En 1999, tras el desalojo de la cárcel madrileña de Carabanchel, el fotógrafo Roberto Francisco Cuesta logró colarse en ella con su cámara de fotos. “Hacía pocos días que los reclusos habían abandonado el centro penitenciario y aún podía notarse el olor a humanidad en las celdas”, explica Cuesta. Unos amigos suyos rodaban una película en la cárcel y, aprovechando la oportunidad, Cuesta entró en los tenebrosos pasillos de Carabanchel para captar con su objetivo el rastro de años de reclusión y falta de libertad. “En las imágenes no se ve a ninguna persona, pero sí sus objetos personales, que hablan mucho de cómo era los presos, cuáles eran sus tendencias políticas, religiosas, sus tendencias sexuales”, dice el cámara bilbaíno. “Mi intención era captar el desasosiego de los presos”, comenta.
Cuesta intentó vender a la prensa su trabajo, pero ningún medio se interesó por el mismo. Diez años más tarde, Mery Cuesta y Amanda Cuesta contactaron con Roberto para que fotografiara el barrio de Ortxaorkaga para la exposición “Quinquis de los 80”. Roberto Cuesta aceptó la propuesta -conocía el barrio muy bien porque nació en él-. A raíz de este trabajo, las comisarias descubrieron la historia de las fotografías inéditas de Carabanchel y creyeron que la exposición del CCCB -que dedica un apartado a la vida en las cárceles- sería un buen lugar para sacar a la luz las imágenes, nítidos recuerdos de la vida entre rejas.
“Quinquis dels 80. Cine, prensa y calle”, acoge una miniexposición de la obra de Cuesta, 22 fotografías de aquellos rastros de vida con que se encontró el fotógrafo de Otxarkoaga al entrar a Carabanchel a finales de los noventa. Hasta el 6 de septiembre en el CCCB.
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Todos los que os quedásteis con ganas de visitar “Quinquis de los 80. Cine, prensa y calle”, tenéis la oportunidad de hacerlo este verano en Madrid. La exposición se presenta en La Casa Encendida del 9 de julio al 29 de agosto. Organizada por el centro madrileño y el CCCB, la muestra ofrece una mirada sobre el cine quinqui y su relación con la prensa sensacionalista de la época. Delincuentes como el Vaquilla o el Jaro se convirtieron en auténticos iconos de la marginalidad, a menudo representados de forma estereotipada por el cine y los diarios.