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Marta Segarra: «Queremos poseer el otro y acabamos despojándonos a nosotros mismos»

2 de marzo de 2017 No Comments

¿Hasta qué punto el deseo —que de entrada parece un fenómeno pulsional, que liga al hombre a la animalidad— está condicionado culturalmente? ¿Cómo afectan los tópicos sobre la feminidad a la actitud y las decisiones que una mujer toma en su vida? ¿Qué margen han tenido las mujeres para descubrir su deseo en una historia cultural y sexual escrita por los hombres? Hablamos de ello con Marta Segarra, catedrática de literatura francesa y de estudios de género en la Universidad de Barcelona, y cofundadora y directora del Centro Mujer y Literatura.

Marta Segarra a la conferència Desig i subversió © CCCB, Miquel Taverna, 2017

Marta Segarra en la conferencia Deseo y subversión © CCCB, Miquel Taverna, 2017

Deseamos según unos patrones culturales —no solo los que marcan la educación y las lecturas, también todo cuanto absorbemos diariamente de forma menos consciente.

Anna Punsoda: El amor es cultural y el deseo es natural.

Marta Segarra: El amor es una construcción cultural, sí. Por supuesto que no se entiende igual ahora que hace quinientos años, ni se entiende igual en Barcelona que en Dakar. Pero el deseo tampoco es natural. Tendemos a pensar que es un fenómeno instintivo, pulsional —o natural, como tú dices. Pero también deseamos según unos patrones culturales —no solo los que marcan la educación y las lecturas, también todo cuanto absorbemos diariamente de forma menos consciente.

Para mí, el patrón cultural más obvio es lo que nos impulsa hacia la heterosexualidad. Creemos que es natural que si eres hombre desees a mujeres, y si eres mujer desees a hombres, cuando en la realidad no siempre es así, obviamente. La cultura nos empuja hacia una heterosexualidad que algunas teóricas han denominado «heterosexualidad obligatoria». Los afectos, pero también la sexualidad, vienen marcados por patrones culturales que hoy en día están vehiculados sobre todo por los relatos audiovisuales —el cine, la televisión, la publicidad, las nuevas redes sociales.

AP: Hablando de patrones, en tu ensayo Políticas del deseo contrapones dos arquetipos de mujer: las bíblicas María y Eva. ¿Qué representan estos arquetipos y a quiénes sirven?

MS: De entrada son un ejemplo claro de cómo en Occidente nuestro pensamiento siempre se ha estructurado de forma binaria. Bien y Mal, Alma y Cuerpo, Amor puro y Amor sexual. En este sentido, dentro del género «mujer» se han promovido dos modelos: la mujer buena, que sería María —madre, y además virgen, o sea portadora de vida sin haber sentido nunca deseo sexual—, y Eva, que sería la primera femme fatale de la historia, la que arrastra al hombre hacia el materialismo, le lleva a la condena mediante la atracción que le genera. Eva es la tentación y la muerte porque la expulsión del paraíso simboliza la introducción de la mortalidad en la historia de la humanidad. Este patrón, que se perfila conceptualmente en el siglo XIX, es muy antiguo. Y tiene un mensaje muy claro: el deseo trae desgracia. Es el mito de Carmen, la mujer que no se enamora, pero cuya atracción funciona en una pluralidad de hombres, y acaba esparciendo muertes y dolor.

AP: Y esta idea de la mujer seductora, manipuladora, consciente del efecto de sus encantos, ¿no entra en contradicción con el tópico que nos presenta a la mujer como una criatura sometida a las fuerzas telúricas?

MS: Por supuesto. Este último es un tópico que paradójicamente cobra fuerza en el siglo XVIII, el Siglo de las luces. Se nos dice que por su cuerpo, por su anatomía, la mujer está más cercana a lo natural. Porque se vincula la feminidad a la maternidad. Lo que, según este pensamiento, no pasa con el hombre, que puede sublimar el vínculo con la naturaleza mediante la razón, elevarse por encima de la contingencia material.

«La mujer artista se nos ha presentado a menudo como el arquetipo de la mala madre, porque se dedica al arte —o al trabajo, el que sea— más allá del rol que supuestamente le ha asignado la naturaleza.»

AP: Por eso la mujer siempre ha representado lo eterno, la base de las cosas, y el hombre el complemento, el progreso.

MS: Sí. Precisamente en este sentido hay una oposición conceptual clásica, procreación y creación. Maria Àngels Anglada habla de ello en un poema cuyo título es Una resposta. Estas dos actividades se han visto durante muchos siglos como excluyentes. Muchas mujeres lo han interiorizado, están convencidas de que su papel en el mundo es primordialmente de transmisión, de continuidad, de mantenimiento familiar. La mujer artista se nos ha presentado a menudo como el arquetipo de la mala madre, porque se dedica al arte —o al trabajo, el que sea— más allá del rol que supuestamente le ha asignado la naturaleza.

Marta Segarra i Merri Torras a la conferència Desig i subversió © CCCB, Miquel Taverna, 2017

Marta Segarra y Merri Torras en la conferencia Deseo i subversión © CCCB, Miquel Taverna, 2017

AP: ¿Y no es posible que haya tópicos, como el que nos presenta a la mujer como «aquella que acoge (al hombre, a los niños, etc.)», que arraiguen en la biología?

MS: Pues depende de dónde pongas el acento. La mujer también podría ser «aquella que expulsa». De hecho, Marguerite Duras tiene toda una teoría sobre el parto (la primera expulsión) como movimiento primigenio. Tú ahora piensa cómo afectaría a la estructura social si, en lugar de haberse impuesto el relato de «el cuerpo que acoge», se hubiera impuesto el relato de «el cuerpo que expulsa».

AP: ¿Qué espacio ha tenido la mujer para descubrir su deseo?

MS: Durante siglos el discurso dominante ha dicho que el hombre era el que deseaba y la mujer era el objeto del deseo. El psicoanálisis freudiano reforzó esta imagen. El único papel que podían hacer las mujeres era pasivo. A principios del siglo XX, en Europa, algunas mujeres —aún pocas— demostraron con sus vidas las posibilidades de ir más allá, de vivir su deseo según parámetros propios. Pero empezamos a descubrirnos con los movimientos feministas de los años setenta. «Nuestro cuerpo es nuestro» es una reivindicación que hay que entender en este sentido, como posibilidad para alejarse de los estereotipos sobre la feminidad, con la intención de descubrir nuestro propio deseo.

AP: A diferencia del amor, que se ha visto como un medio de trascendencia, el deseo suele presentarse como desazón y ansias de posesión.

MS: Sí, y no es tan simple. A veces sí que el deseo se traduce en un deseo de posesión, pero a veces, al ponernos en crisis como sujetos, nos trastoca profundamente y nos «deshace». Queremos poseer el otro y acabamos despojándonos a nosotros mismos. En este sentido, los efectos del deseo son interesantes porque ponen en crisis la autonomía y la autosuficiencia del sujeto, problematizan sus límites.

AP: Hay un deseo ético.

MS: Es una forma de decirlo. Por ejemplo, Judith Butler, en Deshacer el género, nos presenta la sexualidad como una de las vías, de las esferas humanas, en las que es más fácil «deshacerse», romper los límites que nos aíslan como individuos. Nos abre al otro, a la diferencia con el otro —diferencia en un sentido amplio.

AP: Y la sexualización de todo ello, la presencia constante de estímulos, ¿cómo afecta al deseo?

MSLa hipersexualización es una forma de canalizar el deseo en unos parámetros muy concretos. Es cierto que salimos de siglos de represión, que la sociedad europea ha sido muy puritana en los siglos pasados. Pero la «sexualización» actual no significa necesariamente que se abran las posibilidades del deseo. El discurso feminista de los años setenta sobre la liberación ha sido reabsorbido por el poder y por la lógica capitalista, con la intención de potenciar el consumo. La liberación per se no es subversiva. El deseo per se no es subversivo. De hecho, es posible, también, como estamos viendo en muchos casos, que la «liberación» y el deseo no pongan en crisis las estructuras sociales de poder, sino que las refuercen.

Marta Segarra participa en diversos debates y programas del CCCB que tatran sobre el papel de la mujer en la sociedad actual. Podéis consultar todos los contenidos relacionados con la autora en la web del CCCB.

Un viaje por la arquitectura del deseo

26 de enero de 2017 No Comments

«1.000 m2 de deseo. Arquitectura y sexualidad» explora de qué manera la arquitectura ha definido nuestros espacios para el sexo. Enmarcada en dos revoluciones, la Francesa (1789) y la de Mayo del 68, la exposición traza un recorrido histórico a través de la literatura, el arte, la arquitectura, el diseño y las aplicaciones móviles. Para que no te pierdas entre las 250 piezas que ocupan los 1.000 m2 del título, hemos hecho una selección de obras imprescindibles, que por sí mismas merecen una mirada por su importancia histórica, porque son únicas, curiosas o porque las hemos construido explícitamente para la muestra. Una colección de libros, maquetas, planos, grabados y reproducciones de espacios a escala real para que te adentres en un mundo sugerente y, al mismo tiempo, hagas un viaje en el tiempo por la arquitectura del deseo.

Playboy, ¿una revista para amantes de la arquitectura?

«El hombre Playboy y su revista son arquitectura», escribe la arquitecta Beatriz Colomina en el texto del catálogo de la exposición. Y es que, a pesar de que esta revista era (y es aún) un referente del erotismo, uno de los objetivos de su editor, Hugh Hefner, era también ser un referente del estilo, la arquitectura y el diseño. El hombre Playboy tenía que vivir en un apartamento diseñado para la seducción, un loft sin puertas ni habitaciones para tener a la mujer en todo momento a la vista. Por ello, los mejores arquitectos y diseñadores del momento, desde Charles Eames hasta Eero Saarinen, ocupaban páginas y páginas en la revista al lado de chicas desnudas, artículos de Truman Capote y entrevistas con Michael Caine. En la #expodeseo encontraréis un espacio dedicado exclusivamente a la revista Playboy, comisariado por Beatriz Colomina y su equipo: explorad las maquetas de la mansión Playboy y el avión de su editor, leed los artículos sobre los arquitectos de moda, acostaos en la cama redonda de Hefner y mirad los planos de las casas más impactantes de la época, algunas de las cuales fueron escenarios de películas como las de James Bond.

Llit de Hugh Hefner, editor revista PlayBoy © CCCB, 2016

Cama de Hugh Hefner, editor revista PlayBoy © CCCB, 2016

La pornografía según Nicolas Restif de la Bretonne

¿Sabíais que el término “pornografía” aparece por primera vez en 1769? Concretamente, en un tratado de Nicolas Restif de la Bretonne, un escritor que en su obra Le Pornographe (neologismo que acuñó él mismo para designar a un escritor que se ocupa de la prostitución) describe con todo lujo de detalles cómo tendría que ser un establecimiento dedicado a la prostitución o cuánto valdría cada chica en función de su edad y belleza. Para Restif de la Bretonne, la pornografía era un asunto de Estado y su propuesta era innovadora y audaz: pensad que hablamos de la Francia prerrevolucionaria. Estos establecimientos, llamados parthénions (casas para jóvenes vírgenes), influyeron sobremanera en las teorías de Charles Nicolas Ledoux, de quien encontraréis abundantes ejemplos en la muestra, incluido el famoso Oikema. Encontraréis el original de Le Pornographe en la exposición.

Las polaroids de Carlo Mollino

Carlo Mollino era un prestigioso arquitecto italiano que cultivó también otras disciplinas: la literatura, el automovilismo, la aeronáutica o el diseño de muebles. Pero a Carlo Mollino le interesaba, por encima de todo, la fotografía. A raíz de su muerte, en 1973, sus herederos descubrieron una colección de fotografías de la cual desconocían la existencia: imágenes de mujeres, elegantemente desnudas, que Mollino había retratado a lo largo de su vida. Las polaroids se realizaban en su propio apartamento, donde Mollino tenía un set que preparaba para cada ocasión. Escogía a las mujeres en la calle o en prostíbulos de Turín, donde él vivía: no hay ninguna que repita ni ninguna escenificación igual. Más de 1.000 gestos fetichistas plasmados en 8×10 cm que descubriréis en una pequeña habitación medio a oscuras.

Polaroids de Carlo Mollino © CCCB, 2016

Polaroids de Carlo Mollino © CCCB, 2016

Los planos originales del panóptico de Jeremy Bentham

El sufragio universal, la separación entre Iglesia y Estado, la abolición de la esclavitud, los derechos de los animales, la libertad sexual, la emancipación de la mujer o la despenalización de la homosexualidad: Jeremy Bentham fue un pionero en la defensa de ideas que hoy en día están en boca de todos. Una de sus grandes aportaciones es la idea del panóptico, la figura arquitectónica del poder en la sociedad moderna: una casa de inspección que se puede aplicar a cualquier institución (una cárcel, un hospital, una escuela) y que permite vigilar a la población en todo momento. La cárcel Modelo de Barcelona tenía la estructura de panóptico definida por Bentham en 1791. Jeremy Bentham, sin embargo, era filósofo y no arquitecto, y por esta razón los planos originales del panóptico que encontraréis en la exposición son de Willey Reveley. Por cierto, si tenéis curiosidad por saber qué cara tenía (literalmente), podéis visitar su momia vestida en el University College de Londres.

El croquis del falansterio de Charles Fourier

El filósofo utópico Charles Fourier fue contemporáneo de Jeremy Bentham y, como él, fue un revolucionario. Pero también fue un utopista que creía en la bondad del ser humano y en la creación de un paraíso sexual donde se pudieran reconocer y satisfacer todas las pasiones. Este paraíso se llamaba Harmonia, y el falansterio sería el espacio donde estas pasiones se producirían. Ocuparía 5 km2 de tierra cultivable en un terreno cercano a un bosque y una gran ciudad. Constaría de tres pisos y tres alas, una de ellas destinada a los placeres sexuales. Esta idea fue adoptada por los movimientos hippies de los años sesenta del siglo xx, pero encontramos también otros ejemplos en la arquitectura, como el edificio Walden 7 de Ricardo Bofill (la forma del cual, por cierto, recuerda a una vagina), las cúpulas geodésicas (encontraréis una en el centro de creación de Comediants en Canet de Mar) o las ciudades utópicas diseñadas por el grupo de arquitectura Archigram. En “1.000 m2 de deseo” encontraréis los diseños originales del falansterio, así como la maqueta original del edificio de Bofill. 

Maqueta de l’edifici Walden 7 de Ricardo Bofill © CCCB, 2016

Maqueta del edificio Walden 7 de Ricardo Bofill © CCCB, 2016

El grabado del sacrificio de un asno en honor a Príapo de El sueño de Polífilo

Es el sueño de todo bibliófilo: un libro enigmático, del cual  no se sabe con certeza el autor, que reúne todos los saberes de la edad media, de la mitología al ajedrez, la astronomía, la liturgia, la epigrafía, la arqueología o el arte de podar zarzales. El sueño de Polífilo (Hypnerotomachia Poliphili), publicado en 1499, narra la historia de Polífilo, el cual sueña en recuperar a su estimada Polia mientras recorre paisajes imaginarios de arquitectura fabulosa: es uno de los primeros ejemplos que une arquitectura con erotismo. Contiene 171 grabados de autor desconocido, entre ellos, el sacrificio de un asno en honor a Príapo que se puede ver en la exposición. El libro, dedicado al duque de Urbino, fue financiado por el noble Leonardo Grassi, protonotario apostólico, aficionado a la arquitectura y responsable de las fortificaciones de Padua, e impreso en Venecia por Aldo Manuzio, uno de los impresores más famosos del momento. Vaya, como si Planeta hubiera editado un libro dedicado al conde de Godó pagado por la familia Güell.

El Centro de Entretenimientos Sexuales de Nicolas Schöffer

Imaginad un espacio dedicado únicamente al placer, a los cinco sentidos. Un espacio donde la luz, los olores, los colores están enfocados a estimular vuestros sentidos y a prepararlos para el acto sexual. Esto es el Centro de Entretenimientos Sexuales que el artista plástico y escultor Nicolas Schöffer diseñó para la Ciudad cibernética (1955-1969), un proyecto de ciudad utópica inspirada en Fourier. Como toda idea utópica, nunca llegó a materializarse, pero en la exposición podréis ver una reproducción a escala real de este espacio: una sala cerrada donde la luz, las texturas, las esculturas metálicas geométricas y la música se erigen en protagonistas para que el visitante pueda experimentar con todos los sentidos. Una experiencia que hay que vivir con la mente abierta.

Reproducció el Centre d’Entreteniments Sexuals de Nicolas Schöffer © Gregori Civera, 2016

Reproducción el Centro d’Entretenimientos Sexuales de Nicolas Schöffer © Gregori Civera, 2016

Una segunda vida (virtual)

Imaginad un espacio donde podéis vivir la vida que queréis. Donde podéis dar libertad a vuestros deseos más perversos. Donde podéis imaginar que tenéis un pene de formas imposibles, o que vosotros mismos tenéis una forma imposible que os permite disfrutar de placeres desconocidos… Second Life empezó como un mundo virtual donde, a través de un avatar, los usuarios podían interactuar con otros avatares y construir su propio mundo, pero se ha convertido en un territorio sin normas ni tabúes donde los usuarios organizan encuentros sexuales en entornos que reproducen con todo detalle la arquitectura de sus fantasías. Eso sí, todo sucede en un espacio virtual. En la exposición podréis ver un vídeo que muestra estos espacios digitales para el sexo. 

Captura del vídeo de Second Life

Captura del vídeo de Second Life

Los baños de Rem Koolhas

Centro de Londres. Delimitado por un muro se extiende un espacio asolado dividido en once zonas, entre las cuales, una plaza de ceremonias, el Parque de los Cuatro Elementos, con templos para experiencias sensoriales, la Plaza de las Musas (solo sobrevive el Museo Británico) y los Baños. Inspirados en el Oikema de Ledoux, en estos baños hay zonas de observación, exhibición, seducción y encuentro (las piscinas) y también celdas para la consumación, donde se proyectan fotogramas de una película pornográfica, La esclava blanca. Un sueño utópico del arquitecto Rem Koolhas, premio Pritzker, autor del icónico edificio de la televisión china, pensado en los primeros años de la arquitectura radical de los años setenta. En la exposición podréis ver los dibujos y planos originales de esta idea.

Más allá del cuerpo

25 de febrero de 2016 No Comments

En su pionero Velocidad de escape. La cibercultura en el final del siglo, escrito en 1995, traducido al castellano en 1998 por Ramón Montoya Vozmediano y publicado en Siruela, Mark Dery incluía un capítulo titulado «Robocopulación: sexo por tecnología igual a futuro», en el que se abordaban posibles vías de enaltecimiento y mejora del placer carnal a través del adorno o el complemento tecnológico. La mejora evolutiva de la lubricidad a través de algo que vaya más allá de la piel es, probablemente, tan vieja como el hombre, y no se trata, ni mucho menos, de ninguna posibilidad inédita que nos haya abierto esta revolución digital que, como bien sabemos, nos lo ha transformado todo (no siempre para bien, como sostenemos quienes contemplamos con alarma tanto la desintegración de la cultura del trabajo como el tsunami de narcisismo, ensimismamiento y atrofia de la empatía que ha traído consigo tanta hipervisibilidad y tanta abreviación de viejos protocolos relacionales de nuestro inmediato pasado analógico).

Portada de “Velocidad de escape”, Mark Dery, Editorial Siruela

El primer homínido que talló el primer consolador artesanal para usarlo en orificio propio o ajeno fue quizá el primer posthumano de la historia. La imagen incluso abre la posibilidad de un sujeto prehumano y posthumano al mismo tiempo, idea que relativiza la supuesta gran distancia recorrida por la humanidad entre la caverna y Tinder de un modo tan eficaz como el de la famosa elipsis de 2001, una odisea del espacio, que convertía una osamenta lanzada al aire en una sofisticada nave espacial descendiendo entre estrellas.

En su texto, Dery no podía reprimir su perplejidad ante la portada del número 2 de la revista Future Sex, que mostraba la grotesca imagen de una pareja hipercableada y con la piel forrada de adornos cibernéticos, estampa mucho menos estimulante que la de haber mostrado a la misma pareja, por decirlo de algún modo, piel con piel. También constataba el autor que las primeras tentativas de sexo virtual y sicalipsis tecnológica poco tenían que ver con un salto cuántico a la hora de redefinir el sexo, erigiéndose más bien en variantes algo incómodas de la sempiterna masturbación: «En un futuro de ciencia ficción en el que la conciencia no estuviese limitada a ese viejo contenedor (el cuerpo), sino que pudiese alojarse en la memoria digital de un cuerpo robótico, parecería al menos concebible que la sexualidad humana pudiese ser abstraída de cualquier encarnación, incluso de una conciencia humana reconocible como tal. Sin embargo, todas las especulaciones sobre la sexualidad posthumana se detienen ante un hecho inevitable: siempre se hacen desde un punto de vista humano, para quienes la idea misma de sexualidad se define en términos de carne y humanidad.»

Fotograma de Holy Motors, Leos Carax (2012)

Hay una imagen cinematográfica que parece abrir sutilmente la puerta de esa sexualidad posthumana: el coito en motion capture que propone Leos Carax en un momento de Holy Motors. Convenientemente enfundados en piel sintética puntuada por sensores, un hombre y una mujer elaboran una danza de acrobacias y de cunnilingus sin cunnilingus que es volcada en unas formas digitales que pronto abandonan toda verosimilitud anatómica para retorcerse, mutar y confundirse entre sí. Curiosamente, la imagen de esos amantes polimórficos se parece mucho a la que sirvió de portada a la edición española de Velocidad de escape.

Antes de que seamos capaces de dar ese salto conceptual que nos libere del cuerpo (uno de los sueños de la mística, de hecho: todo nos viene de antiguo y entre lo sacro y lo profano a menudo solo hay una membrana muy tenue), la interacción entre deseo y tecnología habrá tenido que afrontar uno de los grandes peligros detectados por privilegiados visionarios de nuestra imparable inmersión en el futuro: esa muerte del afecto de la que tanto habló un J. G. Ballard que, de hecho, junto a futuristas, dadaístas y Marshall McLuhan, acababa apareciendo inevitablemente en ese texto de Dery que hablaba tanto de la erotización de la máquina como de la deserotización –y deshumanización- del hombre. En la exposición «+Humanos. El futuro de nuestra especie» destacan dos piezas que, de algún modo, funcionan como la luz y la sombra de esta cuestión y buscan soluciones civilizadas al riesgo de nuestra caída en la sima del solipsismo y el onanismo existencial.

+ HUMANOS. Entrevista. Catherine Kramer presenta “Teledildónica para relaciones a distancia”, de Kiiroo from CCCB on Vimeo.

La Teledildónica para relaciones a distancia que propone la empresa Kiiroo une dos modelos de herramienta de uso común –por un lado, el consolador y la vagina portátil; por otro, las redes sociales y la comunicación virtual- para ofrecer una mejora evolutiva tanto del acto de sexo solitario con aditamento como de ese sexo telefónico cuyos usos benéficos para acortar lejanías geográficas entre amantes preceden en bastantes años la consolidación de las casi siempre nefastas líneas eróticas. Si el sexo telefónico ayudó y contribuyó a revitalizar el poder seductor de la palabra, la teledildónica ofrece la oportunidad de fortalecer aquel sentido que, según el maestro Jan Švankmajer –autor de una película fundamental sobre la masturbación y el fetiche: Conspirators of Pleasure-, tenemos más adormecido: el tacto. Sofisticados artilugios que masajean nuestros genitales mientras vemos a nuestros amantes en la distancia y hablamos con ellos proporcionan una innegable mejora respecto a otras estrategias previas, pero siguen topando con un viejo obstáculo que cobra una doble forma: pese a todo, seguimos estando solos, seguimos sintiendo la nostalgia de la piel…, porque no hemos aprendido a desarrollar una conceptualización de la sexualidad que nos libere del cuerpo. La teledildónica es algo parecido a comprarse un sofá mucho más cómodo (y con posibilidad de masajeo bajo el tapizado) para ponerlo donde antes había… otro sofá.

+ HUMANOS. Entrevista. Julijonas Urbonas habla de la “Máquina orgasmática” from CCCB on Vimeo.

La pieza de la exposición que más impresionó a este visitante fue la que prácticamente cerraba el recorrido: la Montaña rusa eutanásica de Julijonas Urbonas, una atracción aparentemente diabólica –pero en el fondo tan racional como la teledildónica- diseñada para garantizar una muerte inevitable –si bien placentera y espectacular- a sus usuarios. Es sabido que, en una exposición, las piezas dialogan entre sí y adquieren nuevos sentidos inesperados. Separadas por la distancia del recorrido, la Montaña rusa eutanásica y la Máquina orgasmática Cumspin conspiraban para inspirar una conexión entre Eros y Tánatos: además, habían salido de la cabeza de un mismo artista y compartían los códigos de la atracción ferial, lanzando el mensaje secreto de que el territorio cotidiano que más puede acercar al ciudadano de a pie a la experiencia mística de salirse del cuerpo es el parque de atracciones. Urbonas maneja, al hablar de su sofisticada Cumspin, conceptos tan estimulantes como los de «orgasmo hipergravitacional» y «sexo extraterrestre», que sugieren, pues, un acercamiento a esa utopía propuesta por Dery, la de una verdadera sexualidad posthumana que nos obligue a pensar más allá de nuestro envoltorio carnal. En la Cumspin se dan la mano el recuerdo del acumulador de energía orgónica de Wilhelm Reich y el de esa réplica bufa que fue el orgasmatrón imaginado por Woody Allen en El dormilón, al tiempo que se gestiona y racionaliza el uso seguro de esa autoasfixia erótica que llevó a los personajes de El imperio de los sentidos y a celebridades como David Carradine a transformar la petite mort en una muerte a secas. Lo desalentador de la Cumspin es lo que acaba diciendo de ella Julijonas Urbonas al final del vídeo: es solo una hipótesis. Es decir, pertenece, todavía, al terreno de lo utópico.

Muchas películas de ciencia ficción recientes han hablado del robot como prótesis afectiva de una humanidad tocada por severos déficits emocionales. Cada vez resulta más fácil volcar una simulación del afecto en una inteligencia artificial, pero parece que todavía se nos escapa eso de inventarnos sexualidades que trasciendan nuestra condición humana. Quizá el futuro acabe siendo eso: el lugar en el que amor y sexo vivirán en universos radicalmente distintos, donde aquello que llamábamos amor será lo que simularán nuestras creaciones sintéticas, mientras que todos nosotros nos hallaremos embarcados en inéditas acrobacias y posibilidades sexuales para las que ni siquiera hemos sido, de momento, capaces de esbozar un lenguaje.

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