El cine es un arte nacido de la técnica y a diferencia de las otras artes podemos precisar la fecha de su nacimiento el 13 de febrero de 1894 día en que los hermanos Lumiere patentaron el cinematógrafo.
El cineasta Peter Greenaway precisó la fecha de su muerte “La muerte del cine ocurrió el «31 de septiembre de 1983», cuando se introdujo el control remoto en el salón de estar de las casas, porque ahora el cine tiene que ser arte interactivo y multimedia.”
El cine nacido con una vocación representativa, un producto de la técnica concebido sin vocación artística, y sujeto a la pantalla original (la de la sala de cine) ha caído de su pedestal y admitido el fracaso de su función representacional para girar la vista sobre si mismo. Ha entrado en la era de la televisión, del vídeo, del teléfono móvil, de la red de cámaras de vigilancia, de la Web, en definitiva de la de la pantalla global.
Gilles Lipovetsky y Jean Serroy afirman el cine no está muerto, sino que se transfigura en hipercine.
El hipercine levanta y extiende una visión del mundo, que es vinculante para nosotros en todas las otras pantallas que nos rodean. La ritualidad de la sala cinematográfica ya no puede contenerlo, se ve desbordada por el hipercine; el tiempo real y la conectividad de las plataformas virtuales, el flujo de información y la multiplicidad de formatos inherentes a este nuevo concepto precisan de la multipantalla para desarrollarse y precisamos expandir el territorio conceptual, en que se ha pensado el cine, para abarcar este nuevo objeto teórico.
La era de los registros fuera de la pantalla es el cambio más grande jamás visto en el cine. No sólo se transforma en hipercine, con sus características específicas (exceso de multiplicidad, desaparición de la distancia, interactividad), sino que se ha reestructurado por la lógica de la fama, el hiper-espectáculo y el entretenimiento y se ha convertido en un producto mundial, y por lo tanto en una visión del mundo.
Como muestra, la revisión en clave humorística del género de terror en “El asesino de la cuchara”, un obra fragmentada, meta cinematográfica, multi formato y multi pantalla, en constante evolución y crecimiento por la interacción del espectador/contribuidor. Es un objeto cultural que precisa de un nuevo espectador y un nuevo entorno teórico para su análisis.
¿Cómo se tiene qué construir el “individuo hipermoderno” para vivir en el imperio de la pantalla global? ¿Las imágenes de la época hipermoderna son sinónimo de pérdida de pensamiento?
Sin duda hay mucho que hablar.
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