¿Lab es todo?

El concepto Lab hace fortuna. Ha tenido la suerte de que se lo apropie todo tipo de actores: públicos, semipúblicos, privados, y otras combinaciones imaginables.

Cocineros preparando estofado en las cocinas de los cuarteles de Aldershot, noviembre de 1939.

Cocineros preparando estofado en las cocinas de los cuarteles de Aldershot, noviembre de 1939. Fotógrafo oficial del Ministerio de guerra. Wikipedia. Dominio público.

El concepto LAB ha hecho fortuna. Pero, al mismo tiempo, el uso y abuso del monosílabo exigen una reflexión crítica y autocrítica. Ramon Sangüesa, un referente indudable en la cultura lab, reflexiona sobre el modelo californiano, el prototipado, la creación de comunidades y el rol de las instituciones en la cocina de la innovación ciudadana.

Inspirar. Tomar carrerilla para el siguiente párrafo.

Barcelona Lab. Barcelona Civic Lab. Citizen’s Lab. Culture Lab. Citilab. Citylab. FabLab. MakerLab. HackLab. Laboratorios Ciudadanos. CCCB Lab. CoLab. Co-llaboratory. Co-laboratorios. LivingLab. MediaLab. FutureLab. MediaLab. MedLab. InnovaLab. GovLab. DIY Lab. Lab. Lab… Lab.

Expirar.

El concepto Lab ha hecho fortuna, qué duda cabe. Ha tenido la suerte de que se lo apropien todo tipo de actores: públicos, semipúblicos, privados, y cualquier otra combinación que se pueda imaginar. Si quieres proyectar cierta imagen, tienes que pegarte a las tres letras de marras. L-A-B. Como la vieja canción/presentación de Los Toreros Muertos, hay que poder decir: «¿Tú quieres un Lab? ¡Nosotros tenemos un Lab!»

No todos los labs son iguales, pero ninguno es para nada parecido a los viejos labs de bata blanca. Estamos ante entes/actividades que no producen moléculas farmacológicas (y no me refiero a la farmacología de Bernard Stiegler), sino cambios en «lo» cultural y «lo» ciudadano. O en su interacción y solapamiento. En suma, nuevas formas de crear conocimientos y cambios involucrando a personas distintas a las habituales. Creo que a esas personas en Citilab les llegamos a bautizar como «labbers». Otros les llamaban «usuarios» y alguno, «ciudadanos». Estábamos muy californianos en aquella época.

Y es que lo californiano ha dominado bastante el panorama «labero». En los últimos diez años, puedo entrever diversas oleadas en el mar de pensamiento de diseño que inundó las actividades de esos labs. Tanto fue así, que hubo quien confundió «lab» con «post-it». Luego pasamos a una versión más académico-crítica y le dimos dos vueltas al concepto de prototipo. Huyendo del explotador concepto de co-creación tipo IDEO (por poner un nombre pionero, californiano y empresarial), entramos en versiones más concienciadas, con una retórica mucho más cercana a las de la antropología y la sociología. Oleada 2: prototipado «serio».

Los prototipos. He visto prototipos que no os podríais creer. Y no los he visto más allá de las puertas de Tanhäuser, sino aquí mismo, correlacionados (que no causados, ya sabéis) con el pensamiento del momento. En la época 2.0, por ejemplo, de cada diez prototipos que vi ocho eran una red ‒alambre y plastilina. Indefectiblemente esa red mostraba el proceso de articulación de la comunidad que debía crecer en torno al proyecto. Porque era de rigor crear comunidad a partir del lab y la herramienta por excelencia de la época era la red.

Y, ¿dónde estaba la comunidad? Nadie entre los prototipantes dudaba lo más mínimo de que esos «miembros de la comunidad» iban a caer rendidos ante la propuesta. Y no siempre. Las más de las veces falló saber atraer y respetar a la comunidad en ciernes, o bien flaqueó la inversión o escasearon los recursos humanos necesarios para llevar el prototipo a la comunidad, la comunidad a la institución y el prototipo a la producción. Creo que las sutilezas y exigencias del metadiseño se perdieron por el camino.

No quiere decir esto que vayamos a renunciar a la potencia del lab. Al contrario, los espacios intersticiales con prácticas integradoras nuevas tienen potencial para desarrollar alternativas en el ámbito cultural y en otros. Habrá, quizá, que plantearse dentro de ese paraguas nuevas prácticas y anticipar cómo sostenerlas y financiarlas.

Una tarde de otoño, en Madrid, hace unos años departí con Antonio Lafuente y Marcos García sobre mi implicación en proyectos con Ferran Adrià y la Universidad de Columbia. Antonio hizo una distinción muy aguda de los procesos de innovación en la gastronomía y en la cocina popular. Planteó la metáfora de la cocina frente al laboratorio. Puede que sea la cocina una guía que nos sirva para acercar la exploración abierta a espacios y actores más transversales y menos mediatizados por las instituciones, a una innovación más capilar, distribuida y sin tantas celebridades. Puede.

En cualquier caso, sería un buen repuesto para el «lab». Esperemos, eso sí, que no nos secuestren también la cocina esta vez y tengamos otro sarampión de «cocinas de innovación cultural». Me malicio que como les llamemos «Kitchen», nos la secuestrarán y se nos volverá a colar la ideología californiana de rondón. Atentos porque los laboratorios Google X también se han organizado como cocina. En cualquier caso, a la familia labcocina no le será fácil escaparse de la tensión entre lo comunitario y lo neoliberal como ya apuntaron Austin ToombsShaowen Bardzell y Jeffrey Bardzell en su momento.

Mientras este verano empieza con el eco de varias jornadas sobre labs y sus tecnologías, me voy a dedicar a releer viejas propuestas de Joan Littlewood, Cedric Price y Gordon Pask, donde no necesariamente había institución pero sí mucha activación y el reconocimiento de la agencia de nuestros conciudadanos. ¡Buen verano!

Referencias

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  • Ricardo_AMASTE | 26 julio 2016

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