Entradas con la etiqueta ‘Ana Vidal Bautista’

Étienne-Jules Marey: ojo en blanco

3 de marzo de 2016 No Comments

El 14 de enero se celebró la sesión inaugural del programa de cine Xcèntric con proyecciones del científico y pionero del cine Étienne-Jules Marey y música en directo de Mamut Cinema. El auditorio del CCCB se llenó y el público salió del acto emocionado. Este texto de Ana Vidal Bautista, profesora de semiótica de la imagen en la Universidad de Barcelona, recoge ese sentimiento y plantea una reflexión como espectadora sobre la obra de Marey.

 

Una reflexión sobre uno de los pioneros del cine, por Ana Vidal Bautista

Étienne-Jules Marey pertenece al grupo de los iniciadores del cine, en su mayoría hombres, que permiten un interesante traspaso de su condición científica, investigadora y experimental hacia los terrenos del arte.

El origen es, por definición, un terreno de misterio y extrañamiento. Es el terreno de la apertura porque todo origen abre un horizonte de posibilidades, caminos que esperan a ser o no explorados. Con las imágenes de Marey los espectadores asistimos a un nacimiento. Las primeras imágenes en movimiento, poco definidas y borrosas, extrañas y distantes, contrastan con las imágenes de nuestra época y nos invitan a dialogar con lo extraño, nos interrogan. Evidencian que la pregunta es heredera, en muchos sentidos, del origen de las cosas, de una inquietante mudanza: el nacimiento que las sumerge y nos sumerge indefinidamente en los misterios del tiempo.

Fotograma de un filme de Étienne-Jules Marey

Vivimos en la época de la alta definición y la complejidad del proceso comunicativo derivada, en gran parte, de la continua y creciente complejidad tecnológica. La simplicidad de las primeras imágenes en movimiento podría resultarnos altamente limitada y “muda” como una lengua no aprendida. Sin embargo, como si la cámara tuviera una mirada en blanco, la mirada de una criatura fascinada por su propia circunstancia: haber tomado vida, Marey nos invita a abandonar nuestra “vejez”, es decir, el arrebato de la omnisciencia para dialogar con el origen, donde todo es incierto y, precisamente por eso, también todavía posible.

La lectura de la obra de Marey como el resultado del trabajo de un cineasta representa un interesante traspaso de una identidad científica hacia los terrenos del arte, que comparte con la ciencia el deseo de interrogación y experimentación. Nosotros, espectadores por los que ha pasado un siglo, podemos hacer un traspaso que Marey no tuvo la oportunidad de hacer: el viaje de vuelta. Un viaje que, como cualquier otro, solo llevamos a cabo si estamos dispuestos a que los lugares por los que pasaremos nos transformen, incluso, si la transformación implica deshacernos de elementos que nos acompañan hasta entonces. Un traspaso que exige el valor de desprenderse de las certezas.

Los inicios del cine nos sitúan en el origen de una actividad que transformará nuestra cultura para siempre: la mirada a la pantalla. Ya desde su origen, el cine, da muestras, como la obra de Étienne-Jules Marey, de trabajos o “experimentos” que tratan de convertir la mirada-pantalla en un lenguaje, y por lenguaje podemos entender un sistema de búsqueda y conocimiento.

Marey, que era fisiólogo, también entendió el cine como un instrumento de fisiología: fisiología del tiempo. Filma elementos cotidianos: animales y hombres en movimiento. Pero no hay nada de cotidiano en las imágenes. Como el extraño, el libro, el viaje o la urna la pantalla nos invita a mirar las cosas como si no las hubiéramos visto. Marey nos obliga a mirar a los animales como si no los hubiéramos visto, a los hombres como si no los hubiéramos visto. El movimiento también es sujeto, su desarrollo y las variaciones, que se muestran al ojo, nos conduce a mirar, y por lo tanto pensar, el tiempo.

Étienne-Jules Marey, ”Cheval blanc monté”, 1886, locomotion du cheval, expérience 4. Dominio público

Como espectadores nos situamos ante una mirada que contrasta con un siglo de desarrollo. Un siglo que, sin que anular esas primeras miradas -o miradas en blanco porque remiten al origen- las completaría; como también, al contrario, se completaría en esas primeras miradas. Y eso puede que no lo tengamos presente, porque hay algo que se revela en las proyecciones de Marey -que inauguraron un nuevo lenguaje que ya en su época producía extrañamiento- que para los espectadores metamodernos queda atrás: la sensación misma de extrañamiento. Una sensación directamente relacionada con el movimiento, porque nos conduce a las preguntas, donde todo es susceptible alterar su curso.

Marey representa el tipo de cine con el que también nosotros nos convertimos en extraños, o recién nacidos, porque nos sumimos en el extrañamiento y el misterio tomados por la pulsión de mirar las cosas como si no las hubiéramos visto nunca. Aceptamos lo que nos interroga y nos interrogamos como el niño y el ángel de El cielo sobre Berlín. Preguntamos porque a través de lo visible entramos en contacto con lo invisible. Y las primeras imágenes en movimiento nos ponen en contacto con una red de invisibles: ¿Es posible salir del tiempo? ¿Podemos ignorar que todo antes de ser no ha sido? ¿Es posible ignorar que recordamos haber olvidado? ¿Qué se decide en el olvido? ¿A qué significación apunta la posibilidad de evidenciar el misterio a través de los interrogantes? ¿El vacío es un índice, un síntoma; qué señala? ¿Cuánto tarda el ojo en percibir lo que ya ha sido? ¿Nos enfrentamos los espectadores a las imágenes como a una copia? ¿Nos enfrentamos al mundo como a una copia? ¿Tenemos el valor de hacer el viaje que nos impone el tiempo con sus variaciones? ¿Transformamos las variaciones en copias? ¿Ha pasado el tiempo? Como afirmó el filósofo francés Henri Bergson, puede que el ojo vea “lo que la mente está preparada para comprender”. El cine de Marey nos hace ver, que exige ser nómada, desplazarse sin alojarse en la comprensión o reproducción a la que nos obliga permanentemente la cultura dominante: devolver el ojo al blanco.

1