¿Mi pueblo Potemkin?

28 de febrero de 2011 No Comments

Este artículo forma parte del catálogo de la exposición  “El Trieste de Magris” que se puede ver en el CCCB del 9 demarzo al 17 de julio de 2011.

Esta muestra está dedicada a Trieste, una ciudad que un viajero definía como bellísima a principios del siglo pasado, pero en la que se tenía la sensación de no estar en ningún lugar. La Trieste recreada aquí tampoco es un lugar, sino más bien la hipótesis, la nostalgia, la profecía, la ficción de un lugar: es un arca que recoge, recompone y salva los añicos del gran sueño que fue, sepultado bajo el diluvio de la historia. El arca navega, traslada aquel lugar fluctuante. Entre la ciudad y el espacio que la escenifica está el espejo de Alicia; la muestra, el país de las maravillas, está al otro lado del espejo. Se entra y se ve –al revés, solo al revés– la verdad de aquel no lugar.

La exposición, en parte, está dedicada a mí, lo que me llena de gratitud y, naturalmente, de perplejidad. Algunos momentos recrean mi vida, a las personas y las cosas que he amado, mis intentos de expresar este amor y de disimular las incertidumbres y las oscuridades que suelen acompañarle. Evidentemente, aquellos paisajes, aquellas figuras, aquellas historias de Trieste son mi rostro, al igual que aquellas provincias, reinos, montañas, bahías y personas son, en una famosa parábola de Borges, la imagen de su pintor. Quizá, en la pequeña parte que a mí se refiere, aquellos paisajes y aquellas figuras de Trieste sean también mi pueblo Potemkin, aquel escenario que Potemkin, el poderoso favorito de la zarina que gobernaba Rusia, había construido y colocado como un bastidor de teatro ante la realidad, para ocultar a la zarina la miseria de aquella realidad, de su Imperio. Aquella grandeza de Trieste, por la que me deslizo como un paseante entre la multitud, se convierte así para mí en un escondite, un biombo, una lente de aumento que dilata mi medida. Me siento un poco falsario en cuanto artífice, aunque sea subordinado y colateral, de este reino en el que me escondo. Me siento un infiltrado y estoy agradecido a los legítimos artífices de la muestra –Josep Ramoneda, Jordi Balló y Giorgio Pressburger– que hacen como si no se dieran cuenta.

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