George Orwell llegó a Barcelona el día de San Esteban de 1936. Tenía 33 años. Venía a luchar voluntariamente al lado de la República como militante antifascista. Lo que encontró fue una ciudad revolucionada y revolucionaria donde, en sus palabras, «la clase obrera había cogido las riendas». Luchó en el frente de Aragón con las milicias del POUM y una bala fascista le atravesó el cuello. En Barcelona pudo ser testigo directo de los infaustos días de mayo de 1937, en los que se produjo una guerra civil dentro de la guerra civil. La presión estalinista sobre la República desencadenó los Hechos de Mayo y la ciudad se convirtió en escenario de una cruenta batalla entre fuerzas que, hasta entonces, habían luchado codo con codo contra el enemigo común. Orwell presenció aquella nueva semana trágica en la que los impulsos autoritarios de unos y los impulsos libertarios de los otros causaron una brecha incurable en la estrategia para ganar la guerra y mantener el espíritu revolucionario. Con el POUM declarado ilegal de forma vergonzante y con su dirigente Andreu Nin torturado y asesinado por agentes soviéticos, Orwell tuvo que escapar de la persecución contra sus compañeros de armas y salir a escondidas de una ciudad donde había hallado –y mantuvo, pese a todo– un espíritu revolucionario y de fraternidad que marcaría para siempre su posición política y el sentido de una trayectoria literaria que culminó en Mil novecientos ochenta y cuatro.
Colm Tóibín llegó a Barcelona en 1975. Tenía 20 años. Venía a una ciudad que tenía los ecos literarios de Homenaje a Cataluña en su cabeza. Lo que encontró fue una ciudad que esperaba la muerte inminente del dictador, una sociedad en ebullición, creativa y movilizada, pero aún permanentemente vigilada y reprimida por un régimen especialmente cruel, consciente de que estaba en las últimas. En medio de una dictadura, el joven Tóibín, paradójicamente, encuentra una atmósfera de cambio y de explosión de las anheladas libertades. La Barcelona de fines del franquismo e inicio de la transición –tan radicalmente distinta de la sociedad católica y rural de Irlanda– se convierte en un espacio iniciático para Tóibín: una mezcla de ilusión colectiva y de libertades individuales que el joven irlandés abraza como propias. En Barcelona, Tóibín aprende a ser quien es y adopta Cataluña como segunda patria. Su exitosa carrera literaria está llena de rastros de aquella decisiva experiencia formativa.
Ahora, con motivo del Día Orwell, Tóibín nos propone una relectura de Homenaje a Cataluña, en un intento de poner en perspectiva la Barcelona de 1936 –la de una revolución frustrada y una guerra perdida– y la de 1975 –la que inicia el cambio de una dictadura a una democracia capitalista. En este tránsito la ciudad jugará un papel esencial y será una de las claves de la configuración del universo literario de Orwell y del propio Tóibín.