá, en la pequeña parte que a mí se refiere, aquellos paisajes y aquellas figuras de Trieste sean también mi pueblo Potemkin, aquel escenario que Potemkin, el poderoso favorito de la zarina que gobernaba Rusia, había construido y colocado como un bastidor de teatro ante la realidad, para ocultar a la zarina la miseria de aquella realidad, de su Imperio. Aquella grandeza de Trieste, por la que me deslizo como un paseante entre la multitud, se convierte así para mí en un escondite, un biombo, una lente de aumento que dilata mi medida. Me siento un poco falsario en cuanto artífice, aunque sea subordinado y colateral, de este reino en el que me escondo. Me siento un infiltrado y estoy agradecido a los legítimos artífices de la muestra –Josep Ramoneda, Jordi Balló y Giorgio Pressburger– que hacen como si no se dieran cuenta.

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